Qué mejor homenaje para los/as maestros/as en su día que reconocer que si en medio de la pandemia fue posible garantizar la continuidad pedagógica de millones de niños/as, adolescentes y jóvenes ello se debió básicamente al esfuerzo y al compromiso docente.

Cuando en marzo pasado se declaró el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, la educación enfrentaba el enorme desafío de reemplazar en forma transitoria y urgente las clases presenciales por dispositivos a distancia que permitiesen seguir brindando el servicio educativo en todos los niveles y en todo el país.

Los/as docentes y los equipos directivos de los establecimientos reorganizaron el trabajo docente para acompañar a sus estudiantes y a sus familias. Esto significó apelar a distintos tipos de recursos tecnológicos y también a la distribución de material impreso. Para ello, en muchos casos tuvieron que mejorar sus equipos informáticos personales, disponer de un espacio en su hogar para realizar las tareas y extender su jornada laboral más allá de todo límite. Y muchos/as siguen yendo a las escuelas para distribuir bolsones alimentarios o material pedagógico. Esto puso de manifiesto algo que ya sucedía antes de la pandemia y que siempre permanece invisible: la jornada laboral docente excede en mucho la carga horaria que se le reconoce, porque además del tiempo en el aula, la docencia implica tiempo para la preparación de las clases, que obviamente varían en sus características en los diferentes niveles, pero no en el trabajo que demandan; tiempo para la corrección de los trabajos de los/es estudiantes; para el intercambio con colegas, etc.

Este esfuerzo docente fue acompañado por las políticas públicas nacionales que, por ejemplo, desde el Portal “Seguimos Educando” ofrecieron recursos educativos para los diferentes niveles o que a través del acuerdo paritario nacional con los gremios docentes, definieron las condiciones de trabajo en el contexto virtual o no presencial, estableciendo que se debe respetar un tiempo laboral equivalente a la carga horaria que determina el cargo y la hora cátedra, el derecho a la desconexión digital fuera del horario de trabajo y previendo las condiciones que se deberán garantizar cuando se retorne en forma progresiva a la presencialidad.

Esta orientación de las políticas públicas del Gobierno Nacional contrasta radicalmente con las políticas que se promovieron durante el gobierno de Macri que, básicamente, consistieron en una restauración del modelo neoliberal de los 90 y que implicaban un ataque a la escuela pública y una desvalorización de los/as docentes.

En este contexto de crisis mundial que se manifiesta en todos los órdenes de la vida social y privada, nos sume en la más absoluta incertidumbre respecto del futuro inmediato y profundiza las desigualdades sociales, la escuela no solo trasmite conocimientos, sino que es la organizadora de la vida social y, a su vez, los/as docentes son la cara visible del Estado frente a niños/as, jóvenes y adolescentes; pero también son quienes pueden dar cuenta de las necesidades de estos. La escuela es la instancia socializadora y formadora en valores imprescindibles para la vida ciudadana, máxime en una situación de desestructuración social como la presente crisis. Es claro que por «escuela» entendemos toda institución educativa, en especial, las de gestión pública que son en general las que contienen a los sectores más desfavorecidos.

Esta función básica que cumple la escuela hace que sea una institución irremplazable en la vida social y en la construcción de la subjetividad. En este sentido, debe interpretarse que lo que se está haciendo en el presente no es una elección por la educación a distancia, sino la continuidad pedagógica de la educación presencial, a través de múltiples dispositivos, en una situación de excepcionalidad.

La pandemia, como lo señalan especialistas de los más diversos campos, pone de manifiesto las desigualdades que existen en la sociedad y las profundiza, hasta el punto tal que la mayoría de las víctimas fatales, en todo el mundo, provienen de los sectores más vulnerados (afroamericanos y latinos en los Estados Unidos, inmigrantes en Europa, los más pobres en América Latina, etc.). En materia educativa y en el actual contexto en que es necesario recurrir a la mediación tecnológica, se advierte la profunda brecha digital en el acceso a conexiones veloces y estables y dispositivos aptos para los requerimientos educativos. Esto se observa tanto en el caso de docentes como de estudiantes, que tienen que compartir sus equipos con sus familiares, que se conectan a través de celulares con las limitaciones que ello implica o, directamente, que no tienen conexión a Internet. Esta situación pone en riesgo educativo a miles de niños/as y adolescentes y jóvenes en todo el país. Un programa como el Conectar Igualdad, discontinuado por el gobierno de Macri, resulta una herramienta fundamental para achicar esta brecha digital, que en el mundo actual es equivalente a lo que en otro momento pudo ser la alfabetización.

Asimismo, el esfuerzo que están haciendo los/as docentes no puede ocultar la necesidad de la implementación de la capacitación universal en el uso pedagógico de las tecnologías digitales, como se había implementado a través de la oferta del INFOD y del Programa Nacional de Formación Permanente (PNFO) «Nuestra Escuela», ambos vaciados o minimizados durante el gobierno de Macri.

Seguramente, cuando se regrese a la presencialidad, habrá una nueva normalidad y esta experiencia dejará sus huellas en todos los órdenes. Las tecnologías digitales serán un complemento necesario de los intercambios que tengan lugar en las aulas; pero hay que estar precavidos porque hay quienes piensan que una plataforma puede reemplazar el vínculo cara a cara. Así como la continuidad pedagógica en la pandemia está siendo posible por el esfuerzo y la creatividad de los/as docentes, también el regreso a las aulas requiere que los/as docentes opinen al respecto. 

Hacer Comentario