A mediados de octubre comenzó en la Universidad Nacional de Lanús el dictado del Seminario de “El Yrigoyenismo en la historia argentina” dentro del departamento de Planificación y Políticas Públicas que dirige el Dr. Francisco Pestanha. El seminario es una experiencia inédita en la Argentina, principalmente en el marco de una universidad pública y gratuita. El cuerpo docente está integrado por Leopoldo Moreau, Leonardo Santoro, Gustavo López y Carlos Raimundi, políticos y docentes con conocida trayectoria en el movimiento nacional y popular que comenzó con Hipólito Yrigoyen en 1916. Para hablar del seminario y de algunas otras cuestiones nos encontramos con Carlos Raimundi, abogado y docente en las Universidades de La Plata, Quilmes y Lanús.
“Antes que nada quiero hacer un reconocimiento a la Universidad –dijo Raimundi en primer término-. Las universidades del Conurbano en general y la de Lanús en particular están haciendo un aporte histórico al pensamiento, al análisis crítico, a romper las cadenas de la colonización cultural no solo en los contenidos, sino también en lo estético y lo simbólico. La Universidad Nacional de Lanús, hasta en su imagen y en su presentación, es tal vez una de las que ha logrado mayor potencia en este sentido. En un área como la del Conurbano, se está contribuyendo a la formación de una capa social que en unos años, por el nivel de conocimientos y por el nivel de ingreso, estadísticamente podría formar parte de las clases medias. Por la manera de compartir el conocimiento -por las áreas, por los contenidos, por las formas-, esas nuevas clases medias no deberían repetir el pensamiento individualista, aburguesado, desagradecido con sus orígenes sociales que evidencian algunas generaciones de estudiantes universitarios. Debería ser un segmento de la sociedad muy agradecido a las políticas públicas que le dieron la oportunidad de ascender socialmente, a diferencia de las universidades tradicionales que reproducen una cosmovisión orientada a sostener un esquema de poder determinado. Por eso yo me siento muy orgulloso de formar parte de la UNLa”.

-¿Qué significa, hoy, hablar de Yrigoyen?
-En definitiva es hablar y referirnos al movimiento nacional. Toda América Latina y la Argentina en particular se ha debatido históricamente desde su emancipación, y aun antes, entre dos grandes miradas, dos grandes corrientes de pensamiento, dos grandes cosmovisiones: la de la metrópoli que saca provecho del esfuerzo popular apoyada en una élite interna, una oligarquía terrateniente, y del otro lado la cosmovisión popular. Esa cosmovisión popular ha tenido momentos. El Yrigoyenismo es uno de ellos. Pero se trata de una continuidad histórica. El otro día hubo un acto en el que Cristina Fernández de Kirchner estuvo presente, que conmemoraba el centenario de la asunción de Yrigoyen en su primera Presidencia. Hablaba del movimiento nacional y popular como una continuidad histórica, y no como si fueran cosas compartimentadas.

-Sin embargo hubo varias críticas por que la ex Presidenta utilizara algunos elementos de la simbología radical, como la boina blanca o el saludo de Alfonsín.
-Son los mismos que me silbaban cuando yo, como dirigente de la Juventud Radical, decía que la palabra “compañero” es una de las palabras más maravillosas de la lengua castellana, no solo por su sonoridad sino por su significado. Es cierto que hay gente que todavía no lo entiende, pero los que estamos formados en esa matriz del pensamiento nacional y popular sabemos que una de las razones por las cuales no se pudo afianzar el movimiento nacional, en el sentido de consolidar una hegemonía económica y de pensamiento, fue básicamente por sus divisiones al interior del movimiento. Usando una metáfora que utiliza Álvaro García Aguilera, la de la piedra que rompe el cristal, diría que nosotros hemos pasado la vida analizando la dureza de la piedra. Pero ya sabemos que el poder es duro, que cada vez utiliza mecanismos más sofisticados, y que nos va a golpear para rompernos. Lo que nosotros tenemos que hacer es construir una base sólida que se torne irrompible ante la amenaza del poder. Y eso significa superar nuestras diferencias y hasta te diría perdonarnos algunas cosas. Más en un momento como este, en que estamos gobernados por la derecha conservadora, y ni siquiera eso: porque la derecha conservadora disputaba en el terreno de la política, pero estos sectores lo que tratan de hacer es de enajenar la política, de transferir su ejercicio directamente desde los mercados, lisa y llanamente desde el interior de las corporaciones. Lo más complejo es que lo hacen con apoyo popular. Entonces ahí hay un trabajo y una subjetividad, porque el macrismo fue votado por el 51% de los votos y en la Argentina no hay un 51% de oligarcas. Quiere decir que el gran triunfo de ellos está en lo cultural, en el sentido de hacernos creer que nuestra principal pelea está con el colega nuestro, el compañero del grupo de la escuela, el familiar que votó al macrismo. Eso es consolidar el triunfo del poder. Ahí está la grieta. Lo que tenemos que hacer es apelar a que las contradicciones de esa persona que votó al macrismo son las mismas que tengo que yo, y que tenemos que unirnos con esos que critican sin ser parte de la oligarquía. El gran desafío es cómo entrar en esa subjetividad para poder influirla. En definitiva es la misma lucha que tuvieron todas las etapas del movimiento nacional.

-¿En qué sentido?
-Si uno viera los diarios meses después del derrocamiento de Yrigoyen, que fue encarcelado, y leyera los diarios de pocos meses después del derrocamiento de Perón, son un calco de las cosas que hoy dicen de Cristina. Son parte del péndulo de la historia y de cómo el poder actúa tratando de denigrar a los líderes populares para hacer todo lo posible por que no vuelvan a convertirse en una opción política. Una diferencia con Yrigoyen es que, cuando lo derrocan, ya entraba en un momento en que le faltaban pocos años para morir. El esplendor no está en su segundo gobierno. El gran momento de la lucha de Yrigoyen fue la lucha revolucionaria por conseguir el voto y por ser el primer Presidente votado por el pueblo. En cambio a Perón le quedó mucho resto después de que lo derrocaran, y a Cristina le queda mucho resto también después de haber salido de la Presidencia.

-¿Cómo va a tratar estos temas el seminario?
-Desde mi perspectiva, el seminario tiene que ir y venir por la historia y con la historia. Tiene que apelar al conocimiento histórico pero como iluminación del presente y del futuro. Hay que ver cuáles son los paralelismos, cuáles son las diferencias históricas, tratando siempre de crear una masa crítica en el estudiante, no para conseguir que piense de la misma manera que nosotros sino para tratar de que tenga la mayor cantidad de herramientas posibles. Para que, tome la posición que tome, lo haga a partir de un análisis crítico de mirar las cosas en sus distintos lados y no únicamente colonizado por el discurso impuesto unilateralmente por el poder.

-¿Cuál es la parte del seminario a su cargo?
-Los dos extremos: el proceso inicial y el proceso posterior a la caída de Yrigoyen. Yrigoyen surge como joven revolucionario en la Revolución de 1890. A partir de ahí, que se funda la Unión Cívica Radical, no accede al gobierno pero consigue desgastar el régimen del Presidente Miguel Juárez Celman, quien tiene que dejar su cargo al Vicepresidente Carlos Pellegrini. Hay todo un proceso del radicalismo hasta que le arranca al Presidente Sáenz Peña la ley de voto universal, secreto y obligatorio. Se va a analizar el Yrigoyen anterior a ser Presidente y también el golpe de Estado de 1930. La primera parte tiene que ver con que una Argentina de élite a la cual llegan a partir de la segunda mitad del siglo XIX las primeras corrientes de inmigrantes. Una Argentina que era un territorio inabordable desde el punto de vista de su inmensidad, vacío de población, con una degradación y desvalorización de parte de esa élite portuaria del papel del gaucho, del papel del criollo y principalmente del indio; que justifica la “Campaña al desierto”, una campaña de exterminio donde los militares se apropian de la tierra no para cultivarla sino solamente para poseerla, a diferencia de la colonización anglosajona; en lugar de formar una burguesía productiva como aquella, forma una oligarquía terrateniente donde la protección militar no es a la producción sino a la renta; esa es la base de la alianza de clase entre militares y oligarquía que es el germen de los golpes de Estado del siglo XX. Pero llegan las primeras corrientes de inmigración. La Europa clásica se sigue debatiendo en guerras intestinas, entonces los hijos de la primera y la segunda generación de inmigrantes cambian la nostalgia por el pasado que habían dejado por la esperanza por el futuro; su destino no es volver a Europa con lo que le extrajeron a América, sino construir su vida atada al destino del país. Con esto vienen los primeros signos de la modernización dentro de la segunda fase de la Revolución Industrial. Se van creando nuevas ocupaciones, algunos servicios, algunos talleres, se va modificando la composición social de la Argentina y va apareciendo una nueva clase social. Esos hijos de inmigrantes que ocupan lo que podríamos llamar “incipientes clases medias” (comerciantes, profesionales liberales, artesanos y demás) creen que necesitan una nueva expresión política. La revolución de 1890 es de alguna manera el correlato político de una nueva estructura social.

-¿Cómo es el proceso posterior a la caída de Yrigoyen?
-El último módulo que me corresponde en el seminario es trazar una línea de continuidad entre él y el primer Peronismo: cómo las corrientes más férreamente yrigoyenistas se enrolan primero en lo que se llamo “el radicalismo abstencionista”: en la etapa del fraude posterior a 1930, participar en una elección no tenía sentido. El grupo más contundente del pensamiento yrigoyenista construye entonces la siguiente reflexión: “¿De qué sirve votar si el voto va a ser anulado por el fraude? Tenemos que retomar la lucha revolucionaria”. Del otro lado la corriente más alvearista del Partido Radical termina colaborando con el régimen. Frente a eso hay un grupo de radicales que a en 1935 ven que ya no es suficiente pertenecer a la formalidad del partido sino que tienen que crear un nuevo espacio de pensamiento y acción política, y así se crea F.O.R.J.A. (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina). Los fundadores de FORJA, entre los cuales había ex ministros de Yrigoyen como Luis Dellepiane y otros intelectuales radicales tales como Scalabrini Ortiz, Jauretche y Manzi terminan dándole coherencia a ese pensamiento histórico y enrolándose en el primer Peronismo, tal como hacen otros socialistas como Bramuglia que terminó siendo Canciller de Perón o como Borlenghi que fue Ministro del Interior en el primer Peronismo, y que retoman esa línea del pensamiento nacional y popular.

-Desde esta perspectiva, ¿cómo conceptualizaría al Peronismo?
-Yo creo que el justicialismo, por ejemplo, es una categoría partidocrática, es una categoría político electoral. Pero el Peronismo es otra cosa, es otra categoría: el Peronismo es una memoria histórica, es un capital simbólico, un hecho cultural, es una esencia de la Nación convertida en movimiento político y que está enmarcada en un eje conceptual tan amplio como “independencia económica”, “soberanía política” y “justicia social”. Quien se sienta parte del movimiento nacional, entre esas dos cosmovisiones que tenía el país, está tomando partido por una de ellas. Cuando Perón señala que los grandes enemigos son el imperialismo y la oligarquía interna nos está señalando la misma contradicción central que señalaban los caudillos populares desde la emancipación en adelante. Yo me formé en la idea de que tanto en la Argentina como en América Latina hay una contradicción central y que nuestro gran error fue priorizar nuestas contradcciones secundarias por sobre nuestra contradicción central que es con el poder oligárquico. No es entre los grupos internos del movimiento nacional. Diría que el triunfo de Cortés sobre la civilización azteca y de Pizarro sobre el imperio inca fue una victoria por la fuerza, y que la pudieron hacer sobre las divisiones intestinas de los pobladores originales. Siempre el imperio cabalgó sobre nuestra división: “dividir para reinar”. La necesidad de unión del movimiento nacional y popular es absolutamente coherente, y en eso la línea histórica del Yrigoyenismo con el Peronismo, corren de la mano.

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