En esta época de pandemia es bueno preguntarse una cuestión que no tiene, todavía, respuesta: las sociedades -formas y lazo social-, ¿conservarán la lógica constitutiva contemporánea al término de esta crisis biológica? ¿Seguiremos reproduciendo las pautas de sentido común, pensamiento y lógicas de acción colectiva como las que conforman el ADN de estos tiempos? ¿Continuaremos pensándonos, pensando y constituyendo al otro tal como lo hacemos actualmente? Definitivamente, ¿seguiremos siendo, de alguna forma, neoliberales?

Comencemos por el final, es decir mencionando una -relativa- conclusión: a esta altura de los tiempos el neoliberalismo es, también, una cultura. Es decir, una forma de ver, entender, decodificar y transitar el mundo de la vida cotidiana. Por ende, la circulación económica, el juzgamiento respecto a lo justo e injusto de la vida social, los arreglos políticos necesarios a la estabilidad política, en fin, lo que es necesario hacer, tiene el tamiz neoliberal. Un tamiz que, reitero, no está solo impregnado de economía, sino definitivamente de escenificación y actuación en el mundo.

No es necesario revisar la génesis del neoliberalismo, el cambio estructural que implicó las transformaciones en el funcionamiento y gestión del capitalismo. Ni su fuerza arrolladora: tal que logró, entre otros vectores, el derribo del modelo soviético. Tampoco el impacto sobre la sociedad, modificando radicalmente las condiciones de reproducción de la vida. Ni, definitivamente, su corolario triunfante, la capacidad política de demoler el entramado institucional que sostuvo a las sociedades de bienestar. Sí intuir cómo el nuevo estado de cosas se transformó en la nueva razón del mundo (CH. LAVAL  y P. DARDOT: La nueva razón del mundo-Ensayo sobre la sociedad neoliberal, Gedisa, 2016).

Sigamos utilizando el concepto “neoliberalismo”. Decir que el neoliberalismo devino en una “cultura”, es aludir a un sentido común que guía consciente e inconscientemente las conductas cotidianas de la mayoría de las personas. No significa que las personas sean neoliberales ni porten racional e intencionadamente una lógica neoliberal, solo que el impulso y el razonamiento subliminal que lo justifica está teñido de neoliberalismo. Esto es una propensión individual a accionar e interaccionar teniendo como presupuesto básico el interés personal (propio, familiar y, a lo sumo, círculo de personas afines). Lo neoliberal de esta conducta -en última instancia la gente siempre se mueve primero por necesidades propias-, es la propensión a maximizar el beneficio propio de una acción tomando como posibilidad que ese cálculo perjudique necesariamente al otro. Y proseguir.

¿Qué diferencia este tipo de conducta del modelo del individuo racional, maximizador de beneficios, de la economía clásica y neoclásica? La justificación. Lo nuevo -neoliberalismo- es la justificación con que las personas accionan individualmente, pues no es una justificación solo “maximizadora”, sino una justificación social y política. Y es la política, como filosofía actual y, por ende, formas de gestión, la que contextualiza esa modalidad justificatoria.

Justificación como autojustificación. La intuición de que no es necesaria la justificación elaborada, racionalizada, pausada, sino que ella misma ya reside en el acto. No es la justificación argumental (BOLSTANKI, L. y THEVENOT, L.: De la Justification. Les économies de la grandeur, 1991, Gallimard, París), referida a una controversia sobre lo que es justo. La justificación obligatoria, si se quiere actuar de manera tal que necesariamente se desequilibrará alguna equivalencia hasta ahora instituida y aceptada. La justificación que nace de una crítica a un determinado estado de cosas y, sea para alterar ese estado o para reafirmarlo, el arma es el argumento: la justificación respecto a que esa situación es injusta si se la quiere alterar, o justa, si se la quiere reafirmar. Una justificación tan importante y necesaria que debe traspasar la mera defensa de intereses y elevarse al plano de la moral social. La justificación moral, es decir definitiva, en tanto dictamine justicia o injusticia.

El neoliberalismo no interpela a esa justificación (moral), porque no la necesita. Se actúa de esa manera porque está justificado el actuar así. No es necesario apelar a los fundamentos de esa justificación ya que en el actuar mismo se devela. Si actuamos así es porque está justificado. Es un giro copernicano a la filosofía del individuo de la modernidad, una filosofía que planteaba la justificación pensada, racionalizada, necesaria al actuar. La racionalidad moderna privilegiaba el razonamiento a la acción; la racionalidad neoliberal toma la acción -el hacer/actuar- como fundamento y base del pensar. Del pensar por qué y cómo se hace lo que se hace. Y así justificar.

Claro, ese actuar justificado elude el otro elemento de la racionalidad moderna: la condición moral del actuar. Quizás, solo quizás, los sentidos sociales emergentes de esta pandemia refloten la percepción moral en el sentido de considerarnos y considerar al otro como un igual, necesitado y necesario, egoísta y solidario. Una igualdad que mostró en toda su crueldad, la enfermedad. La igualdad ante una posibilidad de muerte incierta, cercana o lejana, impredecible, invisible. Por ende, indetectable. No sirven murallas, ni cerramientos, ni cuentas en ningún lado. El peligro es para todos. La incertidumbre también.

La filosofía social neoliberal instituyó el sentido subjetivo de la apropiación y la acumulación como modalidad de certidumbre de la vida ante el tiempo y el espacio. Por eso la sobreacumulación de riqueza diseminada en el espacio global en bienes financieros. Da seguridad, certeza. Donde estalle una inversión de la vida segura es solo cuestión de trasladarse a otro espacio con riqueza incorporada. De ahí la acumulación originaria para una economía política desproporcionada. Seguridad jurídica, política, biopolítica y filosófica. La paz de la autoconciencia.

La pandemia, inesperada y por eso portadora de incertidumbre más allá de su naturaleza, barrió con esa filosofía. No hay espacio global en que se pueda defender la vida y la riqueza acumulada en este contexto biológico-sanitario. El agujero más mísero que resguarda a un individuo tiene la misma porosidad que la muralla más alta erigida en un paraíso fiscal. La pandemia igualó quitándole a la vida social todo resguardo y predecibilidad.

Y comenzó la filantropía. Reaseguro para lo que ya no es seguro. Reaseguro moral. Dar un poco de lo mucho para calmar el miedo. No es solidaridad; esta se expresaría mejor en el dar sin necesidad ni presión pandémica. Es dar con efecto de rezo. No es creencia en dioses pero ante el miedo no está de más una oración. Total, ya todo está jugado.

Todo en pandemia. ¿Y después? Parafraseando la sentencia ecologista: “Cuando se sequen los ríos, desaparezca la vegetación y se mueran los animales, el humano comprenderá que el dinero no se come”. Podríamos decir que cuando se vaya diluyendo la pandemia, baje el temor, se requieran nuevos horizontes que den sentido y seguridad a la vida, entenderemos que la solidaridad basada moralmente en la igualdad natural de la vida, es la mejor panacea para, simplemente, proyectarse y vivir el tiempo de cada uno.

¿Será?

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