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Todo burgués piensa que el poeta vive de vacaciones. Que si encima piensa el destino cuando le toca, es un abuso al PBI de la patria. Pero como no nos importa lo que piensa la burguesía, nos ocupamos de esa gente melancólica que va por ahí tomándose vacaciones. Ser poeta no es una elección y no hace falta escribir en verso, sino que es una patología. Una manera de sentir y ver al mundo. Como para que los ubique, son como los ayudantes que tiene el plomero que va a su casa a arreglar un caño. Esa gente taciturna que nunca está en el ahora, que no entiende mucho el pedido del mandado a la ferretería y tiene que volver a pedir instrucciones. Bueno, esos. 

El poeta rara vez planea unas vacaciones, sino que deja que la experiencia lo invada. Alguna invitación de un amigo o jermu, van marcando su itinerario. Por lo general las almas “distintas” eligen la soledad y la contramarcha. Prefieren Mar del Plata en invierno y Capital Federal en enero; o tienen preferencias por los lugares pocos concurridos que son los ideales para que el poeta talle el recuerdo. Preferirían estar en el desierto mismo en malla y sillita de playa esperando el apocalipsis. Pero ojo, no todo es melancolía y tristeza. Muchas veces el poeta recuerda cosas bellas en ese sube y baja del ánimo. Por ellas, es que viaja.

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Las vacaciones son un tema en sí mismo. Porque siempre hay una que nos modificó. Algún amor de verano que se estiró por un año, algún paisaje sin propaganda de “Coca-cola” que se nos quedó en la retina, algún restaurante con buenas mozas donde se comió bueno y barato, miles de fotos sacadas que nadie quiere ver nunca ni en pedo jamás en la vida, vacaciones con algún ex que lentamente serán editadas por el Photoshop de la memoria y la tijera psicológica (y todo se reducirá a un “viaje solo/a”); fotos familiares incompletas: “el rulo ese día tenía fiebre” / “papá, justo estaba durmiendo la siesta”/ “la abuela no quería salir en la foto, para no molestar”, etc. etc. etc.

Es maravilloso pensar en las vacaciones. Porque es como un periodo de gracia que recibimos. Poder pensar “adónde vamos?” gracias a leyes peronistas, y esos destinos posibles se pueden hacer carne. Pensar qué les gustará a los pibes, o querer volver a los lugares donde fuimos felices. Porque las vacaciones tienen algo de eso de lo que hablaba Aristóteles en su Ética, uno se dedica por el ocio a la contemplación. Tiene la cabeza menos ocupada. Los días constan en pensar qué comer y mirar de vez en cuando que sus niños no se ahoguen en la orilla, y en esperar el paso del concepto de verdad en bikini por delante de uno. Eso es estar de vacaciones para el marido de clase media.

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Ahora, como buenos teóricos del concepto que somos, vamos a trabajar con alguna de las ideas que recogimos en vacaciones. Porque el estado de “Lavacación” (se escribe todo junto cuando sos un capo) es una especie de espiritualidad que dura poco, y cambia. No solo por los destinos y los aumentos de las quincenas en el alquiler en Las Toninas, sino porque no es lo mismo irse con amigos en pequeños deptos alquilados que se llenan como si fuera el “Black Friday” en Coto que irse en pareja, que casados con hijos, ni de jubilado. Cambia todo cambia. Comencemos:

La costa eterna

¿Quién no fue hasta el agotamiento a la costa argentina? Hemos agotado el significado, para aplausos de Saussure. Pero ese no es el punto. La idea es agradecer esas vacaciones repetidas que nos dieron nuestros padres. Elegir siempre un destino y hacer un remix anual de la misma costita argentina. Sea “Santa Teresita” o Mar del Plata, siempre se iba a la misma costa. Tener “mi lugar en la playa”, la misma pizzería, el mismo pulóver Mauro Sergio vuelto a comprar en la OFERTA DE VERANO. Enganchar el VHS del recuerdo, pero siendo felices en la repetición.

Cuando llueve y las quincenas para el olvido, o ¿quién trajo al “piedra”?

Todo niño sabe qué es Sacoa. Sabe que ese lugar era el Disney para el niño del Conurbano. Es más, Disney era una cosa que entraba a casa por VHS de vez en cuando. En las vacaciones, cuando llovía, los niños nos poníamos rompepelotas. Si llovía dos días seguidos, los pibes estábamos chochos, porque nos llevaban a “los jueguitos” a gastar pequeñas fortunas, con tal de negociar un futuro buen comportamiento. Así que de niños adorábamos las lluvias vacacionales.

Después están esas quincenas que son de mala suerte. Se espera todo el año unas vacaciones, y llueve toda la quincena. Se vuelve más blanco que Fido Dido. Y se culpa al nuevo integrante de la manada que vino de vacaciones. Por lo general es amigo de algún hijo, o alguna tía solterona.

Más que vacaciones gasoleras, son a sulki

Este concepto era dado por los padres. Tuvimos una vacaciones “regasoleras”. Había como un plan secreto de ir de vacaciones y volver con más guita que con la que se fue. No sé por qué. Amarrocar en disfrute, gastar lo mínimo. Ese era el plan. 

Al tiempo, yo a esto lo viví en carne propia con las primeras vacaciones con amigos. Donde se llegaba con lo justo para el pasaje en micros de mierda, en los que siempre se rompía el aire acondicionado. Gastar todo en birra. Y aprender a comer fideos en latas, paté, picadillo de carne y galletitas de agua como banquete principal. La pizza era nuestro Chichilo, nuestra ambrosía de los dioses. Encima estando todo el día corriendo en la playa llegabas con más hambre que maestro de escuela. Después, ya más grande, aparecieron los “pizza libre”. Así que reforzábamos en esos tugurios de pizza y recuperábamos el peso ideal de elefante con el que habíamos partido.

Viajo con el PAMI porque es más barato

En los trabajos, están los que deben tomarse en enero porque no les queda otra. O los que deben coordinarlas con el trabajo de la señora y la escuela de los chicos. De yapa, el capo del Rulo (el hijo) se llevó cinco materias, así que en febrero no se pueden ir. Después están los que “trabajan en enero”, que esto es como decir “aramos dijo el mosquito”, y después se van en febrero. 

Febrero es las playas para uno solo, o llena de “Cocoon” (abuelitos del PAMI). Si se iba en plan pijotero esta opción iba joya. Si se quería conga, cagaba. Más que sacar a bailar a una jovatonga, no sucedía ninguna aventura; era como Jurassik Park, pero con dinos buenos.

“Pá, ¿puede llevar a mi novia?” (así la coloco mientras todos duermen o se van a la playa, y nosotros vamos más tarde porque estamos cansados, ah re)

Ahora que pasa el tiempo, quiero felicitar a los padres que aceptan al novio o novia de la cría. Porque saben que la felicidad de unas vacaciones a esa edad, está en poder hacer todos los malabares posibles para esconderse de la familia, para poder besuquearse por ahí, o llamar por teléfono a la cigueña y cortar. En las vacaciones, el niños lavaplatos va a hacer las compras, hace todo lo que en el año no hará jamás. Porque uno está en esa edad en que no se puede ir solo, o con amigos; o sí se puede pero hay madres hitlerianas que quieren llevan a toda la familia cual manada. Esta es una buena opción. Pibes que querían dormir siestas, o decían “el sol esta muy fuerte, vamos más tarde”, todo para poder quedarse en el depto y ser un filial del telo “Secret”. A ellos les dedicamos este textos, y a los padres que aceptan el desembarco en Normandía, “el día D”, como si nada.

Solteros que buscan algún amigo casual para construir una épica vacacional desde cero

Cuando uno está muchos años en pareja y después se separa, las vacaciones son un dilema. Los amigos de uno van yendo con sus amores nuevos y sus familias armadas. Claro. Así que uno se queda solo viendo qué onda, adónde ir. Los primos también se fueron por la suya, así que se va y prueba suerte con algún compañero taciturno del trabajo. Y así van conociéndose y odiándose en silencio. Comiéndose las vacaciones más embolantes del mundo. Prefabricando historias, como quien compra una casita en Viviendas Rolón. Se prueban platos picantes, se va a comprar ropa y, a la mirada de terceros, parecen una parejita gay enamorada, que para desmantelar este rumor puede tardar toda “lavacación”.

Las vacaciones como vidriera inmobiliaria

¿Vieron que cuando se vuelve de unas buenas vacaciones, siempre se dice que uno quiere ir a vivir ahí? O intenta volver en lo inmediato. Hay algo de ese tiempo de ocio, que lo vuelve a uno un gatillo fácil de la vivienda. Es que las vacaciones son los offside del alma. Siempre hay uno que hasta averiguó qué hacer por esos pagos, que aunque uno no tenga secundario ahí hay trabajo y se vive bien y hay “seguridá” (medio cabeza el hombre). Después de unos meses, ese hechizo se rompe. El flete nunca se armó para partir. Y uno termina construyendo arriba de su madre, pero con un Smart y aire acondicionado. Porque pobre pero con gustos aristocráticos… y honrado, obvio.

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Conclusiones

Puede pintar pelopicnho en el patio, o ahorrar cinco años para hacer las vacaciones soñadas e irse a un punto x en el mapamundi. Pero “lavacación” es un buen momento para apagar el motor de la cabeza. Uno en ese tiempo sagrado de ocio, puede diseñar su año, su deseo. Desempolvar sueños, o ajustar otros que estén medio tecleando. Decir “este año sí arranco el gym desde febrero”, o “me pongo a estudiar piano”. Después esas misiones se van cayendo por x motivos. 

Pero lo bueno de estar sentado en una reposera, sin pensar que mañana se madruga, es algo impagable. Porque se disfruta el instante, y eso es una gracia divina que muchas veces pasamos por alto (“que mañana tal cosa”, “que llego tarde a otro lado”… etc., etc., etc.) Disfrutar y volver a lo elemental, a esa bella alegría animal, de la que tanto nos hablaba Alejandra Pizarnik. 

* “Tesis sobre vacacionar” es uno de los textos de “Teoría del suelo (Anticonferencias desde los patios de Banfield)” de Ezequiel González.

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