Un aporte a la deuda con el sistema de seguridad en términos democráticos
En octubre de pandemia se publicó el ensayo Cuidar a la fuerza, escrito por el psicólogo y académico Daniel Russo y coeditado por Docta Ignorancia y EDUNLa, la editorial de la Universidad Nacional de Lanús.
Muchos especialistas definieron la obra como una composición con una lógica de crisol multi y transdisciplinario, que se desarrolla a partir de una escena arquetípica: el encuentro en la vía pública entre un funcionario policial y alguien que está intoxicado por alcohol y/o drogas, junto con las opciones que esa escena tiene para resolverse. Esa pequeña escena, a su vez le ha permitido a Daniel Russo trazar distintas líneas para abordar y desentrañar los procesos de formación de las fuerzas policiales; el salto entre la formación policial y la función real; los criterios que organizan la función policial; representaciones y subjetividades de los agentes, como así también el modo en que el poder público interviene sobre los sujetos que se encuentran en un estado de vulnerabilidad por intoxicación; elementos a su vez desplegados en su tesis como Doctor en Salud Mental Comunitaria (UNLa).
Criado en el conurbano bonaerense, Russo vivió su adolescencia con la salida de la dictadura y la primavera alfonsinista. “Fue un período vivaz, aunque aún las fuerzas policiales mantenían una vigencia represiva. Mostraban mucha rigidez y nadie miraba qué hacían y cómo se manejaban con los jóvenes”, afirma Daniel. Múltiples escenas de violencia, particularmente en la que participaba la policía de la provincia, se le tornaban incomprensibles desde sus 14 años. Todo indica que fue entonces cuando comenzó a desplegar esas preguntas que lo sensibilizarían a lo largo de su carrera.
Censura vieja y obsoleta
en films, en revistas y en historietas.
Fiestas conchetas y aburridas
en donde está la diversión perdida.
Represión a la vuelta de tu casa
Represión en el quiosco de la esquina
Represión en la panadería
Represión 24 horas al día.
Represión, Los Violadores
Con un vasto recorrido como docente regular de la UNLa, Daniel Russo fue también responsable de la Dirección Nacional de Capacitación en SEDRONAR durante la gestión de Rafael Bielsa. Allí, lo primero que hizo fue elaborar una guía para las fuerzas federales con información basada en evidencias e investigaciones científicas, acerca de cómo intervenir en una situación en la calle con alguien intoxicado. No existía en la Argentina por ese 2013 un documento similar, salvo un antecedente que luego de una búsqueda exhaustiva apareció en Canberra (Australia) y que fue tomado como precedente.
Hablando de Cuidar a la fuerza, su nuevo trabajo, Daniel nos contó varios de los hallazgos que pudo hacer a través de esta obra.
¿Partiste de alguna hipótesis de trabajo?
Sí, pero la investigación me llevó al punto contrario de mi hipótesis central. Fue una experiencia de humildad académica maravillosa, porque mi hipótesis partía de la base de que había una intencionalidad de regular el espacio en relación con las personas intoxicadas. Como que los policías tomaban su turno y salían deseando encontrarse con alguien intoxicado para ponerlo en cuadro. Y nada más alejado de la realidad. De hecho, me encontré con toda una serie de recursos que ponen en juego para echar a la persona de la parada, sacarla del otro lado de la avenida, cambiarla de jurisdicción, esquivarla. Y esto es porque les representa un problema. Porque si esa persona queda registrada en la intervención, en alguna cámara, en una denuncia de algún vecino o lo que sea, y luego le pasa algo, o si activa contra un tercero, ese policía queda afectado y a tiro del incumplimiento de funcionario público.
¿Desde qué paradigmas abordaste la temática?
En este enfoque, la UNLa me forjó respecto de lo que implica la institución policial, el trabajo policial y la responsabilidad política del Gobierno sobre la seguridad. En ese sentido, estoy atravesado por estas coordenadas que implican una perspectiva multi y transdisciplinar, y el aporte del Doctorado también fue fundamental en este sentido.
¿Qué implica?
Por un lado, la vulnerabilidad de la intoxicación, sobre todo en la situación de vía pública. Estamos frente a alguien que, además de lo que puede provocar, puede sufrir muchas situaciones o daños como accidentes, robos o agresiones sexuales. Y por el otro, el funcionario que tiene que intervenir, que no cuenta más que con criterios de orden personal respecto de lo que le está pasando al otro. Si la otra persona está alcoholizada, quizás tiene algo de experiencia de lo que le pasa por la cabeza. Pero hasta cierto punto. Entonces es una escena en donde el criterio particular juega un rol potente. Y el policía, en esa intervención, va a intentar contener y controlar la escena también con las herramientas propias de su formación pero con una pequeña cuestión, salvo que haya una situación de violencia: la intoxicación en sí misma no es un delito, salvo en situaciones muy puntuales. Si uno camina por la vereda en la ciudad de Buenos Aires alcoholizado, no hay delito, entonces la intervención policial no encuentra demasiados elementos que habiliten al ejercicio de la función. Ese es el punto ciego de la escena. Si la persona está alcoholizada en la cancha o en un recital, ahí si hay una contravención y la policía puede intervenir. Si la persona está consumiendo drogas ilegalizadas en la vía pública, ahí está en falta por la ostentación, entonces el artículo 12 de la Ley de Drogas ampara al policía a la hora de intervenir. Si la persona intoxicada tiene en su poder sustancias también puede intervenir, porque lo que se pena es la tenencia, no el efecto. Pero cuando hay alguien que “está puesto”, como se dice generalmente, la acción de un policía en el 99 por ciento de los casos va a ser intentar salir del problema, esquivar el contacto.
¿Cómo debería actuar la policía?
En ese punto, me sugerí un punteo básico de una intervención ideal. Tiene que ver con tomar cuenta de la situación, hacer una evaluación de riesgos potenciales. Ver si esa persona puede sufrir un accidente en la vía pública, si tiene algún elemento corto punzante, o cualquier situación que pueda escalar, cuando la situación en sí no tiene violencia en el medio. Modular rápidamente para pedir apoyo a otros policías si el agente se encuentra solo. Pedir automáticamente intervención del SAME y contener verbalmente hasta la llegada de los agentes de la salud, con el fin de que puedan hacer una evaluación profesional de qué le está pasando a esa persona. Ese sería como el cuadro ideal y que la persona intoxicada -acá se abre otro capítulo- acepte ser asistida. Porque nadie está obligado a ser asistido por personal sanitario.
He estado esperando a un guía que venga y me coja de la mano
¿Podrían estas sensaciones hacerme sentir los placeres de un hombre normal?
Nuevas sensaciones apenas me interesan un día más
Tengo el espíritu, pierdo el sentimiento, llévate el shock
Va más deprisa, se está moviendo más deprisa, se nos está yendo de las manos.
Disorder (Desorden), Joy Division
Las fuerzas no son un todo igual, ¿encontraste diferencias entre ellos?
Reconozco que no pude seguir la premisa de proporcionalidad de género para las entrevistas. Pero en las entrevistas que tuve con personal femenino, no encontré ninguna diferencia de criterio en relación con los varones.
¿Y la experiencia?
Tuve una situación significativa. Justo hice las entrevistas en el momento de creación de la Policía de la Ciudad. Entonces nadie se identificaba con la institución y allí co-existían policías de distintas fuerzas. Era una situación muy compleja, porque no había ningún policía en la ciudad de propio cuerpo, y todavía no había egresado ninguna camada. Esto generó que tuvieran criterios muy diferentes entre ellos. Aunque la experiencia era una línea divisoria clara. Los policías de mayor experiencia, aseguraron el “fervor de las nuevas camadas”. Esto significa que según ellos, las nuevas promociones pasan muy rápidamente a una matriz confrontativa. Y los más experimentados se diferencian a partir de la siguiente afirmación: “las situaciones las llevamos de pico”. Es decir, que llegan a acuerdos dialogando para que las situaciones no escalen como posicionamiento estratégico. ¿Por qué lo hacen? Porque prefieren evitar papeleos, quedar a disposición de un fiscal cuando hay lesiones o una intervención física, evitar riesgos. Hay una escena muy clara. Si la persona intoxicada está en el curso de una conducta violenta o amenazante, lo que prima es la conducta violenta y amenazante. Pero si la persona intoxicada reconoce la autoridad del policía y rápidamente va acompañando lo que este le propone, la escena no escala. Ahora, si la persona intoxicada empieza a mostrar algún rasgo de desafío o a mostrarse reticente, el policía sabe que en esa escena no tiene muchas herramientas para intervenir, porque no hay delito ni contravención. Allí lo que hace es embarrar la cancha, generar desafíos directos o imperceptibles para producir algún tipo de reacción. Cuando esto sucede, ya puede enmarcar su intervención en el campo penal, porque se enmarca como resistencia a la autoridad.
¿Las percepciones varían de acuerdo al tipo de sustancia que produce la intoxicación?
Hay dos líneas divisorias muy marcadas. La primera, mayoritaria, tiene que ver con la intoxicación con alcohol y la intoxicación con drogas ilegalizadas. La intoxicación con alcohol de por sí ya baja algunas tensiones en las representaciones del policía. ¿Por qué? Porque alguna vez el policía tomó de más, o lo hicieron algunas de sus personas allegadas. Es una práctica compartida, que tiene cierto beneplácito en tanto no aparezcan conductas desafiantes o violentas, porque ahí la cosa cambia. Pero si la persona responde hay una corriente empática, una comprensión. En cuanto a las drogas ilegalizadas, automáticamente se activa un registro en que se asocia a esa persona con la figura de delincuencia. ¿Por qué? Porque para poder llegar al estado de intoxicación, tuvo que tener contacto con proveedores. Ser parte de un circuito en donde está presente la infracción a la ley penal. Muchos policías critican esto. Consideran que es injusto, pero mientras la ley penal diga que la tenencia para consumo es alcanzada por la pena, listo. Asocian directamente la figura con la delincuencia.
¿Y el accionar policial cambia según la clase social a la que pertenece el intoxicado?
Sí, cuando la persona intoxicada tiene marcas y señas de pertenecer a la clase media, media alta o alta, la evitación de intervención es total. Aquí lo que suponen es que la red de contactos de esa persona en algún momento se puede conectar con la red de aquellos que les pueden tirar las orejas: comisarios, fiscales, jueces, etc. Van a tener un trato extremadamente cuidadoso. No así, cuando es joven y pertenece a los sectores populares. Ahí se van a desplegar muy pocos reparos intermedios en la intervención. Va a ser más directa y con los fines de pensarlo como una intervención de seguridad pública.
Ellos están formados en línea recta
van a través del viento
los chicos se están enloqueciendo
la guerra relámpago
están amontonándose en el asiento trasero
generando vapor
pulsando con los latidos
la guerra relámpago.
Ataque relámpago, Los Ramones
¿Qué impacto tuvo la reglamentación de la Ley de Salud Mental que aborda a las adicciones como un padecimiento?
Te diría que la ley es taxativa. Artículo 4: las adicciones constituyen parte de lo que se entiende como problemática de la salud mental. Artículo 7: debe garantizar el tratamiento adecuado a las personas que lo requieren. En este caso justamente, lo que se muestra es una baldosa en donde se producen incompatibilidades entre lo que la ley espera y la Ley de Drogas, que es una unidad que se orienta en términos de penalización. Pero después en esta escena puntual hay un tema que es excluyente, porque quienes intervienen en la vía pública son los policías. Y ellos no tienen ni pueden tener formación en salud mental. Pueden tener criterios, capacitaciones, actualizaciones, protocolos como los que nosotros tratamos de formular oportunamente desde SEDRONAR. Pero no hay una agencia estatal que circule y que pueda intervenir de manera rápida para atender a personas padecientes en la vía pública. Me enteré hace poco de una experiencia en Oregon, en donde una asociación civil de profesionales de la salud cumplía esa función de intermediación en la calle de un pueblo pequeño. Pero en Argentina, cuando llamás al 911, la respuesta ya es de intervención policial, y un policía no es un agente sanitario.
Los policías que entrevistaste, ¿solicitaron formación en estos temas?
Sí, y lo exigen de una manera bien plantada. De hecho, reconocen que esos huecos en la formación básica representan para ellos un problema enorme. Tienen conciencia de esta vacancia y que este tipo de intervenciones no son esporádicas, sino que son muy habituales en el recorrido policial.
¿Querés destacar otras conclusiones a las que llegaste?
Creo que nuestra sociedad debe comprender mejor la importancia de la función policial en el sistema democrático. Para ello, la UNLa tiene una participación histórica de acompañar desde la Academia. Hay que empujar también desde el poder político para fortalecer las capacidades de intervención de las distintas policías, pero con perspectivas multidisciplinarias y con una lógica democratizante. Hay que descartar el criterio de confrontación con la institución policial, como si fuese un ejército de ocupación de nuestro territorio. No reconocerla con su importantísima función dentro de la democracia, implica una ceguera que dificulta la posibilidad de pensar creativamente cómo mejorar el servicio policial y sus funciones. En esto trato de no ser ingenuo. Hay matrices delictivas en la institución policial muy enquistadas, claro que sí. Hay prácticas que son insoportablemente antidemocráticas y violatorias de derechos humanos, sí por supuesto. Pero eso hay que transformarlo, no alcanza con denunciar. Y lo que percibo es que al interior de las fuerzas también hay voluntad de cambio. Y este proceso de transformación tiene que ser parte de un proceso amplio que involucre a todos los actores. Porque tenemos una deuda enorme con el sistema de seguridad en términos democráticos. Otra conclusión, es la idea de que la problemática policial y la cuestión del abordaje específico de droga forman parte de un gran analizador social. Es un punto en donde se condensan un montón de fuerzas que hablan de quiénes somos como sociedad. Si realmente queremos saber cómo somos como sociedad, hay que ver qué servicio policial tenemos.
¿Habrá algún detalle de color que quieras compartir de la experiencia?
Sí, las comisarías tienen algo que se llama “academia”. Se trata de un espacio en el que algún miembro de la institución con experiencia habla con los más jóvenes y les da instrucciones o criterios antes de empezar el turno. Me enteré a través de estudiantes de Seguridad Ciudadana (UNLa) con funciones de conducción o ciertos niveles jerárquicos, que empezaron a usar el libro como elemento de discusión para esos ámbitos. Eso me hizo alucinar en colores.
¿Qué viene después del libro?
Tengo ganas de, a partir de otra escena muy chiquita, indagar otro de los núcleos que hablan de la convivencia en la socialización y el sistema de representaciones. Me refiero al factor de ruido o de contaminación sonora en la vía pública. Esto es algo que me preocupa porque sufro mucho los ruidos y tengo un oído sensible. Crecí escuchando música punk, no es que me sorprendo porque haya alguien que escucha música en volumen alto, pero las tecnologías y el modo en que las personas se presentan en la vía pública, en el espacio común, permite abordar esto como una escena que condensa un montón de fuerzas muy extrañas que están ocurriendo en este momento de nuestra vida.
Usted tiene derecho a la libertad.
Habla, siempre y cuando no estés
Lo suficientemente tonto como para intentarlo
Conozca sus derechos
Estos son tus derechos
Conozca sus derechos, The Clash
En el pasaje de la escritura académica al ensayo hay un salto cualitativo y una pluma que se torna más plástica. Para esta tarea, Daniel referencia a un actor clave que colaboró con color y chicana. Tomás Pal, editor y quien dirige la colección de Psicoanálisis, Salud Mental de Docta Ignorancia, lo arengó: “me aburro muy fácil leyendo, no me adormezcas”. Con un fuerte amor literario, para Daniel agarrarse de un interlocutor imaginario fue clave. “Los estudiantes de la carrera de Seguridad Ciudadana (UNLa) fueron mis aliados y cómplices. A la hora de escribir el libro, dialogué con ellos y me permití eso que pasa en el aula: dar ejemplos, el humor y las historias. Entonces este trabajo me permitió respetar la solvencia académica y merodear con ciertas expresiones de humor y fluidez”.
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