El título de la ponencia alude a uno de los elementos de mayor peso en la muy larga y brillante trayectoria del género en nuestro país: sus extraordinarias recaudaciones, que normalmente rondaban en un promedio del 80 por ciento de la capacidad de las salas, y con 14 funciones en seis días: dos de martes a viernes, tres los sábados y tres los domingos.

Estas cifras, que implicaban por supuesto llenos totales los fines de semana, hicieron de la revista un negocio muy envidiado a nivel empresario pero también a otros niveles. Cuando compañías de primeras figuras que montaban obras de grandes autores en espectáculos caros porque eran comunes los elencos numerosos y las escenografías corpóreas con utilería de calidad, debían muchas veces caminar por el filo de la navaja para poder seguir, irritaba esa prosperidad insolente del Maipo y El Nacional.

Este desnivel influyó en parte sobre los comentarios muy adversos que la revista padeció casi sin excepciones. Solo en parte, porque la calidad artística llegó a ser muy baja y sobre todo, con insistencia en lo escatológico, en lo grosero, en la subalternización de la mujer (ya que las vedettes y demás chicas eran denigradas por el capocómico) y en su última etapa con una carencia muy grande de ingenio y de ganas de trabajar: las andanadas de malas palabras y la sucesión de manoseos se convirtieron en el único recurso.

Pero no siempre había sido así. En su época de oro, que va desde el despuntar de los 20 hasta bien entrados los sesenta, los autores nutrieron sus libros con mucha actualidad. Conviene aclarar que estamos considerando “revista” al género que se consolidó luego de la visita de la compañía de Madame Rassimi en 1922, dándole una fisonomía netamente parisina a los espectáculos cómico-musicales que estaban en cartel desde mucho antes. No hay que olvidar que ya en 1898 una obra popular del uruguayo Enrique De María, Ensalada criolla,  es encuadrada como “revista callejera”. Pero la influencia de esta francesa es tan grande que ya un año después, en el 23, los teatros Porteño y Maipo se destacan netamente con revistas que sin desdeñar el sabor local, toman toda la picardía y la sensualidad del Ba Ta Clan, que tal era el título del espectáculo que trajo la Rassimi.

Y así como aparecen las bataclanas y futuras estrellas femeninas (Gloria Guzmán, Tita Merello, Celia Gámez, Sofía Bozán, Carmen Lamas, y dos con nombres europeos, Hortensia Arnaud y Sara Watle), las cancionistas –estas y otras- armaron un inesperado trampolín para el tango: muchos grandes éxitos se estrenaron en la revista, incluyendo los más populares de Discépolo.

También los autores afinan la puntería y usan la vida cotidiana para sus libretos. La política fue aprovechada ampliamente con caricatura de los políticos y sátiras a sus enfáticas propuestas hasta el golpe del 30. Roberto Cayol, que era también sainetero, y Arturo De Bassi, que era también tanguero, estrenaron como autores ¿Quién dijo miedo? en el Maipo en octubre del 24, considerada la primera revista forjada en la nueva fragua francesa. Y según algunos testimonios directos, sus cuadros de letra tenían una mirada muy aguda sobre los hechos del momento.

Así fue en adelante, incluyendo chistes políticos aun durante gobiernos militares, si bien muy maquillados y más cerca de la obsecuencia que de la burla.

Los célebres monólogos de Pepe Arias me relevan de abundar más en el tema, porque este actor con sus grandes recursos mímicos y su genio para decir sin decir, permitió aprovechar al máximo lo político: primero en el Maipo con libros de Amadori, Botta y Bronemberg, luego en El Nacional y en el Tabarís con letra de Carlos A. Petit. Los muchos espectadores que tiene el cine argentino antiguo en la TV desde varias décadas atrás –fue un clásico del canal oficial con diversos  periodistas-conductores entre los que me incluyo ya que hicimos un éxito con Carlos Morelli en ATC que duró del 83 al 94 y luego seguimos en el cable Space, Función Privada– tal vez miren con curiosidad a Pepe Arias. No es el cómico clásico propenso a la caricatura fácil. Es más bien un tipo tristón que se burla de sus desventuras y que le saca un provecho bien porteño a sus travesuras. Más sutil que el payaso de feria, tiene en lo suyo un toque grotesco pero no italiano como el que nutrió nuestro teatro; él forjó intérpretes al manera de Raimú, muy famoso en su apogeo a comienzos del siglo veinte. Me detengo en Pepe Arias porque aunque triunfó en nuestra pantalla casi desde el principio todo lo había cincelado en la revista.

Estas presencias supieron jerarquizar el género rescatándolo de la vulgaridad, además del gusto y el gasto que casi siempre mostraban sus números musicales. También le dieron un nivel destacado sus otros grandes cómicos: Dringue Farías, Carlos Castro Castrito, Marcos Caplán, Mario Fortuna, Alberto Anchart, Adolfo Stray, Gogó Andreu, Alfredo Barbieri, Don Pelele.

Y sus vedettes, que en el primerísimo nivel compartieron el mismo nombre, Nélida: Roca y Lobato. Sin virtudes danzantes pero llena de erotismo primitivo la primera, gran bailarina y acróbata la segunda, argentina pero importada directamente de París. Y París, siempre París: May Avril y Xenia Monti, nacidas en Francia, se quedaron aquí. También se quedarían después tres inglesas del grupo Blue Bells Girls, altísimas e impactantes señoritas de Londres contratadas por Petit para rodear a la Lobato. Y de aquellos viejos buenos tiempos no olvidemos a las llamadas atracciones internacionales: cantantes, artistas excéntricos o magos que hacían un número en la revista. Desde Maurice Chevalier hasta Armando Manzanero, de la notable ventrílocua española Maricarmen a la primera travesti, Cocinelle, estuvieron todos.

   Después… el tobogán, el facilismo, la chabacanería, el lugar común, la procacidad. Pero durante décadas y sin dejar de ser un género menor, la revista fue un éxito imperdonable. Y un signo de identidad popular.

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