La unidad del peronismo contra la injusticia

Para el jurista Zagrebelsky, la exigencia de justicia surge del sentimiento de injusticia. No plantea la justicia en la Tierra sino luchar contra la injusticia, y nos propone un iusnaturalismo del sentimiento y dejar atrás la razón pura como ciencia del derecho. La historia y la justicia se realizan a través de la conciencia más que con la ciencia.
Muchas páginas se han escrito en la Argentina y en otras latitudes para entender qué fue y qué es el peronismo.
Quienes sufrimos cuando vemos el crecimiento de la pobreza, la desocupación, la especulación financiera y el olvido del desarrollo nacional así como el desdén por la soberanía territorial, alimentaria, económica y popular, quienes también hemos vivido las dictaduras más cruentas en nuestra Patria, reclamamos a la dirigencia peronista la necesidad de la unidad.
Podemos disentir en técnicas para salir de la crisis. Podemos disentir sobre los métodos económicos o simplemente sostener que no nos gustan ciertas figuras por alguna razón. Pero no podemos soslayar que nos une fundamentalmente el sentimiento de injusticia. Por eso reclamamos la unidad.
Quizás Leonardo Favio, como todo gran artista creador, construyó sentido histórico y para eso, en vez de escribir cientos de tomos para que entiendan propios y ajenos el peronismo, bautizó su obra maestra como “Sinfonía del sentimiento”.
Quizás queremos acelerar los tiempos, quizás nos urge resolver este entuerto, quizás no coincidimos en dar gobernabilidad porque sentimos que no es justo. Quizás no aceptamos el canje de votos por intereses provinciales o sectoriales, quizás no perdonamos tantas mentiras, quizás no creemos que el gobierno sea democrático, quizás no aceptamos el déficit cero, porque nos duele el déficit habitacional, alimentario, de empleo, de vivienda, de salud, de educación y todos los déficits sociales. Porque además lo que aumenta no es solo la inflación, sino el sufrimiento del pueblo argentino.
En el Día de la Militancia recordamos que después de dieciocho años de proscripción y exilio de Perón se juntaron todos los y las peronistas y sentimos nuevamente que fueron una injusticia imperdonable el golpe de Estado, la persecución, las cárceles, los fusilamientos de esa época y el posterior genocidio que siguió al golpe de Estado de 1976 con mayor furia criminal.
Por eso creemos que la única herramienta que tenemos es la política para resolver la injusticia y volver a rehacer una Patria justa, libre y soberana.
Vemos en nuestra Patria Grande el triunfo de otros personajes que se dedican a humillar y ofender a las grandes mayorías por raza, por ser mujeres o simplemente por ser pobres.

Nos vuelven a mentir diciendo que el self made man americano, o la meritocracia es a lo que se aspira. Que el esfuerzo personal es lo que hace que una persona sea exitosa. Sin embargo sabemos que nadie se realiza en una comunidad que no se realiza. Quieren crear culpabilidad a quienes pierden su empleo o simplemente no llegan a fin de mes ni a darle sustento a su familia.
Que la política es pasión, y no un cálculo matemático, por supuesto. Y ya sabemos, como sostenía Descartes, que las pasiones no son ni buenas ni malas.
Si bien “pasión” significa “padecer”, del latín pati, patior, toma la forma del afecto intenso que domina al sujeto.
Pero también “pasión” tiene otro significado, que no es un padecer pasivo -passio en el sentido aristotélico como opuesto a la acción-, no en tanto obstáculo epistemológico, enceguecedor, sino que acordamos con Trías en que es una idea nuclear desde la cual comprendemos la realidad, desde la cual se pueden construir una teoría epistemológica y social, una ética y una estética.

Reconstruyendo su concepto de sujeto, Trías lo entiende como “sujeto pasional”. Las pasiones son el principio de la comunidad. A partir de ellas comprendemos el orden racional y accional, la razón teórica y la razón práctica. Son la base empírica del conocimiento, principio fundador de la acción, de la praxis y de la razón. Son un fundamento ontológico, en la medida en que fundamentan el sentido del ser, expresándose en razón, actividad y producción. El sujeto es resultado y efecto del poder de la pasión. El sujeto pasional es un enamorado que produce desde la pasión, víctima a su vez de ella que es pura, desinteresada y sin objeto. Como sostenía Ortega y Gasset, “ideas tenemos pero en las creencias estamos. Las creencias son ideas que somos”.

El error de las epistemologías es querer construir una objetividad abstracta y universal a expensas de la singularidad, de la particularidad de los sucesos que nos hacen padecer. Por eso, en lo real se trata «de un proceso único de entrecruzamientos y de encuentros en el que están complicados conocimiento y acción, arte y producción, pasión y praxis».

A su vez, el psicoanálisis nos dice que el superyó es el pasado ajeno, de los otros. Pero, ¿quiénes son los «padres» de la Patria? y ¿qué papel jugaron los intelectuales, filósofos, políticos y artistas en la historia? Tuvimos un Libertador que se educó en el ejército del Conquistador y después de haber liberado a los pueblos del Sur de quienes lo habían educado, murió exiliado por su propia gente en Francia; un primer Gobernador nacionalista acusado de salvajismo que murió exiliado en Inglaterra; un intelectual que sentando lo que serían las «Bases» de la Patria, sostenía que la libertad era como el ferrocarril, al que solo podía manejar un maquinista inglés; un político y educador nacional, “el padre del aula inmortal”, que importaba maestras de Inglaterra para civilizarnos; un primer líder nacional y popular que fue derrocado y humillado muriendo en la absoluta soledad e indigencia; otro líder popular que fue también derrocado, vilipendiado y exiliado durante dieciocho años y una mujer a la que, santificada por los humildes, la inteligentzia acusaba de prostitución.

¿Quién nos puso en esa contradicción que sostenía que el desarrollo nacional implica necesariamente optar entre civilización ajena o barbarie propia?
La élite o la clase dominante de la inteligentzia nacional se ha comportado siempre en forma especular, asumiendo la imagen y representación del Otro para pensarse a sí misma y para comportarse políticamente. No puede imaginarse un destino propio vernáculo en la medida en que tampoco asume su propio pasado con todas sus ambivalencias y sus vergüenzas.

Entendemos a los intelectuales, políticos y artistas como aquellos fundamentalmente dedicados a producir y reproducir los valores culturales, como sujetos pasionales que se dedican a la construcción simbólica de la realidad.
La historia se escribe con pasiones, nunca con razones. El universo de la razón es el reino de la incertidumbre, de la hesitación. El universo de la pasión es el de la certeza y la creación, el de la praxis y los valores absolutos. Porque las creencias nunca son razones, son valores absolutos encarnados, padecidos por el hombre todo, inescindibles de la acción e inexplicables para la lógica racional. Tan inexplicables por la lógica racional como el misterio de la creación o de la existencia misma.
Porque el hombre no es un sujeto abstracto, racional y universal, homogeneizado por la res cogitans cartesiana. Sus crisis profundas no son crisis de modelos abstractos paradigmáticos y racionales. Son crisis pasionales.
¿Y qué hacemos entonces en esta época de «posmodernismo» cuando aparecen aquellos que han decretado la muerte de las utopías, con un espíritu tan positivista que ruborizaría a los más conspicuos defensores de esa teoría?
En general los posmodernos son aquellos que se dedicaron a construir la imagen del mundo de acuerdo con su concepción ideal del mismo, y no los que se apasionaron en su construcción y que a veces sienten que solo les quedan los «harapos de sus sueños”. Por eso se nos hace insoportable la banalización de las pasiones, el posmodernismo y su vacuidad y, como decía Don Quijote, «si no nos empeñamos más en reparar entuertos es porque estamos fatigados, porque hemos perdido vigor e ilusión para afrontar los caminos, los combates y las derrotas, porque solo nos queda su nostalgia».
En realidad, lo que se evoca y añora es la relación ilusoria con los valores y lo absoluto que se tuvo alguna vez; es la pasión que no nos dejaba ver la finitud y lo efímero de la realidad, la que produce el ocultamiento de la temporalidad. Porque es un infinitivo sin objeto. Porque es fundamento ontológico que, en tanto tal, no se explica desde la externalidad sino desde la inmanencia.
El peronismo -como la queja del bandoneón- cumple con lo que Mircea Eliade llama la «terapéutica arcaica», puesto que la vida no puede repararse, solo recrearse por la repetición simbólica de la cosmogonía, el modelo ejemplar de la creación. La eficacia terapéutica primitiva consistía en pronunciar ritualmente el origen de los remedios, el tiempo sagrado, el tiempo cosmogónico, creador de toda realidad, el tiempo sin temporalidad existencial. Para el religioso, la nostalgia de los orígenes es la nostalgia de la perfección, un retorno a la situación paradisíaca, el tiempo santificado por los dioses.
Para el peronismo, que siente la injusticia, en el Día de la Militancia se manifiesta cantando la Marcha, con las imágenes rituales de Perón y Evita, que lucharon contra la injusticia. Sí es un sentimiento. Sí es una pasión y por eso necesitamos la unidad, para seguir luchando con alegría contra los modelos abstractos de una supuesta civilización ajena donde los únicos privilegiados son los poderes hegemónicos.
Las primeras nociones de música nos enseñan que la diferencia fundamental entre contrapunto y armonía es que en el contrapunto se combinan melodías diferentes pero en la armonía son sonidos diferentes que se escuchan simultáneamente, o sea acordes. Tenemos sonidos diferentes, pero esperamos lograr la armonía del sentimiento.
Otro gran artista, músico, compositor y poeta como Alfredo Zitarrosa ya nos enseñaba que no hay revoluciones tempranas. Crecen desde el pie.

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