De acuerdo con las Naciones Unidas, los discursos de odio son “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita —o también comportamiento—, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad».

Estos discursos no son privativos de un país, sino que es un fenómeno que se da a nivel mundial y que, en los últimos años, ha encontrado en las redes sociales a sus principales aliados.

Según un estudio elaborado por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTreF) para el Consejo Económico y Social (2023), más del 50% de las personas encuestadas sufrió agresión y/o acoso a través de las plataformas digitales. De ese grupo, el 15,2% aseguró que la causa estuvo vinculada con su género, el 11,7% con su aspecto físico y el 10,7% con sus ideas políticas.

En su artículo Salud Mental en tiempos libertarios[1], Leonardo Gorbacz —licenciado en Psicología (UBA) y autor de la Ley Nacional de Salud Mental 26.657— expone que en Argentina estos discursos violentos provienen del propio oficialismo y que, de esta manera, quedan habilitados y naturalizados.

“Existe un avance de propuestas políticas de extrema derecha en distintos lugares del mundo, a veces con mayorías que les permiten gobernar y otras veces no, pero aun así aumentando su representatividad y su incidencia. Seguramente las realidades políticas son distintas y las propuestas diferentes, pero todas están caracterizadas por la habilitación de la violencia y el supremacismo”, asegura Gorbacz en diálogo con Viento Sur.

Estos contextos sumado al uso de las redes y la posibilidad de no exponer el cuerpo ha generado el surgimiento de lo que vos calificás como «subjetividades revanchistas», ¿qué significa?

Es un concepto del filósofo francés Eric Sadin, que lo desarrolla en su libro La era del individuo tirano. Se refiere al resultado de la acumulación histórica de promesas incumplidas por las distintas etapas revolucionarias por las que ha transitado la humanidad, y el poder que les otorga a los individuos disponer de un arma como el Smartphone, que le da la sensación de no necesitar de nadie y de estar compelido a expresarse.

La consecuencia son personas cada vez más aisladas entre sí, con un gran sentimiento de omnipotencia y por sobre todo un enorme descreimiento hacia el otro. Si bien esas subjetividades, según Sadin, se pueden organizar en un conjunto, no dejan de ser seres individualistas que pueden sostener un líder pero en un marco de fragilidad y precariedad importante.

Si uno se pone a pensar en el avance de la tecnología y en general en todas las aplicaciones que prometen facilitarnos la vida, lo hacen a partir de ayudarnos a prescindir del otro. Uno hoy puede hacer compras en el supermercado sin interactuar con nadie, a través de un app, o puede trasladarse a lugares donde nunca fue sin necesidad de preguntar el camino o el colectivo que tenemos que tomar, y así con cada una. Las redes sociales pareciera que van en camino inverso, porque conectan personas entre sí. Sin embargo el efecto que tienen, en particular en los que han nacido en esta era, es empobrecer las relaciones excluyendo el cuerpo, dando la opción de anonimizar o cambiar de identidad, poder establecer filtros que acercan nuestra imagen a los ideales de época (que en cierto sentido también tiene efectos de anonimización), y por tanto estableciendo una lógica de intercambio con características totalmente distintas a las de la vida real.

La competencia por obtener likes es un enorme problema entre los más jóvenes que en muchos casos ha llevado a la muerte, la obsesión por la fama que pareciera estar al alcance de la mano para cualquiera atraviesa fuertemente las nuevas generaciones. La contracara es la depresión ante el fracaso, y la ansiedad ante las relaciones reales que ponen en juego el cuerpo y la sexualidad.

Un psicólogo social estadounidense, Jonathan Haidt, publicó una investigación muy interesante bajo el título La generación ansiosa, donde demuestra que la aparición del Smartphone ha causado un desastre en términos de salud mental de la generación que creció a partir de ese suceso. Para él la combinación entre la sobreprotección de los niños en la vida real, producto del temor que fundamentalmente propagan los canales de noticias de 24 horas (que antes no existían), y la desprotección en el mundo virtual, son los dos factores centrales de los aumentos probados de trastornos mentales en los más chicos.

Un concepto muy interesante que desarrolla Haidt es que a diferencia de los grupos de amigos de la vida real, en las comunidades virtuales es mucho más fácil entrar y salir, y eso hace que ante el menor conflicto un joven o una joven quede afuera y busque otra comunidad, por lo que no necesita desarrollar las habilidades sociales para resolver conflictos entre pares que son un poco la base de una sociedad democrática, y que normalmente se construyen en los juegos “no supervisados” por adultos, como le llama Haidt.

¿Qué impactos se producen en la salud mental de las personas?

Freud ya planteó en El malestar en la cultura a principios del siglo pasado que la vida en comunidad implica un equilibrio inestable entre las tendencias individuales y los intereses colectivos, y que la tarea de un liderazgo era sostener, a través de sus acciones y de su ejemplo, los intereses colectivos. Justamente lo contrario de lo que expresa el presidente Milei.

Lo que sucede es que la violencia nos habita a todos, pero en tiempos normales la mantenemos a raya porque sabemos que es lo que nos conviene a todos en cierta manera, porque si yo voy solo por mi interés personal habilito al otro a que haga lo mismo, y al final puedo terminar perdiendo. El problema es cuando se habilita esa violencia, es muy difícil para muchos sostener una conducta cívica, solidaria, cuando se está rodeado de gente que ha cruzado a la orilla del “sálvese quien pueda”.

Entonces hay un clima que claramente termina teniendo efectos negativos en la salud mental, de quien recibe violencia pero también de quien la ejerce, porque en definitiva la salud mental está vinculada a la posibilidad de poner en juego nuestros deseos que siempre tienen que ver, en su origen y en su destino, con el otro. Si yo veo en el otro un enemigo a exterminar para imponer mi propia voluntad, entro en una dinámica de goce sádico que me aleja de mi deseo. Por eso la afecta claramente a quien la recibe, obviamente, y que se constituye en víctima, pero también a quien la ejerce.

¿Cómo podemos preservarnos?

Siempre menciono un tuit que me resultó muy gracioso (de un usuario que no conozco, @polarisim) que decía: “Es terrible cómo desde diciembre de 2023 mi cerebro se divide entre ‘desligate de lo que esté pasando por tu bien’ a ‘hay que convocar a la lucha armada’”. Es lo que nos pasa a muchos, pasar de un extremo a otro, realmente es muy agotador. Porque asomarse a un mundo con tanta violencia es difícil, en tanto nos genera también una violencia que no tiene cómo canalizarse. Por eso surge la idea de la desconexión, hasta que nos resulta imposible y entonces necesitamos hacer algo con eso.

Tal vez una de las cosas que podemos hacer es tomar nota de que no estamos solos, que somos también muchos los que añoramos un mundo distinto, con otras formas de relacionarnos. Evitar la exposición en exceso a las redes sociales y a las noticias, que cada vez son menos noticias y son más ficciones interesadas en provocarnos afectos violentos. No caer en el clima paranoico de época, que nos hace desconfiar todo el tiempo de todo el mundo. Ejercer la amabilidad en lo cotidiano. Organizarnos, intercambiar. No sé mucho más que podamos hacer.

La mayoría de los usuarios de las redes son menores de 40 años, ¿es el sector poblacional más afectado por estos discursos violentos?

Creo que esa pregunta estuvo un poco contestada cuando conversamos sobre el libro de Haidt en lo que respecta a las nuevas generaciones, pero le agregaría que en las personas en el otro extremo de la vida, los más mayores, hay una afectación distinta, que tiene que ver con quedar muy afuera de un montón de cosas por la complejidad de la tecnología y que, como sostiene Emiliano Galende[2], terminan teniendo las condiciones estresantes del migrante pero en su propia tierra.

Resulta significativo cómo algunas personas mayores se empecinan en ir a hacer trámites personales al banco, pese a que la entidad casi que rechaza cada vez más las gestiones presenciales, no solo porque les cuesta la tecnología sino más aún porque quieren encontrarse con otros y socializar. Por eso si hay una fila larga, para muchos, es mejor.


[1] Publicado en https://revistas.unla.edu.ar/saludmentalycomunidad/article/view/5305/2563

[2] Publicado en https://revistas.unla.edu.ar/saludmentalycomunidad/article/view/5293/2551

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