En los años 90 surgió un proceso -prácticamente inédito en el país- de creación de universidades en el Conurbano Bonaerense. Según el Censo Nacional 1991, en ese momento el partido de Lanús contaba con 503.420 habitantes: su densidad de población era más parecida a la de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que a la del resto de los partidos que la rodeaban. Al mismo tiempo, Lanús y Berazategui eran los partidos con mayor crecimiento de población universitaria. Una nueva universidad, además de apuntar a satisfacer la demanda local de recursos humanos formados en el nivel superior, posibilitaría que muchos más jóvenes pudieran acceder a la formación universitaria, sin que les demandara un tiempo ni unos recursos económicos de los que quizás carecieran. Localizarla en Lanús sería tan beneficioso para la gente del partido como para los habitantes en una extensa área de influencia.
La Universidad Nacional de Lanús fue creada en junio de 1995 mediante la Ley Nacional Nº24.496, por la que también se nombró Rectora Organizadora de la flamante institución a la Dra. Ana Jaramillo.
“Convoqué a gente en la que yo confiaba -rememoró Jaramillo-. Al Dr. Tangelson a quien había conocido en la Universidad de México en 1977, al Dr. Daniel Rodríguez a quien conocía por su experiencia en el Hospital Evita de Lanús, a Héctor Muzzopappa quien había sido un compañero de facultad de la carrera de Filosofía, a Mirta Fabris -abogada de presos políticos y jueza-, A Leonardo Franco -que había sido representante residente en Costa Rica de ACNUR-, al amigo Claudio Loiseau con quien ya habíamos trabajado juntos, a Cristina Enghel, a Georgina Hernández, a Patricia Durruty, a quienes conocía desde tiempo atrás. Empezamos a delinear el proyecto de universidad que queríamos crear. Nuestro planteo no coincidía con el planteo habitual de la universidad pública: creíamos y creemos que la universidad tiene que ayudar al país y a sus problemas, colaborando a través de lo que son sus funciones específicas: la formación de profesionales, la investigación científica, la cultura, la superación y el rescate de todo lo que nos ha pasado a los argentinos”.
Desde el principio la UNLa se planteó diferente de una universidad encerrada en sí misma: la elección fue construir una universidad comprometida con el medio, en la cual el conocimiento respondiera no solo a la formación académica sino también a una muy fuerte vinculación con la experiencia y la práctica. Inserta desde el primer momento en la comunidad que la sigue cobijando, se eligió para la imagen gráfica un color que simboliza ese vínculo: el granate, el mismo que identifica al club de fútbol de la zona. Al mismo tiempo comenzaba la búsqueda de un lugar donde empezar a funcionar. La primera etapa en la quinta Zavaleta, la más antigua de Lanús, se concentró en las tareas de organización y los debates acerca de la interacción entre los departamentos y secretarias a crear: la conciencia plena de que los recursos de la Universidad eran y son aportados por la sociedad argentina y que por lo tanto no se pueden dilapidar, cristalizó en la creación de un núcleo departamental que contuviera todos los contenidos significativos de docencia e investigación con la prestación de servicios para todos ellos a través de secretarías unificadas. La propuesta de brindar una educación integradora e integral implicaba innovar y no repetir la concentración disciplinaria de otras casas de altos estudios. Fundar “una universidad orientada a los problemas” implica asumir que cada problema tiene diferentes facetas y abordajes, y por tanto hace imperativo el trabajo interdisciplinario. La respuesta fue la matriz departamental que caracteriza a la UNLa: resultaba casi incongruente pensar en una universidad dirigida a problemas y organizarla por facultades. Nacieron así el departamento de Desarrollo Productivo y Tecnológico, el de Humanidades y Artes, el de Salud Comunitaria y el de Planificación y Políticas Públicas, este último absolutamente innovador en un contexto que, como el que presentaba el año 96, ofrecía una visión orientada fuertemente por el mercado.
El campus de 29 de Septiembre
Después de un tiempo en un edificio de la calle Habana donde comenzaron a dictarse los posgrados -fue tan grande la respuesta de los estudiantes que pronto hubo que alquilar aulas en el Colegio Armenio de Valentín Alsina-, en 1996 se transfirieron a la UNLa los terrenos de origen ferroviario de la calle 29 de Septiembre y Malabia y los de la Avenida Hipólito Yrigoyen, ambos en Remedios de Escalada, por las Leyes Nacionales 24.750 y 24.751. Al año siguiente se instaló en el campus actual el Rectorado. Los terrenos estaban llenos de chatarra, vagones oxidados, antiguos recuerdos del viejo esplendor del ferrocarril que sobresalían entre las malezas: los Talleres que originalmente habían sido del Ferrocarril Sud, testigos de una época de esplendor en que empleaban a miles de trabajadores, estaban prácticamente abandonados; el deterioro edilicio era reflejo del abandono y el olvido de un modelo de país. La llegada de la UNLa fue también fuertemente benéfica para la comunidad lindante. Una de las primeras medidas al instalarse en 29 de Septiembre fue suprimir el gran muro perimetral del predio: el paredón más largo de Lanús, una gran zona ciega, falta de estética y de seguridad, y años atrás funcional a los pelotones de fusilamiento de la dictadura del ’76.
A medida que crecía la oferta educativa y que la Universidad atraía cada vez más estudiantes se sucedieron las inauguraciones de edificios. Se fueron acondicionando los espacios para dar clases y se construyeron también edificios nuevos para llevar adelante la formación y la investigación y proponer, al mismo tiempo, actividades de servicio y cooperación para todos los lanusenses y los habitantes de zonas aledañas.
El crecimiento de la Universidad Nacional de Lanús en estos 24 años de trabajo y pasión ha sido constante y aun vertiginoso: cuatro departamentos con decenas de carreras de grado y de posgrado -muchas de ellas únicas-, institutos de investigación, laboratorios, centros, una editorial, varias revistas, un programa de verano único en el país, y sobre todo un respeto profundo a los valores que la vieron nacer. Uno de los mayores orgullos de la UNLa es la gran cantidad de universitarios de primera generación que pasan por sus aulas, muchos de ellos descendientes de aquellos trabajadores de los Talleres del Ferrocarril Sud donde la desidia fue reemplazada por los saberes y los proyectos de futuro.
LOS DESAFÍOS DE HOY Y DE MAÑANA
Este 4 de junio nuestra universidad celebra su 24º aniversario en medio de un contexto signado por la pandemia, que obligó (y obliga) a repensar la educación superior en pos de seguir garantizando este derecho.
Valeria Suárez, actual secretaria Académica de la UNLa, analiza el crecimiento de la Universidad, las adversidades que debió y debe afrontar, y los desafíos de cara al futuro.
¿Cómo viviste el desarrollo de la UNLa?
Yo entré en el 2001, es decir, casi en los inicios y creo que siempre hubo una coherencia muy fuerte entre lo que se planteaba en ese momento en cuanto al proyecto institucional y lo que hoy es la UNLa. Esa coherencia y visión sobre lo que queríamos hacer fue algo que construyó en base a hacernos preguntas sobre cómo lograrlo. Me parece que como institución nos ayudó mucho a no perder el eje y a concretar lo que nos proponíamos, sin perder de vista lo que son las contradicciones y tensiones que te genera hacer algo novedoso.
Por ejemplo, cuando dijimos que los problemas sociales no están definidos por disciplinas y tuvimos que salir a armar una carrera fue todo un desafío, que provocó tensiones y cuestionamiento. Eso pasó con el armado de la Licenciatura en Seguridad Ciudadana que fue la primera en el país y con la carrera en Tecnologías Ferroviarias que también fue pionera en Argentina, por citar algunos casos. Tuvimos que pensar el diseño, una diagramación nueva, ver quiénes eran los docentes, cómo los formábamos para que enseñen, etc. Creo que asumimos desafíos reales y pudimos hacer todo esto porque trabajamos de una manera súper ordenada ante adversidades, presupuestos acotados, etc. Fuimos muy responsables y supimos construir un andamiaje muy ordenado.
En los primeros años la calidad académica fue un cuestionamiento constante…
Eso fue muy intenso no solo para nosotros, sino para todas las otras universidades que surgieron más adelante. Nuestra aparición le disputó la centralidad a la Universidad de Buenos Aires y planteó el desafío de construir una universidad que iba a estar habitada por estudiantes que no venían de familias universitarias. Ese reto lo volcamos en el dictado de las carreras y en un acompañamiento especial a los estudiantes para que tuvieran una buena calidad académica. Llevó tiempo, procesos de autoevaluación, y tuvimos que mostrar que éramos una universidad de calidad. Finalmente, esa discusión se saldó gracias a la construcción que hicimos porque creíamos en este proyecto. De todas formas, considero que muchas de esas discusiones se plantean desde un tinte ideológico, que es si los sectores populares pueden concurrir o no a la universidad y cursar una carrera. Nosotros somos la prueba de que sí y creemos que la educación superior es un derecho.
¿Cómo vivió la Universidad los distintos vaivenes del país?
Somos una universidad que hizo grandes cosas con un presupuesto que nunca llegó a ser el que nos corresponde. Tenemos una gran criteriosidad en lo que es la asignación del presupuesto, que muchas veces se torna complejo por las decisiones que uno puede tomar para propuestas concretas como designaciones, recategorizaciones, etc. El presupuesto te marca qué podés hacer y qué no. De hecho, el Gobierno nacional derivó fondos que no se habían girado en la administración anterior. Considero que el presupuesto debe ser algo a analizarse para el sistema universitario, no solo para la función de docencia, sino también para las de cooperación e investigación. Este es el primer año que se van a destinar fondos para las actividades de extensión universitaria. En la UNLa trabajamos con las tres cuestiones y cuando pase la pandemia hay que tenerlas en consideración.
¿Cuáles son los desafíos tras la pandemia?
Todos vivimos y construimos en medio de la pandemia, pero hay una discusión que hay que darla para poder elegir lo mejor y es que la universidad va a cambiar, algunos la llaman con modalidad dual, a mí me gusta más el concepto de modalidad anfibia, es decir, que va a tener actividades presenciales y en el entorno tecnológico. La pandemia y esta forma de dar clases nos interrogó sobre el protagonismo de los estudiantes, la tarea docente, las prácticas, y todo esto nos va a llevar a la modificación de nuestra praxis tratando de ver cómo se resignifica la vida universitaria en el futuro. Hay un desafío super importante en construir una universidad que se viene ya, en los próximos meses, con mucha creatividad, seriedad y consensos, tomando las experiencias de docentes y estudiantes.
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