Pasatiempo
Cuando éramos niños
Los viejos tenían como 30
Un charco era un océano
La muerte lisa y llana no existía
Cuando muchachos
Los viejos eran gente de 40
Un estanque era océano
La muerte solamente una palabra
Ya cuando nos casamos
Los ancianos estaban en 50
Un lago era un océano
La muerte era la muerte de los otros
Ahora veteranos
Ya le dimos alcance a la verdad
El océano es por fin el océano
Pero la muerte empieza a ser la misma
Mario Benedetti
El siglo XXI estará marcado por el envejecimiento de las poblaciones y las tensiones que en el campo de la gerontología conlleva desde la ética y las políticas públicas propuestas para el sector desde el paradigma de los derechos. En los albores del siglo XXI nos aventuramos a decir que el siglo que dejábamos había estado atravesado por el paradigma mercantilista, pero que el siglo XXI nos alojaría en los derechos humanos, políticos y sociales. Sin embargo, esta solo ha representado una declaración de deseos y, por el contrario, el campo de la gerontología se ha puesto en tensión extrema por el envejecimiento de las poblaciones por una parte y el debilitamiento de los sistemas de la seguridad social por la otra.
El desafío que nos interpela está representado por las posibilidades que tenemos como sociedad para aportar a la construcción de un envejecimiento participativo, solidario y con derechos, en el que las personas mayores puedan ser polea de transmisión de la memoria social y los valores a través del fortalecimiento de los vínculos intergeneracionales, en una sociedad con lugar para todos y todas.
La construcción social comprometida, solidaria y con reciprocidad nos brinda la oportunidad de vínculos más transversales que contribuyan a acortar la desigualdad en la distribución de ciertos atributos vinculados al saber y al tener a través de la puesta en valor de las diferencias y la diversidad (Oddone, J.2001) Se trata de destacar, recuperar y legitimar los conocimientos de las PM comprometidas en la construcción social colectiva. Espacios creativos que pongan en debate tanto la promoción de iniciativas orientadas a recuperar y/o mantener habilidades personales, sociales, culturales, de cuidados, comunicación, aprendizaje, pensamiento, de integración y participación comunitaria.
De esta manera la mentada calidad de vida podrá ser pensada no solo desde aspectos objetivos sino también desde aspectos subjetivos, recogiendo así tanto las “condiciones de vida” como las “experiencias de vida”.
La diversidad de los cursos de vida nos llevan a cuestionar “la vejez” como abarcativa, totalizadora y homogeneizante para hablar de “las vejeces” y la complejidad que las atraviesa según el contexto sociohistórico de su desarrollo.
[…] “cada grupo cultural produce su propio tipo de envejecimiento, sus propios viejos, y las cualidades que designan a este producto deberán ser leídas dentro del momento socio-histórico-político de su producción” (Strejilevich, 1990).En épocas de posmodernidad y liberalismo, en sociedades donde el consumo y la inmediatez marcan las posiciones sociales a aspirar, el paradigma es eurocéntrico y preconfigura un sujeto blanco, varón, joven, consumidor y deportista. Siendo estos emblemas del éxito social, las posibilidades efectivas de intercambios sociales se debilitan frente a construcciones estereotipadas y devaluadas de la vejez.
La edad cronológica es uno de los principales indicadores para afianzar estereotipos y discriminaciones, estigmatizando en una lectura homogeneizante a todas las personas según el grupo etario al que pertenecen. El “edadismo” o “viejismo”[1] instala así una vejez marcada por la pérdida de capacidades físicas, psíquicas y sociales vinculándola a la enfermedad y el deterioro, prefigurando un sujeto social desvalido para el cual se diseñarán las políticas públicas acordes a dicha construcción.
Beauvoir aclara “[…] la vejez se presenta con más claridad a los otros que al sujeto mismo […]. El individuo que envejece no lo nota […]”. (BEAUVOIR, 1970, p. 340)
En un mundo globalizado, promotor de subjetividades individualistas y competitivas, los estereotipos y posibilidades se acrecientan y trascienden las barreras etarias para marcar la desigualdad y la diversidad como rectora en la construcción social, no solo de las vejeces sino de todas y todos los ciudadanos. Son muchas las variables que separan los diferentes agrupamientos sociales produciendo diferentes niveles de segregación, en el caso de las personas mayores a estas se suman la edad y el género como ejes relevantes en los procesos discriminatorios. El enfoque de la desigualdad aplicado a las personas mayores presenta cierta tendencia a considerar la vejez como un tiempo “estanco”, estático, que no se condice con la concepción de la vejez como un proceso durante el cual los sujetos continúan un intercambio activo tanto social como político y económico. A pesar de que se tiende a homogeneizar el concepto de vejez la diversidad se ve reflejada en las diferencias entre los países centrales y periféricos, se replican de acuerdo a las realidades regionales así como en un mismo país, proponiendo realidades muy diferentes y contradictorias.
En general, se considera que los signos del envejecimiento tales como las canas o las arrugas son significativamente menos atractivos para las mujeres que para los hombres. Por consiguiente no es sorprendente que una de las principales preocupaciones que se instalan en las mujeres sea el deterioro físico, ya que evitar la discriminación depende de mantener una apariencia juvenil. Esta exigencia de eterna juventud lleva a parte del colectivo de mujeres viejas a transformarse en consumidoras de productos, promesas y cirugías para borrar las marcas de la vida, el amor, el dolor y el trabajo en el cuerpo. Por otra parte los estereotipos que caracterizan a los hombres como independientes y autosuficientes también los dañan, en tanto las pérdidas de roles, capacidades económicas y supuesta fortaleza condicionan un lugar menos permeable a los pedidos de ayuda y apoyos.
Entre sabios o incapaces, prestigiosos o carenciados, hiperactivos o dependientes se preconfiguran en las generaciones venideras imágenes de vejeces de las que prefieren alejarse, es un espejo en el que no se quieren mirar. Es interesante pensar que a diferencia de otros procesos discriminatorios en los cuales el sujeto podrá no estar o al menos esa es una posibilidad, la discriminación por edad es sostenida por quienes irremediablemente un día serán viejos.
La pandemia por Covid-19 vino a dar visibilidad a las desigualdades de las condiciones de vida de grandes sectores de la sociedad. Sin duda que han sido los sectores más pobres, ya castigados por las políticas neoliberales, los que más sufrieron los efectos de una de las primeras políticas aplicadas: el ASPO. Creció la desocupación, disminuyó la producción y aumentó la pobreza. A la caída de las recaudaciones de la seguridad social, las altas tasas inflacionarias y el empobrecimiento de amplios sectores de la sociedad, se sumaron los efectos del aislamiento social obligatorio con sus consecuencias de falta de atención de patologías previas, en condiciones donde el hacinamiento, la violencia, el miedo y la soledad contribuyeron a una pérdida gradual de la autonomía.
La pandemia que azotó a la humanidad desnudó los procesos de segregación sufridos por las PM, por una parte por la estigmatización que sufrió este colectivo social considerado “in toto” como un grupo vulnerable, sin discriminar la diversidad que lo caracteriza como a cualquier otro grupo social: “la vejez” se impuso sobre las vejeces, desconociendo de esta manera diversidades imprescindibles para la organización y distribución de los cuidados integrales y acceso a los servicios básicos.
En este contexto las relaciones intergeneracionales mostraron sus fortalezas y debilidades con gran crudeza. Es imperativo trabajar sobre este aspecto y promover imágenes más realistas de los diversos envejecimientos, lo cual dependerá de promover relaciones basadas en la confianza, el respeto por la diversidad y la reciprocidad capaces de construir lazos de interdependencia entre las generaciones. Se trata de promover un nuevo escenario con oportunidades de poner en valor los principios y la historia, la memoria y el capital humano y social que una generación puede y debe transmitir a las otras.
“La continuidad de todas las culturas depende de la presencia viva de al menos tres generaciones” (Margaret Med-1990)
El debilitamiento de los lazos intergeneracionales o choque intergeneracional pone en cuestión las cuotas de poder de las que disponen los diferentes grupos en cuestión y los temores de que no haya circulación del poder en el espacio social, sino que el mismo sea acaparado por una de las generaciones en detrimento del crecimiento de la/las otras. Se trata de la garantía de que a los nuevos o, como dice Hannah Arendt, a los recién llegados, se les va a hacer un lugar en el mundo. Una cierta garantía de que las generaciones adultas no se van a quedar, en calidad de patrimonio particular, lo que a su vez les fue legado sino que, en un acto de generosidad y de justicia, lo van a transmitir a los nuevos. Se trata de una herencia plural que, curiosamente, cuanto más se reparte más se acrecienta… De esos patrimonios todos somos herederos, no hay excluidos. (Sáez, 2003a: 355-356)
Los intercambios efectivos entre generaciones abren la posibilidad de saberse para saber, reescribir para elaborar y ampliar los espacios vitales para promover la autonomía, la creatividad y la participación. Pensando en aquello de “seamos realistas, construyamos utopías”, proponemos el proceso de construcción eslabonada de un nuevo contrato social donde la experiencia y la innovación tengan lugar y permita un intercambio y comunicación en condiciones de reciprocidad[2].
[1] El conjunto de miradas negativas que tiene la sociedad con respecto a las personas adultas mayores fue definido como viejismo (ageism), término acuñado en 1969 por Robert N. Butler (primer director del National Institute of Aging en Estados Unidos), para hacer referencia a “una experiencia subjetiva, una inquietud profunda y oscura, una repugnancia y una aversión por la vejez, la enfermedad, la discapacidad y miedo a la pobreza, la inutilidad y la muerte”.
[2] Según el Consorcio Internacional para los Programas Intergeneracionales, estos programas “son vehículos para el intercambio concreto y continuado de recursos y aprendizajes entre las generaciones mayores y las más jóvenes con el fin de conseguir beneficios individuales y sociales” (Hatton-Yeo y Ohsako, 2001) Deben tener continuidad en el tiempo y ser considerados beneficiosos para las diferentes generaciones participantes.
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