Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga nació el 7 de abril de 1889 en la ciudad chilena de Vicuña. De familia humilde, su padre abandonó el hogar cuando ella tenía tres años. Sin embargo, lejos del resentimiento, Lucila solía decir que se había enamorado de la poesía cuando encontró unos poemas firmados por esa figura ausente. De esta manera comenzó a germinar su porvenir de letras, que se confirmó a partir de la publicación del poema “Del pasado” (1908) en el diario El Coquimbo. Por entonces adoptó el seudónimo con el que luego sería famosa, Gabriela Mistral, que es una combinación de los nombres de sus poetas favoritos: Gabriele D’Annunzio y Frédéric Mistral.
A los 15 años trabajó como ayudante en una escuela. Más tarde fue maestra, colaboró en publicaciones culturales y empezó a desandar su camino de poeta mientras se desempeñaba como docente. En una escuela de Temuco conoció a un jovencísimo Pablo Neruda. “Ella me hizo leer a los primeros grandes nombres de la literatura rusa, que tanta influencia tuvieron sobre mí”, contó el escritor. Por esos años, Mistral comenzó a publicar sus primeros poemarios: Sonetos de la muerte (1914) y Desolación (1920). Poco a poco fue ganando cierta notoriedad y algunos galardones, como el primer premio de los Juegos Florales, un reconocimiento que otorgaba la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, al tiempo que seguía escribiendo para una considerable variedad de publicaciones: entre ellas la revista Elegancias dirigida por Rubén Darío, que en esa época residía en París.
Desde su más temprana juventud se formó para ser una intelectual de relevancia. Nunca dejó de lado su conciencia de clase ni perdió de vista los ideales que se había trazado de pequeña. «Sus lecturas de la Biblia, de autores como Vargas Vila, Martí, Tagore, Junqueiro, Darío, Maritain, de los clásicos españoles y rusos, influyeron en su personalidad. El hecho de ser pacifista, libertaria y feminista le causó problemas. Salió en defensa de Sandino cuando Estados Unidos amenazaba invadir Nicaragua; luchó por los derechos humanos, el voto de la mujer y la igualdad con el hombre», afirma Sergio Macías en su libro Gabriela Mistral o Retrato de una peregrina.
Por su parte, la especialista Caroline Bojarski, de la Université Lumiere Lyon, comentó: “A partir de entonces sus poemas se leyeron en todo el país y a través del mundo, hasta tal punto que la primera edición de su libro Desolación fue norteamericana, al publicarse en Nueva York por el Instituto de las Españas en 1922. La edición chilena se publicó en 1923 en Santiago. Este primer libro es un grito del corazón. En sus versos podemos encontrar muchos de sus sentimientos más íntimos”. Y agregó: “Los temas principales son la pasión, los celos, la muerte y la fe. En Desolación interpela varias veces al Señor, le pregunta dónde van aquellos que se suicidan. En los Sonetos de la muerte dice: ‘Retórnalo a mis brazos o le siegas en flor’, y luego ‘¿Que no sé del amor, que no tuve piedad? ¡Tú que vas a juzgarme, lo comprendes, Señor!’. Este primer libro es de estilo modernista. Hay sonetos alejandrinos, dodecasílabos, endecasílabos (…). Además de las referencias bíblicas hay otro elemento que siempre estará presente en la obra de Gabriela: la naturaleza”.
El suicidio fue un acontecimiento fatalmente próximo en la vida de la poeta. Rómulo Ureta, un funcionario con quien había entablado una intensa relación, se quitó la vida en 1909. Desde ese momento Gabriela quedó muy afectada. Para colmo de males, el abandono volvió a propinar su latigazo: Carlos Miguel Godoy Vallejos, según se dice, fue su medio hermano por parte de padre. Al morir su madre, en 1929, Carlos Miguel repitió la misma historia de su progenitor y decidió abandonar a su hijo para entregárselo a su media hermana. Gabriela lo aceptó y lo crió como si fuera propio; le decían “Yin Yin”. Pero a sus dieciocho años, “Yin Yin” también se quitó la vida. El fantasma de la tragedia volvía a ganar la escena.
La primera latinoamericana Premio Nobel de Literatura
Mistral, además de la literatura, tenía otros grandes intereses, como la docencia y la pedagogía, y ya contaba con cierto prestigio (sobre todo en su país). Así fue que en 1922, el Secretario de Educación de México, el escritor José Vasconcelos, la convocó para participar de una gran reforma educativa. Mistral no dudó en viajar y compartir sus experiencias. Al tiempo que cooperaba con la reforma de Vasconcelos en México y antes de viajar por Europa y Estados Unidos, publicó Lecturas para mujeres (1923). Luego, en Barcelona, se imprimió la antología Las mejores poesías. Paralelamente continuaba con su labor educativa, alternándola con cargos diplomáticos. Durante la década del 30 dio clases en los Estados Unidos (Bernard College, Vassar College y Middlebury College), trabajó en las Universidades de Puerto Rico, La Habana y Panamá, y en 1933 fue nombrada cónsul de Chile en Madrid.
En 1938 publicó Tala, un libro de poemas dedicado a los niños españoles que murieron en la Guerra Civil. Tala fue editado en Buenos Aires por la revista Sur de Victoria Ocampo. Un dato curioso al respecto: Victoria nació el mismo día que Gabriela, apenas un año después, y fueron grandes amigas que mantuvieron una profusa relación epistolar.
Hacia 1945, la autora ya tenía siete libros publicados. Y el 10 de diciembre de ese año recibió el Premio Nobel de Literatura. Según la academia sueca, por “su obra lírica que, inspirada en poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”. Y así llegaron otros, como el Premio Serra de las Américas de la Academy of American Franciscan History de Washington (1950) y el Premio Nacional de Literatura de Chile (1951). En 1953 fue nombrada cónsul en Nueva York y también delegada de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Con el dinero del galardón de la academia sueca, Mistral se compró una casa en Santa Mónica, California, mientras cumplía su función de cónsul en Los Ángeles. En esa época conoció a Doris Dana, una escritora estadounidense que, luego de visitar una exposición de su obra en el Bernard College, le envió un texto en el que hablaba de Thomas Mann, un escritor a quien ambas admiraban. Tiempo después, Mistral y Dana comenzaron una relación que se mantuvo viva a través de una nutrida correspondencia que se publicó en un libro póstumo llamado Niña errante. Cartas a Doris Dana.
En 1954, Mistral dio a prensa el que sería su último libro, Lagar. Al respecto, Bojarski explicó: “Los temas abordados son los de la muerte de su querido hijo adoptivo Yin-Yin, cuyo suicidio es para ella un acontecimiento tremendamente difícil de superar, pero también la guerra, la naturaleza, la tierra (el valle del Elqui, el Yucatán), la infancia y la locura. En estos poemas sobre la locura, Gabriela revela su incapacidad de ajustarse a las normas establecidas por la sociedad de su tiempo. En 1991 se publicó como libro póstumo Lagar II, en el que encontramos también poemas extraídos de los archivos y editados para el centenario de su muerte”.
El 10 de enero de 1957, luego de una larga lucha contra el cáncer, Mistral falleció en el Hospital de Hemsptead, Nueva York. Posteriormente aparecieron otros títulos que reúnen parte de sus prosas, rondas, cantos, oraciones y poemas. En la actualidad, el Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional de Chile posee el fondo documental más importante de su obra: 563 piezas, manuscritos, epistolarios, fotografías y otros documentos relevantes.
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