Desde los primeros burgos que aparecieron a los costados de los castillos tras las cruzadas (1300), y más aún luego de los cercamientos (1600-1700), como señalan estudiosos como Henri Pirenne[i], Eric Wolf[ii] o Fabián Campagne[iii], la palabra “libertad” comenzó a sonar de otra manera. Dejó de lado el peso de moralidad, justicia y responsabilidad para pasar a poseer una valorización ligada al progreso, específicamente a una idea de progreso (geográficamente situada en el Atlántico Norte) relacionada con la irrupción de la propiedad privada y del modo de producción capitalista.

En resumen, el término en su espíritu tenía poco que ver con la idea de libertad de la Antigüedad, formada de la conjunción del sufijo latino tat (tas, tatis) más el adjetivo liber, que significaba “libre en el sentido amplio”. Antes, se relacionaba con la situación, circunstancias o condiciones de quien no era esclavo, ni sujeto, ni impuesto al deseo de otros de forma coercitiva. Por otra parte, ejercer la libertad en la Antigüedad tenía sus limitaciones, ya que la libertad permitía a alguien decidir si quería hacer algo o no, lo hacía libre, pero también responsable de sus actos en la medida en que comprendiera las consecuencias de ellos[iv].

Justamente, la Modernidad cargada de un progreso que no era otro que el progreso del capital, borró la parte de las consecuencias de los actos cometidos en alas de la libertad. En consecuencia, la libertad a veces llegaba a las Américas en barcos ingleses y holandeses cargados de esclavos o se ejercía expulsando o aniquilando de las tierras comunitarias a los pueblos indígenas y a las congregaciones religiosas. El Iluminismo, la Ilustración, también hicieron su gran fiesta con esta palabra. Quienes tuvieran educación universitaria gozarían de la libertad, los demás ni siquiera comprenderían de qué se trataba. Como señala el pensador nacional Fermín Chávez, bajo la fórmula de “Civilización o barbarie” se profesaba una libertad antihistórica, acultural[v], en síntesis: des-humanizada. Era más importante el conocimiento que los humanos.

Hoy tristemente observo que en los medios de comunicación hegemónicos vuelve a difundirse fuertemente una idea de libertad des-humanizada. Probablemente quien mejor explica todo esto es Alejandro Dolina, quien hace unos días afirmó: «Si hay un virus que está matando millones de personas, no puede haber pediatras diciendo ‘a los niños les hace mal no ir al colegio’. Claro que hace mal no ir al colegio, pero mucho peor les hace contagiarse. Por no ir al colegio no se está muriendo nadie. […] Son asuntos diferentes, hay un supuesto ‘humanismo pediátrico’ que dice ‘la educación es lo más importante de la vida’. Pero si tenemos una pandemia, tal vez tendríamos que rever esto, no es lo más importante en este momento. Yo no sé nada, pero sé pensar, y sé cuándo un pensamiento es pertinente y cuándo no lo es. Que los chicos necesitan ir a la escuela en medio de una pandemia, es un pensamiento impertinente. […] Por favor, alguien que piense bien, que no mezcle, que no se hagan lío, no se metan a pensar si no están acostumbrados.”[vi]    


[i]Pirenne, Henri, Historia económica y social de la Edad Media, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1939

[ii]Wolf, Eric, Europa y la gente sin historia, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005.

[iii]Campagne, Fabián, Feudalismo tardío y revolución. Campesinado y trasformaciones agrarias en Francia e Inglaterra (siglos XVI-XVIII), Buenos Aires, Prometeo, 2005.

[iv]Diccionario de la Real Academia Española y Asociación de Academia de la lengua Española, Madrid, Espasa Calpe, 2014. 

[v]Chávez, Fermín, Epistemología de la periferia, Remedios de Escalada, Ediciones de la UNLa, 2012.

[vi]Dolina, Alejandro, “La urgente necesidad”, en Revista y Editorial Sudestada, Buenos Aires, 30 de marzo de 2021. 

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