Por el Decreto 29.337 del Presidente Perón, este 22 de noviembre se cumplen 70 años de la Gratuidad de la Enseñanza Universitaria.

Gracias a ella millones de argentinos pudieron acceder a los estudios universitarios. Sin embargo, muchos se acaban de enterar de que la gratuidad de la enseñanza universitaria no fue una conquista de la Reforma de 1918 ni un don de la naturaleza.

Se debe comprender que la universidad es gratuita para los que cursan los estudios, pero no para el pueblo argentino que la sustenta con su esfuerzo y que en su gran mayoría nunca accederá a los estudios universitarios. Hay casi 45 millones de argentinos que sustentan a más de un millón y medio de estudiantes.

Se hace necesario definir –una vez más- el tema de la autonomía que muchos confunden con soberanía. Si estudiar gratis es un privilegio que paga toda la sociedad, ¿qué debemos hacer los universitarios por el pueblo que nos lo otorga? ¿Por qué algunos siguen pensando que es solo un derecho de los universitarios y que al pueblo no se le debe nada? ¿No tenemos la obligación y la responsabilidad de corresponderle?

Gobernar significa pilotear un barco. El cogobierno universitario implica no solo participar en las decisiones sino tener responsabilidad pública frente a ellas. Las autoridades de todos los claustros en los Consejos Superiores y en las Asambleas –estudiantes, docentes y no docentes- son corresponsables junto a las otras autoridades electas y de gestión por el buen uso de los recursos que se les otorgan, como cualquier otro funcionario público.

Los consejos superiores o directivos no son ni deben ser un campo de batalla sino un espacio de debate sobre la universidad que la sociedad argentina necesita, al tiempo que deciden sobre la asignación y administración de los recursos del pueblo. Ello implica que debe ser transparente y eficiente, así como legitimar su uso ante la sociedad argentina.

La democracia universitaria es una conquista, pero ello no significa que sea un verdadero gobierno del pueblo, sino de sus integrantes. Así como la sociedad toda debe decidir qué política económica se debe implementar para llegar a tener una sociedad más justa, qué política sanitaria se requiere, qué Fuerzas Armadas necesita, o qué sectores sociales proteger o promover, es también el pueblo –a través de las instituciones democráticas- quien debe discutir qué universidad quiere a través de sus legítimos representantes.

En base a todos estos temas y a diferentes reuniones fue que solicitamos al Congreso de la Nación el proyecto que luego se transformaría en la Ley 26.320/07 por la cual se declara el 22 de noviembre como “Día de la Gratuidad en la Enseñanza Universitaria” honrando la decisión histórica del Presidente Perón, quien el 22 de noviembre del año 1949 promulgó el decreto 29.337 y suprimió todos los aranceles universitarios vigentes hasta ese momento.

Desde entonces, y a pesar de los golpes militares y las políticas neoliberales (económicas, sociales e institucionales), la Universidad Pública sigue siendo gratuita.

No todos acuerdan con cuál debería ser la misión de la universidad argentina, pero igualmente es una gran satisfacción saber que hay muchos universitarios que comenzaron a invertir la pregunta. Ya no solo demandan a la sociedad para que haga más por ellos sino que se preguntan qué más pueden hacer las universidades por el país, cómo orientarlas para que sirvan a construir una sociedad mejor y más justa en su currícula, cómo contribuir a solucionar sus problemas, cómo administrar los recursos para transparentar ante la sociedad su uso, cómo ser más eficientes o qué debemos investigar para aportar soluciones.

La universidad debe necesariamente tener una agenda compartida con la sociedad y sus problemas. Y para ello, su quehacer debe dirigirse a la investigación de la nueva morfología social, económica y política, más que a realizar una exégesis del pasado. Su oferta académica y su tarea de investigación y transferencia deben articularse con las necesidades y problemas de la sociedad local, regional y nacional a fin de contribuir a la construcción y transformación social.

Como formadores de profesionales y ciudadanos debemos ser responsables como el resto de las instituciones públicas y hacernos cargo de nuestras decisiones axiológicas, ideológicas y políticas ya que somos actores de la construcción social.

Por el contrario, los medios de comunicación que pertenecen al mundo del espectáculo, no se hacen cargo de los efectos que producen en las pasiones y emociones sociales en la creación, cuando no manipulación, del imaginario social.

La universidad tiene como específicas funciones la docencia, la investigación y la cooperación con la comunidad para resolver los problemas que demanda. Necesitamos invertir la perspectiva escolástica a fin de que la universidad investigue y eduque para intervenir en la construcción social, ya que es necesario empalmar el saber con el acaecer y el quehacer con el «qué decir». Esto implicará diagnosticar, analizar, descubrir, comprender, interpretar la realidad social al mismo tiempo que proponer soluciones factibles y decidir sobre los nuevos acontecimientos.

Creo en la necesidad de una reforma universitaria que refrende su misión protagónica para un proyecto nacional. Para ello, como dice Ortega y Gasset, «no basta con desearla, sino que hace falta quererla de verdad” para revertir el aislamiento de la universidad con respecto a la sociedad, que con harta razón se ha criticado.

La universidad debe servir no solo para investigar el qué y el por qué de la actual realidad, sino el cómo llegar a la sociedad que ambicionamos. Para ello es necesario acercar la brecha que existe entre el político y el académico.

Las modificaciones deben orientarse a la conformación de una universidad protagonista en la construcción del desarrollo nacional: una universidad al servicio del pueblo y la Nación Argentina.

El gran pensador mexicano, José Vasconcelos, cuando asumió como Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México sostuvo: “No vengo aquí a trabajar por la Universidad, vengo aquí a pedirle a la Universidad que trabaje para el pueblo”.

Esa debería ser la propuesta de todos los que estamos conduciendo las universidades argentinas.

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