Cada 30 de noviembre se celebra el Día Internacional de la Lucha contra los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), con el objetivo de romper con las estigmatizaciones que rondan a estas afecciones y de fomentar la prevención y detección precoz.
Según un informe impulsado por el Instituto de Psiquiatría de Kings College de Londres, el 29 por ciento de la población argentina sufre de alguno de estos trastornos, lo que ubica al país en el segundo lugar a nivel mundial con más casos de este tipo de enfermedades, luego de Japón.
Marina Claros es licenciada en Nutrición y trabaja en dos centros de salud de Lanús, además de dar clases en nuestra universidad. Junto a ella charlamos acerca de estos trastornos, del rol de la familia, de la gordofobia y del límite entre vida saludable y enfermedad.
¿Cómo se define a las TCA? ¿La obesidad está incluida?
El Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría que se llama DSM 5, engloba y caracteriza a los trastornos alimentarios. Ahí la obesidad no se define como un trastorno alimentario pero lo que se está viendo es que la obesidad es una pandemia global, entonces se la puede llegar a relacionar. Sí es un trastorno de la alimentación, pero no entra en este conjunto de enfermedades que tienen un componente más psiquiátrico.
¿Puede prevenirse?
Los trastornos alimenticios están compuestos por tres partes: una neuroquímica-genética muy importante, una parte social, y otra vinculada al estilo de vida y a la alimentación. La parte que más se puede prevenir es la social porque hay un patrón que se repite bastante. Los trastornos alimentarios se dan más que nada en mujeres jóvenes entre los 19 y los 40 años, y está asociado con la rigidez, con las dietas muy restrictivas, con el perfeccionismo, con la mirada sobre el cuerpo, el “pesocentrismo”, etc. Hay un mundo gordofóbico, que hace que nos inculquen a las mujeres desde pequeñas que hay que encajar en ciertos estándares de belleza para poder tener éxito. La realidad es que todos somos diferentes y eso está muy bien.
Argentina tiene una tasa muy alta de casos a pesar de que en los últimos años ha habido un empoderamiento de la mujer y los cuerpos reales…
Sí, la presión social por la delgadez es más fuerte que cualquier movimiento, que está buenísimo porque hay que poner el foco en los cuerpos reales, incluso yo como profesional de la nutrición trato de no centrar mis consultas en el peso, sino en que la persona pueda cambiar sus hábitos alimenticios y ese sea el principio rector, es decir, que la gente sea feliz con el cuerpo que tiene y pueda mejorar su salud global, sacando el foco del cuerpo.
De todas formas, hay otro dato alarmante y es que estamos en el puesto 7 del ranking mundial de cirugías estéticas y dentro de las cirugías que más se realizan en mujeres están las de senos, las abdominoplastías, y las liposucciones. Hay un cambio en las nuevas generaciones con esto de no opinar del cuerpo ajeno, que todos los cuerpos son diferentes, pero es un proceso que lleva tiempo.
Hay un límite finito entre una vida saludable y un trastorno…
Sí, está la ortorexia que es la obsesión por seguir una dieta o un estilo de vida demasiado saludable, es esa línea delgada entre tener un estilo de vida saludable, comer sano, hacer ejercicio y pasarse para el otro lado, donde toda la vida está delimitada y suscripta a la obsesión por comer sano y hacer ejercicio. Cada vez llegan más pacientes que conocen a la perfección las calorías de los alimentos y lo que tienen que hacer para bajar dos o tres kilos antes de una fiesta para que les entre un vestido. Estas conductas son alarmantes y se está empezando a ver en niñas de 9 y 10 años, que es algo gravísimo, un poco por la presión familiar, por los medios, los amigos, etc. Son personas predispuestas a tener un trastorno y el ambiente desencadena todo el resto para que suceda.
¿Qué rol posee la familia?
Debe acompañar y estar presente. Los trastornos en general se dan en familias disfuncionales, con mala relación entre los padres o con padres separados, y también muchas veces son llamados de atención de los chicos, que empiezan a hacerlo como un juego y terminan sin poder salir. Una vez que el trastorno está diagnosticado, la familia es un pilar fundamental y el éxito del tratamiento se basa en el acompañamiento de los familiares y amigos, y en entender que es un proceso y que no es nada sencillo salir adelante. Son patologías muy complejas, que abordan lo psiquiátrico, lo social y lo psicológico.
¿Existen políticas públicas al respecto?
Hay algunos proyectos de ley que están buenos, pero falta mucho, porque involucra demasiados aspectos y áreas, a los medios de comunicación, las publicidades, la comida que se ofrece en las escuelas, abarca mucho.
¿Qué signos hay que tener en cuenta para detectar estas enfermedades?
Una de las formas sencillas es preguntar cómo se siente la persona con el cuerpo. Cuando vienen a consultar para bajar de peso es muy fácil pesquisar y darnos cuenta. Cuando son chicas delgadas y te dicen que se ven gordas o les mostrás diferentes “modelos de cuerpos” y señalan uno que no encaja con el que tienen, hay una distorsión de la imagen corporal.
Tienen una elevada autoexigencia, generalmente tienen mala tolerancia a que les vaya mal en la escuela, en los deportes, etc. También, hay grupos de riesgo, como deportistas de alto rendimiento, bailarinas de ballet, patinadoras, mujeres ejecutivas o con presión con el cuerpo, como los licenciados en nutrición, azafatas, nadadoras.
Y, finalmente, muchos comienzan a aislarse socialmente, a quedarse solos, tienen conductas sospechosas como terminar de comer e ir al baño, o ponen excusas para no comer o para excluir grupos de alimentos, por ejemplo.
Entre los nuevos diagnósticos se encuentran: Vigorexia (ejercicio compulsivo combinado con dieta para hacer músculo), Ortorexia (obsesión por la comida saludable), Diabulimia (omisión de la insulina para bajar de peso) y la Adicción a la comida (se consideraría como una adicción al deseo intenso hacia algunos alimentos en concreto).
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