La olla popular hierve, calienta y calma. Calma los ruidos en la panza, calma la ansiedad, calma el hambre. Pero también aglutina y genera una comunión entre quienes se reúnen en torno a ese fuego. Ante un porvenir incierto, las ollas populares se multiplicaron en los barrios vulnerables para dar respuesta a los más castigados por la pandemia del Coronavirus.

“Intermediados por el fuego, los espacios para alimentarse se convirtieron en ámbitos sociales de intercambio, no solo de alimentos, sino de ideas y experiencias. Creo que en la actualidad, ese sentimiento de grupo sigue presente alrededor del fuego y las ollas, sobre todo en contextos de muchas necesidades básicas insatisfechas” explica el antropólogo y docente de la UNLa, Fabián Alejandro Bognanni.

La olla popular, entonces, no es solamente un ámbito donde los vecinos van a comer. “La comida-explica Mariana Ugarte, directora de la Licenciatura en Tecnologías de los Alimentos de nuestra universidad- va siempre acompañada de afectos, emociones y cosmovisiones. En invierno es ideal la comida caliente por un tema de temperatura y de seguridad cuando las condiciones de manipulación no se terminan de cumplir. Todo es posible si hay organización”.

La solidaridad, el esfuerzo colectivo y la participación ciudadana son solo algunos de los componentes de las ollas populares. Estos utensilios de cocina son también un símbolo de protesta y reclamo.

“Las ollas son un elemento asociado empírica y simbólicamente con el alimento. Ante la falta, real o potencial, de este, pueden constituirse como un símbolo de reclamo político y social ante la crisis alimentaria”, asegura Bognanni.

Sobre este mismo punto, Fernando Martínez, profesor de Historia y referente de la Biblioteca Popular Monte Chingolo, asegura que “las ollas poseen una gran sensibilidad social y política”.

“Son un espacio de participación ciudadana y política. La olla es colectiva, es de muchos. No es una cacerola, que expresa cultural y políticamente lo individual, porque es chiquita y contiene y ofrece poco. Además, en los últimos tiempos, la cacerola se convirtió en mezquina a la hora de ser usada como reclamo político”.

Crédito: 19640 Noticias

Caer en la olla

Varias organizaciones y movimientos sociales venían llevando adelante ollas populares para paliar la crisis económica de los últimos años. Pero muchas surgieron ante la pandemia y por iniciativa de los propios vecinos, quienes se organizaron de manera autogestiva para dar una mano.

“Recorrí varias ollas y ninguno quisiera estar ahí, ni quienes la llevan adelante, ni los que van a buscar el alimento. La olla es un espacio de encuentro de dos necesidades que por el lazo de la solidaridad se transforma en una ayuda concreta y fraternal. Se prefiere cocinar porque sino, no alcanza. Todas las ollas están haciendo más o menos 150 viandas. Entonces si todo eso hubiera que repartirlo en mercadería para que las familias puedan cocinarlo en sus casas no alcanzaría para darle respuesta a tanta gente”, explica Martínez.

Las ollas-según Martínez- pasan por tres momentos. El primero que es el de ver si cuentan con los alimentos y donaciones necesarios. El segundo es el de la cocina, donde hay un ánimo de compañerismo y de fraternidad. Y, finalmente, el momento de repartir, con la gente haciendo una fila.

“Ahí generalmente se produce un silencio de un profundo respeto, que hace que no sea un encuentro de celebración pero sí humano. Un silencio conmovedor”, añade.

Para Ana, referente de una olla popular del Barrio Pampa en Lanús, existe una “gran angustia” entre las personas que concurren, especialmente en aquellos que se acercan por primera vez.

“Nosotros tratamos de acompañarlos, de no juzgarlos. Pero no es fácil, te dan el tupper con temor, con vergüenza. Es muy difícil porque te quedás pensando si esa familia podrá recuperarse en el futuro. Todos queremos que esto sea pasajero”, explica.

Desde Lomas de Zamora, Daniel describe la misma situación: “Hay gente mayor que te dice ‘no sabés lo feo que es pedir’, otros de clase media baja que se quedaron sin laburo y les cuesta un montón venir. Yo mismo tuve que aprender a pedir para el merendero y la olla, imaginate si tenés que venir a pedir para vos. Creo que si no estuvieran las ollas, la situación hubiese explotado”, relata.

Las ollas populares exceden sus propios límites. Ya no son simplemente un lugar donde ir a comer, sino que también funcionan como espacios de contención y pedido de ayuda.

“La gente está desbordada, necesita hablar, desahogarse. Hay muchos casos de violencia de género, de abuso. Además de comida, damos ropa, calzado. La gente no tiene un mango y te viene a pedir desde una media hasta un colchón. Para estar en esto tenés que tener un perfil particular, no todos están preparados. Hay tanta necesidad que te afecta porque no podés entender que haya familias que la pasen tan mal. Ojalá todo esto no hubiese pasado”, asegura Daniel.

Para Pablo, vecino de Remedios de Escalada e integrante de una olla en ese distrito, las emociones que se ponen en juego en esos encuentros “son muy fuertes”.

“Se genera un ida y vuelta, con emociones muy fuertes y emotivas, especialmente con los chicos. Muchos están acostumbrados a vivir a la defensiva, de sentir que el otro puede sacarte ventaja. Pero lo importante es acompañarlos”.

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