Nací para la libertad,
que hasta ahora es el dolor del mundo.

Haroldo Conti

 

El cuatro de mayo de 1976, Haroldo Conti regresaba a su casa con su mujer, Marta Scavac, de ver una película en el cine. En la vivienda dormían la hija de Marta, de siete años, el bebé de ambos, de tres meses, y un amigo de la pareja que estaba parando allí. Al abrir la puerta, fueron recibidos por cinco o seis personas desconocidas que los estaban esperando. Los separaron en habitaciones distintas, los interrogaron y los golpearon. Después de varias horas se llevaron a Haroldo y algunas cosas del departamento. En la máquina de escribir estaba su último cuento: sus secuestradores quisieron llevárselo como evidencia, pero Marta pidió que no lo hicieran, que se lo dejaran. La muerte de una tía de Chacabuco le había provocado a Conti un sacudón emocional y por eso se había puesto a escribir ese relato. “Por favor, no lo rompa”, pidió Marta. “Le expliqué de qué se trataba ese cuento”. El papel quedó intacto en la máquina.

Hay una presencia simbólica pero también material de la literatura que no siempre se explicita. ¿Cuánto de Conti queda en “A la diestra”, su cuento en proceso que lo sobrevive? Algo similar sucedió con el último relato de su colega, el escritor Rodolfo Walsh. Cuando allanaron la casa de San Vicente en la que vivía con su mujer (al mismo tiempo que lo secuestraban en Capital Federal) se llevaron, entre otros papeles y documentos, el borrador de “Juan se iba por el río”, su último cuento. La reconstrucción de ese texto tiene un momento cumbre que es cuando Lilia Ferreyra se encontró en el exilio con un sobreviviente que había leído el cuento en la ESMA, cuando por casualidad se topó con los papeles de Walsh. Había podido hacer varias lecturas y por eso recordaba partes enteras del cuento. También Ferreyra había leído sucesivos borradores, así que juntos lo reescribieron de acuerdo a lo que les dictaba la memoria. Fue un momento casi mágico: cuando la noticia de su muerte empezaba a desparramarse, la literatura trajo, por unos momentos, a Walsh de regreso. ¿Cuánto, entonces, de los escritores desaparecidos, queda en sus textos?

Haroldo Conti nació en Chacabuco el 25 de mayo de 1925. Decía haber aprendido de su padre a contar historias oralmente, y haber dado los primeros pasos como creador literario escribiendo libretos para funciones de títeres y sketchs teatrales en la escuela. Fue maestro y, posteriormente, seminarista, hasta que, según su propio testimonio, tuvo una “crisis de fe”. Estudió Filosofía y Letras, a partir de lo que se desempeñó como profesor. Allí conoció a Marta, una alumna del Liceo que fue su segunda mujer, y que lo acompañó hasta el momento de su desaparición.

Ya sea desde la creación, la enseñanza o la adaptación al cine, la literatura formó parte de la vida de Conti, y en su materialidad fue también para él, un modo de ser: “Como no he podido vivir un montón de vidas las vivo a través de la literatura”[1]. Escribiendo, construyó también mundos para que sus lectores habitemos otras vidas. Describió a Chacabuco de tal modo que resulta ser y al mismo tiempo no ser, el pueblo que lo vio nacer, del que partió para volver siempre. Existe Chacabuco, y existe el Chacabuco de Conti. “Cuando escribo hablo de ese Chacabuco mío”.[2]

“La balada del álamo Carolina” es el cuento que funciona como transporte a ese pueblo “de tapiales amarillos, del viejo Pelice, del viejo Ponce, del padre Doglia, de mi padre, de mí mismo, chico, cuando salía a correr el campo junto con mi viejo, que era vendedor ambulante”[3]. “Las doce a Bragado” es otro relato breve que construye el interior bonaerense no solo desde el paisaje sino desde personajes extraordinarios como el tío Agustín, precursor tercemundista del hollywoodense Forrest Gump.

“A la diestra”, el cuento póstumo de una muerte que no fue, también vuelve a un Chacabuco que el narrador atraviesa en el tiempo, como un presagio de su destino personal, que fue además el de su pueblo y el de su Patria. La noticia de la muerte de su tía había sido el motor para la producción de este relato. Conti, personaje-narrador, hace un viaje imaginario al pueblo que construye en sus recuerdos. En este aparecen sus personajes clásicos (el tío Agustín, el álamo Carolina) y los lugares que ya han sido recorridos en su literatura. El narrador imagina un gran recibimiento para su tía en el Cielo, en el que “don Dios” hace el asado. Es un relato que vuelve y vuelve sobre la muerte, lo que esta clausura, lo que define, lo que prohíbe. En él se conjuga cierto humorismo en la construcción de algunas escenas disparatadas, junto a la desolación del pasado que se escapa para no poder ser recuperado. Es un relato de finales: los que son (el de la tía, entre otros), los que se intuyen (el del tío Agustín, el del álamo). Conti escribió en este cuento no su final, sino lo que era para él el final de su mundo.

A mediados de la década del cuarenta fue a vivir a Buenos Aires, ciudad en la que, según él mismo dijo, siempre se sintió forastero. Durante un tiempo se recluyó en El Tigre en donde sí generó lazos de pertenencia. Como muchos escritores argentinos, hizo del río y el Delta un espacio propio. El río también es escrito en la literatura de Conti. Lo hace correr entre desbordes y crecidas, y lo habita con personajes que en su soledad y libertad son la humanidad entera. Los hombres y mujeres que habitan el río pueden ver en su despojo, en la uniformidad de sus formas, colores y olores, sus matices. De estos está hecha Sudeste, la primera novela del autor, que toma del espacio su tiempo y su cadencia para contar una historia íntima, detenida, que va mostrando de a poco sus propios matices donde al principio no parece haber nada más que instinto de supervivencia. En cada gesto mínimo, El Boga, tan lejano y tan cercano a sus lectores, dibuja el sentido y el destino del hombre y el mundo.

Conti entendía que un intelectual tenía por obligación el compromiso político. No el escritor en tanto creador, o no como propósito productivo, porque forzar a la literatura a decir no servía, pero el escritor en tanto sujeto social, debía comprometerse. Si un escritor está comprometido desde su rol social, si está enterado, si el mundo lo conmueve, eso aparece en su literatura, aunque parezca estar hablando de otra cosa. Como periodista cultural trabajó en la revista Crisis, desde donde manifestó sus denuncias contra la violencia estatal y la opresión a las clases vulnerables.

En 1975 su última novela, Mascaró, el cazador americano, recibió el premio “Casa de las Américas”. Es, tal vez, su novela más política y al mismo tiempo audaz desde el punto de vista de la construcción estética. Con un lenguaje metafórico que discute, en principio, el mismo lenguaje literario, se aborda la unidad histórica y política de Latinoamérica. Marta recuerda el proceso de creación de Mascaró como un momento de mucha intensidad, del que ella formó parte colaborando en la investigación, acompañando y conversando acerca de los personajes y las escenas, y pasando en limpio partes de la obra: “Mascaró fue como nuestro primer hijo. Hablábamos de los personajes como si habláramos de un familiar, y qué va a hacer fulano, y qué va a pasar acá, y qué va a ser el almuerzo…”[4].

En la década del ‘70 Haroldo Conti formó parte, junto a Roberto Santoro, Miguel Ángel Bustos, Humberto Constantini y Raimundo Gleyzer, del PRT. También se adscribió públicamente al Frente Antimperialista por el Socialismo. Como militante de izquierda vivió con fascinación el proceso cubano. Viajó a la isla en 1971 y 1974 como jurado del concurso ”Casa de las Américas”: conocer la revolución por dentro tuvo gran importancia en su rol como intelectual y escritor, y tuvo también una consecuencia directa en su secuestro y desaparición: “El día de su detención, el militar que me separa a mí y me lleva al escritorio, el que me interroga durante toda la noche, insistía con que Haroldo era agente cubano, que estaba pagado por Cuba, y me inculpaba a mí de lo mismo. Porque yo había viajado a Cuba con él, o sea, la bronca y el odio del tipo eran contra Cuba”[5].

Al momento de su detención, hacía ya unos cuantos meses que Haroldo Conti había recibido la advertencia de que debía irse. En un principio no quiso hacerlo porque su mujer estaba embarazada de siete meses y no podía acompañarlo. Pero su hijo nació, y él siguió viviendo en su casa, escribiendo en su escritorio de siempre, en el que había puesto un letrero con una frase en latín que decía “Este es mi lugar de combate. De acá no me voy”. De ese lugar se lo llevaron.

Pensar el escritorio como lugar de combate, la máquina de escribir como arma, expone el modo en que la literatura, desde su materialidad, dialoga con el mundo, puede pensarlo y transformarlo. “Estamos en guerra”, le dijo a su mujer un integrante de la patota que fue a secuestrarlo, “y acá somos ustedes o nosotros y no hay que dejar siquiera la semilla”. La semilla es la literatura, la palabra. Por eso, ante la desolación de su secuestro, haber conservado “A la diestra” es una secreta victoria.

Tiempo después de su detención, muy deteriorada su salud por los padecimientos en la cárcel y las torturas, murió en cautiverio. Su cuerpo aún continúa desaparecido.

 

[1] Duizeide, Juan Bautista, “Conti de la A a la Z” en Revista Sudestada, Año 12, N°114, Noviembre de 2012.

[2] Ídem

[3] Ídem

[4] Tcherkaski, José (2008) Mirar la muerte. Conversaciones con mujeres de escritores desaparecidos. Buenos Aires. Catálogos. Pág 41.

[5] Tcherkaski, José (2008) Mirar la muerte. Conversaciones con mujeres de escritores desaparecidos. Buenos Aires. Catálogos. Pág 51.


Bibliografía de referencia

Conti, Haroldo (1994) Cuentos completos, Buenos Aires, Emecé (2006)
Mascaró, el cazador americano, Buenos Aires, Emecé  (2010) Sudeste, Buenos Aires, Emecé

Albani, Leandro, “Haroldo Conti: la cultura combatiente hasta las últimas consecuencias” en Resumen latinoamericano. La otra cara de las noticias de América y el tercer mundo, disponible en http://www.resumenlatinoamericano.org . Última consulta: 20 de junio de 2018.

Amadeo, Juan, “Por los caminos de Haroldo” en Revista Sudestada, Año 12, N°114, Noviembre de 2012

Duizeide, Juan Bautista, “Conti de la A a la Z” en Revista Sudestada, Año 12, N°114, Noviembre de 2012

Tcherkaski, José (2008) Mirar la muerte. Conversaciones con mujeres de escritores desaparecidos. Buenos Aires. Catálogos.

Artículos Relacionados

Hacer Comentario