“Ven a caminar,
la bohemia simple de una calle de arrabal,
donde Homero aún espera todo el terraplén,
al morir la tarde, con un pájaro en la voz
igual que este amor, igual que este amor.
Y te amo tanto, como a las glicinas
de los viejos patios de mi puente Alsina,
como amé los años tiernos de la infancia,
donde solo un sueño, eran mi esperanza”.
Amor en Buenos Aires
Rubén Amado
Un día del año 1996 el canal Crónica TV envió a Graciela Guiñazú a hacerle un reportaje a Sandro en su espectáculo “Historia viva”. Comenzó así un camino de diez años de guardias, esperas y entrevistas, en los que la periodista fue conociendo al ídolo y al hombre detrás de él. Guiñazú fue la persona que le hizo más entrevistas a Sandro; escribió y publicó cuatro libros sobre él; participó en los guiones de la miniserie que se estrenará el próximo mes de marzo, y se convirtió en la biógrafa autorizada de quien llegó a conmover a toda América.
Pero antes de llegar a ser el ídolo de millones de personas, Roberto Sánchez tuvo una infancia como la de cualquier otro chico de Valentín Alsina, al lado del Riachuelo, en el partido de Lanús.
-¿Qué significa el barrio para Sandro?
-Valentín Alsina es tan importante para él, está tan identificado con él, que hasta le compusieron una canción que habla del Puente Alsina, “Amor en Buenos Aires” de Rubén Amado, que él cantaba en sus shows. Desde muy chico Sandro sintió el barrio. Siempre contaba que todo su mundo había transcurrido en cuatro manzanas de Valentín Alsina.
-¿Había nacido ahí?
-No, en la Maternidad Sardá, en Parque Patricios, el 19 de agosto de 1945. Era el hijo único de Vicente Sánchez e Irma Nidia Ocampo, “Nina”. El padre se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar al frigorífico Wilson que estaba en Valentín Alsina, que para entonces era un suburbio obrero. No había muchas casas, había sobre todo descampados y fábricas.
-¿Era realmente gitano?
-Sí, el abuelo paterno era húngaro, gitano, de apellido Papadópolus. Al migrar a España lo cambió por Revaduglias y después, al venir al país, por Sánchez. Los padres habían querido ponerle Sandro de nombre –derivado del gitano “Sandor”-, pero en ese entonces no lo permitían en el Registro Civil de modo que lo llamaron Roberto. Sandro sabía hablar el idioma de los gitanos. Tenía una inteligencia y una imaginación asombrosas teniendo en cuenta el ámbito donde había nacido, con poco entorno para la fantasía. La mamá sufría reuma, y a los 21 años, cuando Sandro tenía un año, se le declaró una artritis deformante que la fue entumeciendo. La familia vivía en una pequeña habitación en el conventillo que estaba en Tuyutí 3016. A la mamá, Nina, le gustaba cantar y bailar. Lo llevaba a la biblioteca del barrio, la Biblioteca Popular Sarmiento –frente a la plaza de Valentín Alsina- y él ahí se hizo gran lector: de Las mil y una noches a los libros de la colección Robin Hood, los de Verne y los de Salgari. La mamá también lo llevaba al cine todas las semanas. Mientras tanto el pequeño Roberto iba a la escuela del Estado Nº 3 República de Brasil.
Debut en el barrio
Sandro aparentaba ser mayor. A los nueve años asistió a su primer baile de carnaval en el Club Sportivo Alsina, a los diez el papá le dio las llaves de casa y pronto empezó a frecuentar el Bar Pancho que estaba frente al Sportivo Alsina.
-¿Cuándo fue su primer show?
-En realidad su primera actuación fue el día de la Independencia, el 9 de julio de 1958, en un acto de la escuela donde imitó a Elvis Presley. A los 12 debutó como artista en el salón “La Polonesa” de Valentín Alsina con una parodia de Elvis Presley. La idea era hacer fonomímica, pero el disco de pasta se rompió y él cantó a capella. Fue su primera ovación. En esa época a él y a los amigos los contrataban para dar serenatas por el barrio. A los 15 escribió su primer rock, Comiendo rosquitas calientes en Puente Alsina, y debutó como solista en el Recreo San Andrés, de Villa Jardín. Esa noche se presentó por primera vez como “Sandro”. Cuando tenía 22 años murió su padre de una triquinosis contraída en el frigorífico Wilson. Para entonces los padres habían dejado el conventillo y vivían en una casa en Lanús que Sandro les había regalado.
-¿Estudiaba música?
-No, aprendió solo. Un amigo le enseñó a tocar la guitarra en el Bar Pancho -en la esquina de Alsina y Choele Choel, Valentín Alsina-, y él practicaba en su casa con una guitarra rota. No tomó clases de canto ni de instrumentos, recién al ser más grande aprendió música. También componía. Al principio la mamá, Nina, le cosía los trajes que él mismo se diseñaba para los shows. Más tarde, cuando empezó a estar imposibilitada por la artritis, también le cosía Leo, la mamá de Carlos Galoppo, su amigo del taller mecánico, a quien Sandro seguía visitando cuando ya era un ídolo. A Sandro le gustaba muchísimo el tango, música que se escuchaba mucho en Puente Alsina y en el conventillo.
-Siempre tuvo una conexión especial con su público, ¿no?
-Sí, yo pienso que además de cantar canciones, recitar, contar chistes, la conexión que tenía con el público era real, y con los años se fue haciendo todavía más intensa. Algunas de “las nenas” lo empezaron a seguir cuando tenían diez, once años. Él tenía una pulsera de oro macizo que se había hecho con todas las cadenitas que le tiraban las fans. Mirá qué inteligente que era que cuando ya no podía cantar tanto, y empezó a necesitar del cariño de su público y no podía esforzarse, hizo que su cumpleaños fuera como un recital. En uno de los cumpleaños en su casa de Banfield hubo más gente que la que entra en el teatro Gran Rex. Y él lo único que hacía era salir y saludar y sacarse fotos con “las nenas”.
-¿Cuándo fue su último recital?
-El 16 de mayo de 2004, con “La profecía”. Él se despidió ese día y volvía en septiembre. No podía cantar en invierno porque le hacía muy mal. Tenía todo vendido para los shows de septiembre y en julio me citó el estudio de grabación “Súper Gaucho”, en Caballito, porque estaba haciendo un disco, “Amor gitano”; ahí él me contó que no iba a volver. La nota más importante que él me dio fue contarnos la enfermedad a mí y a Héctor Ricardo García. En el libro nuevo “Sandro de América” (reedición ampliada de “Sandro el ídolo que volvió de la muerte”, el primer libro que Guiñazú escribió sobre Sandro), llego a la conclusión de que de todas las primicias que él me dio en casi diez años de relación periodística la más importante fue cuando me dijo que no iba a volver a cantar en vivo. Fue muy triste. Tuvimos que empezar dos veces la nota porque se emocionó. Mirando algunas fotos de él, una ve que empezó tan joven que a los 30 o 35 años ya había vivido lo que nosotros vivimos en 60.
-¿Cómo era Sandro?
-Una persona íntegra, de muchísimos valores. Más allá de lo físico era una persona muy atractiva, sinceramente tenía un imán. Cuando lo vi cantar en vivo por primera vez pude apreciar al artista: me dije “qué ignorantes que somos muchas veces, prejuiciosos…”, porque era un artista enorme. Por cómo armaba sus shows, cómo los desarrollaba, cómo improvisaba o no, haciendo todo un monólogo. Era muy completo, muy histriónico, muy conocedor del escenario y muy respetuoso de su público. Él mismo diseñaba los escenarios, el vestuario, la puesta: reunía muchos requisitos que es raro encontrar, y tanto profesionalismo. Además las canciones las componía él. Fue uno de los artistas más completos no solo de la Argentina sino de toda Latinoamérica. Como persona lo que más me llamaba la atención es que era muy interesante. Tenía una amplia cultura, leía de todo, podía hablar de cualquier cosa y a su vez era muy cálido, muy divertido, muy buen anfitrión. Una persona honesta que tenía los códigos muy a la antigua del barrio: eso lo conservaba mucho, era caballero, era “al pan pan y al vino vino”, como decía él. Una está acostumbrada a que un artista del nivel de él sea mucho más divo. Otra cosa importante es que era muy generoso con sus colegas. En los reportajes yo siempre trataba de desentrañar quién era él, porque estaba esa cosa del misterio que a nosotros los periodistas nos llama tanto la atención. Tenía bien separada su intimidad de su personaje, era como un juego que él hacía: según decía porque si no, al principio, lo suyo había sido una explosión tan grande que realmente no podía ni salir a la calle. Cosas que a una le cuesta imaginar porque todo lo que hizo, lo hizo sin la mediatización actual, sin celulares, sin Internet. Todo lo que construyó fue con una valija en la mano y a fuerza de seducción.
-En algún momento los músicos argentinos empezaron a verlo de otra manera, ¿no?
-Sí, en el ‘98 explota: deja de ser “un grasa” para ser un ídolo de todos. Músicos y rockeros le reconocen su pasado rockero. Qué injustos y negadores somos muchas veces: Sandro había sido negado por los propios rockeros cuando es sumamente evidente y comprobable que tiene un pasado rockero y que es uno de los pioneros del rock en castellano. Y no solamente del rock argentino. Decía Sandro algo que es bastante interesante: que el rock existe antes que Elvis. Inclusive acá en la Argentina el rock existía antes que Sandro. Estaba Eddie Pequenino, por ejemplo; lo que pasa es que Eddie Pequenino fue negado porque después se fue por el lado del humor. Tampoco Sandro ha quedado en los anales de la historia del rock argentino.
-¿Qué proyectos estás manejando?
-En realidad, me resulta difícil imaginarme sin Sandro cerca. Ya formamos un equipo de trabajo, y todo el tiempo se nos ocurren cosas. O pasan cosas mágicas: por ejemplo, encontramos la película “Tú me enloqueces” que dirigió él, de la cual no hay copias. Un día en Banfield nos pusimos a buscar y encontramos unas latas gigantes en un lugar secreto, tras una falsa pared con un placarcito. Eran las latas originales de la película. Para mí son como pequeños hallazgos que algo deben de querer decir. Mi mayor expectativa es llevar a cabo un proyecto cultural con “El castillo”, el edificio que diseñó e hizo construir para hacer su estudio de grabación y que finalmente funcionó como sus oficinas; está sobre la calle Pavón. Si se puede, mezclado con gastronomía, porque Sandro también era un apasionado por la gastronomía: tenía libros de recetas caseras y un montón de agendas con recetas propias y no propias. Ojalá también podamos hacer un museo en la casa de la calle Beruti, en Banfield. Y después, todo lo que se pueda.
“Yo soy Buenos Aires, tengo todo: el idioma, la mirada, la marca del Riachuelo; el estigma del Riachuelo, tengo encima”.
Roberto Sánchez, Sandro
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