Eduardo Luis Duhalde se destacó en múltiples dimensiones a lo largo de sus 72 fructíferos años de vida. Abogado, periodista, magistrado, funcionario público, su pensamiento y acción se orientaron a la lucha por la dignidad humana.
Muy joven, junto a Rodolfo Ortega Peña se dedicaron a la revisión de la historia argentina buscando encontrar en el pasado claves para entender el presente. En 1964, se unieron al grupo “Cóndor”, junto a Juan José Hernández Arregui y otros intelectuales como Oscar Balestieri, Alberto Belloni, Ricardo Carpani, Rubén Bortnik y Rubén Borello. En su manifiesto liminar, publicado el 4 de junio de 1964 en homenaje a Felipe Varela, adherían explícitamente al revisionismo histórico, en oposición a la historia oficial del liberalismo –aceptada por la izquierda oficial-, y a la historiografía del nacionalismo de derecha, oligárquico y elitista.
El 17 de octubre de 1964 fundaban el Centro de Estudios Históricos “Felipe Varela”, desde el cual en mayo de 1965 publicaron la revista “La Unión Americana”. Su mirada del pasado opuesta a la de las clases dominantes, tomaba las luchas de las montoneras y los caudillos federales como antecedente necesario de las luchas revolucionarias del proletariado industrial, en gran parte de origen provinciano (palabras del manifiesto de Cóndor).
Ya desde 1961 publicaban trabajos históricos. En 1963 decidieron firmarlos en conjunto, tarea que no reconoce antecedentes ni continuadores, que los llevó a un reconocimiento conjunto bendecido por Leopoldo Marechal que en Megafón o la guerra los transformó en Barrantes y Barroso, personajes centrales de su obra.
En 1965 publicaron su investigación sobre Felipe Vallese, el primer desaparecido peronista (con el apoyo de la UOM); los comentarios a “Alberdi, los mitristas y la Guerra de la Triple Alianza”, trabajo de David Peña (abuelo de Rodolfo Ortega Peña) y “El asesinato de Dorrego: poder, oligarquía y penetración extranjera en el Río de la Plata”, estos dos en la editorial Peña Lillo.
Con “El asesinato de Dorrego” por primera vez la muerte del gobernador federal aparecía como un crimen del poder, desnudado en su total impudicia. Lavalle ya no era la “espada sin cabeza” sino una herramienta usada por la oligarquía nativa y sus mandantes extranjeros para frenar la construcción de una alternativa nacional y popular.
Ese mismo año, en “La Unión Americana” publicaron el primero de sus trabajos sobre Felipe Varela, hasta entonces reducido por la historiografía oficial a poco más que un bandolero finalmente vencido en Pozo de Vargas y recordado en canciones folklóricas que celebraban su derrota.
Desde la editorial “Sudestada” que fundaron para hacer conocer no solo sus libros sino también los de otros autores, publicaron “Felipe Varela contra el imperio Británico: Las masas de la Unión Americana enfrentan a las potencias europeas” (1966), “Las guerras civiles argentinas y la historiografía” (1967), “Folklore argentino : y revisionismo histórico(La montonera de Felipe Varela en el cantar popular)”, del mismo año; “El manifiesto de Felipe Varela y la cuestión nacional: Manifiesto del general Felipe Varela a los pueblos americanos sobre los acontecimientos políticos de la República Argentina en los años 1866 y 1867”, “San Martín y Rosas: Política nacionalista en América”, “Baring Brothers y la historia política argentina: la banca británica y el proceso histórico nacional de 1824 a 1890” y “Facundo y la montonera : historia de la resistencia nacional a la penetración británica”, todos de 1968 y el último publicado por Plus Ultra.
En 1969 completaron sus trabajos sobre Felipe Varela con dos obras: “Proceso a la montonera de Felipe Varela por la toma de Salta”, publicado por Sudestada, y “Reportaje a Felipe Varela”, de la editorial de Jorge Álvarez, donde con textos del caudillo entablaron un diálogo sobre la realidad nacional de ese momento.
En junio de 1971, en un trabajo especial sobre la figura de Mitre, compilado por María Sáenz Quesada para la revista “Todo es Historia” dirigida por Félix Luna, -con quien polemizaron más de una vez-, Duhalde afirmó: “Bartolomé Mitre es el nombre en el cual se concentra la política británica en el Río de la Plata en su mayor intensidad colonial. Su significación es la de expresar el uso instrumental de Buenos Aires contra toda la Nación, al servicio de una mentalidad y designios exclusivamente europeos. Desde un punto de vista nacionalista popular, la actuación de Mitre para la constitución de la Argentina como Nación independiente es nefasta… Quizás hubiera sido importante oír a los propios interesados en este punto. Preguntarle por ejemplo al Chacho, a los (Ambrosio) Chumbita, a (Aurelio) Salazar, a Felipe Várela o a esos miles de campesinos, de condenados de la tierra del noreste argentino que se levantaron en armas contra Mitre, en respuesta a la política porteñista que ‘el círculo de Mitre’ llevaba a cabo contra el interior provinciano. La liquidación del mercado interno era una necesidad básica para la política porteño- británica. Asimismo la consolidación de pequeños grupos que se van afirmando como oligarquías lugareñas, que serán las correas de transmisión de la política mitrista en el interior Jugarán un papel en la represión y dominio liberal de las provincias. La negatividad del ciclo mitrista en el interior se siente todavía hoy, a más de cien años”.
Así sintetizaba su pensamiento sobre Mitre como constructor de un modelo de estado-nación dependiente (luego perfeccionado por Roca), al que dotó de una historia a su medida y que, para su consolidación, precisó de la represión brutal contra la resistencia del interior, encarnada en el gauchaje federal.
No solo historiadores, Duhalde y Ortega Peña emprendieron otras tareas. En 1969 participaron del Cordobazo, y luego, asumieron la defensa de los presos políticos, sin hacer distinción en la pertenencia a diferentes agrupaciones y más allá de su adhesión al peronismo revolucionario. Pertenecieron a la Gremial de Abogados, una agrupación que luchaba por el pleno respeto de los derechos humanos.
Esa ardua labor los llevó a sufrir más de un atentado. Pero fue la masacre de Trelew, punto de partida del terrorismo de Estado, cuando el 22 de agosto de 1972 la Marina fusiló a un grupo de prisioneros, casi todos sus defendidos, el hecho que los volcó decididamente a la acción política.
El 17 de noviembre de 1972 acompañaron la vuelta de Perón a la Argentina, y Ortega Peña fue candidato a diputado nacional por el Frente Justicialista de Liberación, que el 11 de marzo de 1973 consagró la fórmula de Cámpora y Solano Lima.
Desde la revista “Militancia Peronista para la Liberación”, expresión de las corrientes más críticas de la izquierda peronista, denunciaron el abandono del programa del FREJULI y la influencia de López Rega. La revista fue clausurada por el propio Perón. Duhalde y Ortega Peña sacaron entonces la segunda época de “De Frente”, revista que dirigiera en los ’50 John William Cooke.
Ortega Peña asumió como diputado tras la renuncia de un grupo de legisladores de la Juventud Peronista. Con el auxilio permanente de Duhalde, puso su banca al servicio de las luchas populares. Pero la muerte de Perón desató el infierno y el 31 de julio de 1974 Ortega Peña caía abatido por las balas de la Triple A en la esquina de Carlos Pellegrini y Arenales. Duhalde debió pasar a la clandestinidad, mientras el país empeoraba progresivamente hasta el golpe del 24 de marzo de 1976.
Vendrían luego los tiempos del exilio, primero en Cuba y de allí a Madrid, donde presidió la Comisión Argentina de Derechos Humanos (CADHU), foro de denuncia de los crímenes de la dictadura cívico militar que lo había privado de sus derechos civiles y políticos, en el Acta de Responsabilidad del 18 de junio de 1976.
El alejamiento forzado, el desarraigo, la necesidad de empezar una nueva vida, las caídas de tantos compañeros, no lo desanimaron. Por el desprestigio del gobierno de María Estela Martínez, el golpe genocida del 24 de marzo no recibió una condena internacional; la tarea de desnudar la magnitud de sus crímenes y lograr que los órganos de protección del sistema universal y del sistema interamericano fijaran su atención en nuestro país, fue emprendida desde la CADHU por Duhalde, mientras ayudada a quienes llegaban al exilio a reorganizar sus vidas y brindar los testimonios que hoy son prueba fundamental en los juicios por crímenes de lesa humanidad.
En 1983 Duhalde publicó la mejor descripción de la ideología y el funcionamiento de la última dictadura: “El Estado Terrorista argentino”, uno de sus libros más leídos y material de consulta indispensable para investigadores, juristas e historiadores.
Vuelto al país, desde la Editorial Contrapunto publicó obras sobre la realidad contemporánea y reeditó parte de sus trabajos conjuntos con Ortega Peña y otros de carácter histórico.
Su producción abarcó el análisis de nuevos fenómenos como el surgimiento del Ejército Zapatista, la recuperación de experiencias políticas de las décadas anteriores, la reflexión sobre la ética y la violencia, o los estudios sobre el derecho a la información, además de unir sus trabajos con Ortega Peña sobre Felipe Varela en un solo libro, al que agregó su propia reflexión.
Le quedó tiempo para dirigir un periódico de nuevo cuño y corta vida, para desempeñarse como juez del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 29 de la Capital Federal, donde dictó sentencias memorables, y para ejercer la cátedra de Derecho a la Información en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
En junio de 1997 María Sáenz Quesada, en una nota publicada en Clarín junto a Luis Alberto Romero, les imputó –con Ortega Peña-, haber adulterado datos. La respuesta de Duhalde fue tan sintética como certera: “usted escribe sobre los estancieros y su platería. Nosotros lo hicimos sobre los peones y sus sufrimientos”. No era un posicionamiento nuevo: ya habían dicho, con Ortega Peña, que la verdadera historia comenzó a conocerse con el revisionismo histórico, y sobre los historiadores liberales, escribieron que “… la objetividad se resuelve en parcial actitud de consolidación del orden establecido (por quienes detentan el poder). El historiador de uno u otro bando (el antagonismo ‘montoneros-liberales’ persiste con toda su vigencia), se lanza sobre el pasado utilizando la analogía como método de proyección de su propia circunstancia histórica”.
Para Duhalde, tanto la historia “oficial” de la Academia Nacional de la Historia, como otras solo aparentemente distintas (la “historia social” de Halperin Donghi o los trabajos de Leonardo Paso), continuaban los modelos establecidos tras la derrota nacional en Caseros. Era la historia de los vencedores de Pavón, el relato oficial que siguió a la aniquilación de las montoneras del Chacho Peñaloza, de Felipe Varela y de Ricardo López Jordán. Una historia de las clases dominantes, deudora de la obra de Bartolomé Mitre, continuada en el siglo XX por Ricardo Levene.
Primero junto a Ortega Peña, y luego en su producción individual, Duhalde no se limitó a un racconto de sucesos del pasado desprovisto de análisis. Al contrario, esos sucesos eran las razones sobre las que se fundaba un presente al cual ambos en conjunto y luego Duhalde por sí, combatieron para transformarlo: en “El Asesinato de Dorrego” eran los crímenes del poder; “Baring Brothers” desnudaba un empréstito mechado de corrupción y otras iniquidades, antecedente del endeudamiento externo al que tantas veces recurrieron otros gobiernos; “Facundo y la montonera” no se agotaba en la figura del caudillo y sus claroscuros: analizaba el carácter nacional y popular de las resistencias del interior, reflejadas, más de un siglo después, en las luchas de la resistencia peronista.
En el ciclo de Felipe Varela la reivindicación del caudillo y sus luchas, a la vez nacionales y americanas, se contrapone con la condena del mitrismo como expresión de las políticas antinacionales y antipopulares que habían cimentado la construcción del Estado-Nación en la década de 1860.
Duhalde retomaría su análisis del fundador de La Nación en su último trabajo publicado “Contra Mitre. Los intelectuales y el poder: de Caseros al 80” (Ed. Punto Crítico, Buenos Aires 2005). Una de las dedicatorias de ese libro recuperaba su entrañable relación con Rodolfo Ortega Peña: “in memoriam, porque este libro deberíamos haberlo escrito juntos, tal como nos proponíamos hacerlo cuando el terror del Estado cortó su vida hace 30 años. Y porque todavía sigo aprendiendo de sus comentarios y observaciones sobre este período histórico, que resuenan en mis oídos al escribir este trabajo tan largamente postergado”.
Allí definió su pensamiento sobre la tarea del historiador: “No se trata sólo de la fascinante ceremonia de volver a recrear lo que ya no está para que una tragedia perdida pueda ser audible. Resignificar la historia es el paso inquietante e indispensable para contribuir a deshilachar el discurso encubridor y equívoco del presente, heredero de los valores de un liberalismo mistificador. Tampoco es tarea fácil, cuando las corrientes del revisionismo histórico –que fueron muy severas en el juicio a la política mitrista- han perdido todo espacio vigente en la historiografía argentina, interesadamente descalificados sus historiadores junto a los proyectos nacionales que los impulsaron, desde un cientificismo neoliberal. Este libro pretende contribuir a la reinstalación de una visión crítica del mitrismo, buscando superar la estrechez ideológica e instrumental de aquel revisionismo tradicional, sin desdeñar por inválidos sus importantes aportes”.
El “Contra Mitre”, mostraba no sólo la fuerza del pensamiento de su autor sino la vigencia de sus análisis y su aplicación a nuestro presente. Dice allí Duhalde: “Las últimas décadas del presente argentino, nos han enseñado que el terrorismo de Estado y la posterior democratización política sin alterar el modelo económico excluyente de vastos sectores de la sociedad, no son linealmente opuestos y que la etapa sobreviniente tiene como presupuesto de su posibilidad la existencia del primero, con su limpieza represiva colectiva y la obtención de la docilidad necesaria para la aceptación del discurso narrativo de la ‘democratización y pacificación’ asentado en la persistencia de un orden social cada vez más injusto”.
Mitre-Sarmiento se revelan como los precursores del terrorismo de Estado, y a la vez, como la condición necesaria para el modelo de Estado de la generación de 1880, con su sistema político basado en el fraude y la corrupción y su proyección económica estructurada sobre nuevas formas de dependencia, ambos excluyentes de la participación popular. Al igual que el Estado terrorista de 1976-1983 se proyectó en el neoliberalismo desde fines de los ‘80 y hasta la crisis de 2001, con sus privatizaciones, su endeudamiento colosal y sus corolarios de marginación y exclusión.
El “Contra Mitre” apareció cuando Duhalde, comisionado por Néstor Kirchner, aportaba generosamente sus esfuerzos en la Secretaría de Derechos Humanos que bajo su gestión se transformó de ser una ventanilla de atención de reclamos de las víctimas del terrorismo estatal en una usina generadora de políticas públicas de Estado basadas en la promoción y protección de los derechos humanos y centradas en el respeto irrestricto a la dignidad humana.
La recuperación de la ESMA y su refundación como Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos, la creación del Archivo Nacional de la Memoria y del Centro de Asistencia a las Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos “Dr. Fernando Ulloa”, la participación de la Secretaría en los juicios por crímenes de lesa humanidad, la revitalización y ampliación de las políticas reparatorias de las víctimas, la puesta en práctica de iniciativas destinadas a los sectores sociales en situación de vulnerabilidad (niños, niñas y adolescentes, cuestiones de género, igualdad e identidad sexual, adultos mayores, pueblos originarios, afrodescendientes, entre otros), ocuparon un espacio central que no excluyó la reflexión teórica desde la que propuso pensar a los derechos humanos como el núcleo central e imprescindible de una teoría del Estado, basada en la asunción por parte de éste de sus responsabilidades éticas.
Al mismo tiempo, Duhalde dirigió para Colihue la edición de las obras completas de John William Cooke, acordó con la misma empresa la reedición de sus trabajos conjuntos con Ortega Peña y escribió múltiples artículos sobre temas diversos, signados por su incansable trabajo al frente de la Secretaría de Derechos Humanos.
Una de sus últimas tareas, encomendada por la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, fue la querella por la apropiación ilegal de Papel Prensa. En la denuncia contra las autoridades de los diarios Clarín, La Nación y La Razón, unió su trabajo para el fin de la impunidad, con su convicción por la consolidación del derecho a la comunicación.
Vio con gran satisfacción la reivindicación de la gesta de la Vuelta de Obligado, con el retrato de Juan Manuel de Rosas presidiendo el monumento, y la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano “Manuel Dorrego”, del que llegó a formar parte, hoy disuelto por el retorno del neoliberalismo.
En abril de 2012, cuando la muerte le sorprendió, tenía varios proyectos pendientes: “Pepe”, una biografía de San Martín; una obra sobre el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército y su rol durante el Estado Terrorista; otra sobre los negros en la Argentina.
Quedan seguramente muchos aspectos por tratar de la obra y la vida de Eduardo Luis Duhalde. Esta breve semblanza pretende solo dejar un pequeño testimonio de su compromiso vital por hacer de este país al que tanto amó, esa patria justa, libre y soberana por la que luchó incansablemente.
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