Hoy, domingo 7 de junio, se cumplen 210 años de la aparición de La Gazeta de Buenos Ayres, aquel hito que anotamos con letras temblorosas en nuestros cuadernos de la escuela primaria, tantas veces acompañado por la figurita de Mariano Moreno pegada sobre un cuadrado de papel glacé. La Gazeta fue el primer periódico impreso luego de los sucesos de Mayo, antecedido por el Telégrafo Mercantil, rural, político, económico e historiográfico del Río de la Plata de 1801(dicen que más que un periódico era una auténtica tribuna de opinión y discusión) y seguido poco después, también en 1810, por el Correo de Comercio de Buenos Aires de Manuel Belgrano.
A más de dos siglos de aquellos primeros títulos, y en un paisaje completamente diferente del que alumbró los primeros diarios de tinta y papel, el diccionario online de la RAE -suprema autoridad de la lengua- dice que periodismo es la “actividad profesional que consiste en la obtención, tratamiento, interpretación y difusión de informaciones a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico”. Una definición escasa para una actividad tan vasta, tan antigua. De acuerdo con la RAE, y si solo obviamos el término “profesional”, el portavoz del rumor que se comparte en la cola del mercado o del audio que se retransmite al infinito por Facebook o por WhatsApp podría llamarse, con toda justicia, “periodista”.
En suma, hoy la situación con respecto a la información es, cuanto menos, abrumadora. Los datos, los hechos narrados e interpretados, las palabras, nos rodean -nos bombardean- en cualquier tiempo y en cualquier lugar. Se multiplican de manera exponencial tanto por los medios tradicionales como por las redes sociales. Sabemos qué pasa a miles de kilómetros de distancia minutos después de que haya ocurrido: las noticias de países lejanos que en los tiempos de Moreno y de Belgrano llegaban por barco un mes después, hoy tienen un grado de inmediatez que torna inexistentes el tiempo y la distancia. En la avalancha informativa los datos fehacientes se conjugan con las fake news, conla omisión intencional y con la consecuente desinformación. Con mucho más poder que el de una cuarta posición, los medios se han convertido en emporios multimedia formadores de opinión y aun de acciones inscriptas socialmente. El autodenominado “periodismo independiente” -por oposición al “periodismo militante” según la discusión dada a principios de la última década- es el encargado de traducir la línea editorial de los grandes medios a mensajes incendiarios o banales, a ideas fuerza repetidas hasta el hartazgo o a clichés tan falaces como seudoprofundos, de acuerdo con la ocasión y el objetivo de turno.
¿Cuál es el rol del periodista, de la periodista, en este mundo de pandemia y sociedades que crujen, de desigualdades tremendas y relatos que se resisten a morir? ¿Qué significa “informar” en un universo inmenso e instantáneo? ¿Cuál es el límite para la interpretación que según la RAE es una de las tareas del periodismo? ¿Es posible contrariar la “línea editorial” de medios pensados como productos de consumo antes que como canales de difusión? ¿Es lícito pretender manejar a las audiencias como si fueran rebaños en lugar de personas de carne y hueso con necesidades, pensamientos, sentimientos? ¿Cómo superar el escepticismo en cuanto defensa del bombardeo informativo y, en su lugar, aportar a la construcción de pensamiento crítico, único remedio frente a la mentira disfrazada de información?
Hay mucho que plantear y mucho que reflexionar, sobre todo en estos días en que tanto los medios como las redes, pandemia mediante, vienen gozando de un protagonismo que por el momento no parece menguar.
Como sea, más allá de tantos temas pendientes que podremos retomar mañana, hoy es un día para celebrar el hecho de comunicarnos, de convocarnos, de vivir nuestra humanidad en esto de ser emisores e interlocutores en permanente intercambio.
Muy feliz día a las, les, los periodistas, y que sea con ética y con honestidad.
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