El 4 de agosto de 1976 Enrique Angelelli, obispo de La Rioja, murió en un siniestro de tránsito en la ruta nacional 38: años después, en democracia, se descubrió que el “accidente” de Punta de los Llanos había sido en realidad un homicidio calificado ordenado por la dictadura cívico-militar.

“Enrique Angelelli fue ese hombre de Dios que asumió el Evangelio de Jesús, más las características del pueblo y de sus realidades”, nos dice el padre Miguel Ángel La Civita, uno de los tres entonces jóvenes seminaristas que en la década del 70 dejaron sus diócesis de origen para estar junto a monseñor Angelelli. Hoy párroco de Santa Rita en la diócesis de la Rioja, el padre Miguel continúa el legado y el accionar del obispo beatificado en 2019.

¿Quién fue Enrique Angelelli?

Fue un hombre que vivió con todo el bagaje del espíritu en su corazón y puso en marcha el Concilio Vaticano II sobre todo acá en La Rioja, donde puso a la Iglesia en estado de asamblea a la luz de los acontecimientos que se vivían en esos momentos. Fue el que inventó aquella frase hoy tan común: “con un oído puesto en el Evangelio donde se revela el Dios trinitario, y otro en el pueblo donde escuchamos el clamor de los pobres”. Para mí fue alguien que me enamoró de esa Iglesia que él buscaba, por eso me puse a su servicio: siendo un joven me ordené sacerdote aquí en esta provincia; no me ordenó él porque lo mataron antes.

¿Cómo llegaste a monseñor Angelelli?

Llegamos a La Rioja en pleno conflicto de Anillaco, cuando lo habían echado a escupitazos el día de las Fiestas Patronales, el 13 de junio. La primera vez que nos reunimos con él acá en La Rioja fue para la fiesta de San Nicolás el 1º de julio, apenas 15 o 20 días después de Anillaco. Ahí fuimos madurando el venir a la Rioja, y lo hicimos efectivo después de las elecciones del 73. Nos instalamos en un barrio: nuestra tarea era hacer un estudio dirigido, con el pensamiento de un seminario regional que monseñor proyectaba. Vino el padre Lucio Gera y estuvo varios días con nosotros, y estuvieron programando cómo ensamblar ese seminario con las realidades del NOA. Los acontecimientos no permitieron que eso sucediera: comenzaron a cercar a Angelelli, no solo con las presiones que recibía del gobierno sino también de la Iglesia.

Usted trabajó muy cerca de él, ¿cómo era su relación?

Con monseñor Enrique no sé si trabajamos con él, porque éramos seminaristas. Respecto a su figura nos hicimos al lado de él. Él fue transmitiéndonos la sangre de esta Iglesia nueva pero por sobre todas las cosas nos enseñó el respeto hacia la gente y hacia la religiosidad popular, y que esas realidades se evangelizan desde un compromiso con todo aquello que haga al camino de la justicia. Lo acompañábamos a las fiestas patronales, al interior, íbamos a reunirnos con sacerdotes, con religiosas: tuvimos la posibilidad de tener un hombre que más que un obispo fue un padre en la fe en todo lo que nos transmitió, todos aquellos valores de Iglesia cercana a la gente, una Iglesia que se metía en el barro de la lucha por un mundo más digno. Ahí conocimos la pobreza, el atropello de la gente, ahí conocimos todo aquello que hace la vida indigna, y cómo hacerla digna desde el Evangelio que es buena noticia para los pobres. Monseñor fue alguien que nos transmitió una Iglesia nueva, una Iglesia diferente. Un obispo que fue padre para nosotros. Yo los obispos que había conocido me habían retado siempre: este también me retó porque me equivocaba, pero desde la paternidad, desde la ternura, nos enseñaba cómo revertir nuestros errores y cómo ir trazando un camino nuevo.

¿Qué sentido le daba Angelelli a su misión pastoral?

Primero, aggiornar a toda la Iglesia de La Rioja en los documentos del Concilio Vaticano II y que fuéramos plasmando una Iglesia que partía de las realidades sociales que la rodeaban —sobre todo en estas provincias que tenían y tienen corte feudal—, para proponer caminos nuevos. La pastoral de monseñor Enrique pasó por alentar cooperativas, sindicatos como los de amas de casa, de retameros, de mineros, la formación de la CGT de los Argentinos… Y CODETRAL —la gran cooperativa que iba a usar un latifundio en función de los pobladores de su tierra y nunca logró concretarse—, que fue una de las causas de su muerte. Allí estaba la Iglesia presente, alentando todo esfuerzo de la gente por defender su dignidad y sus derechos. La pastoral de monseñor Angelelli era una pastoral que partía de la organización popular, teniendo un gran respeto por las expresiones populares de la gente y dando contenido y evangelizando esas expresiones para una Iglesia cercana a los más pobres.

¿Cómo fue la experiencia de CODETRAL?

Esa fue la experiencia más fuerte, la Cooperativa de Trabajadores Rurales Amingueños Limitada —CODETRAL— que se desarrollaba en Aminga, en unos latifundios llamados Azzalini que eran tierras improductivas. Se pidió la expropiación de esas tierras para que estuvieran en manos de aquellos que no tenían tierra y pudieran tener su lugar para producir, radicarse, criar su familia y tener una vida digna. Pero todo lo que era defensa de los pobres era visto como comunismo o como subversivo, cuando en realidad era poner en marcha la doctrina social de la Iglesia. La idea de querer crear una cooperativa para los sin tierra la llevó adelante el Movimiento Rural Diocesano, pero bueno, los intereses de los poderosos hacen imposible eso. No solo eso, sino que el día de la fiesta patronal echaron al obispo violentamente de Anillaco, con piedrazos y escupitazos, y al día siguiente queman una casa de las hermanas que formaban parte de la cooperativa y también la que tenían Rafael Sifré y Carlos Di Marco, los muchachos del movimiento rural. Ahí comenzó una persecución y se encarceló a mucha gente. La cooperativa termina disolviéndose y el gobierno de Carlos Menem, que había usado la cooperativa como bandera en su campaña preelectoral, no le concede la tierra. Se comienza entonces una experiencia nueva con La Buena Estrella para el lado de Chilecito: pero las persecuciones solapadas hicieron imposible que siguiera adelante; Carlos Di Marco y Rafael Sifré dejaron la experiencia y quedó allá Wenceslao Pedernera, intentado armar cooperativas de pequeños grupos campesinos en Sañogasta hasta que lo matan en julio del 76.

¿Qué pasó con las cooperativas y asociaciones que Angelelli había promovido?

Después de su muerte hubo un tiempo de mucho silencio en la vida de nuestra Iglesia. La persecución hizo que muchos se tuvieran que ir para salvar sus vidas, muchos de los sacerdotes extranjeros que trabajaban en nuestra tierra tuvieron que abandonarla. Los que quedamos en esta humareda tuvimos que hacer un trabajo de resistencia: yo diría un trabajo de catacumba porque fuimos durante mucho tiempo perseguidos, controlados y vigilados, aun en democracia. Todo este tema de las cooperativas entró en un impasse bastante grande: después de a poco se fue reactivando con pequeñas experiencias que fuimos llevando adelante, con las cooperativas de consumo —agrupaciones de mujeres que defendían la comida diaria de sus hijos a través de un trabajo comunitario—, y promoviendo pequeñas fuentes de trabajo. Fuimos intentando experiencias más chiquitas pero que tuvieran la raíz solidaria. Más tarde aparecieron los espacios de los centros vecinales; también grupos en el campo tratando de potenciar la tarea comunitaria y la defensa de los derechos. Se crearon agrupaciones campesinas, se trabajó con las agrupaciones gauchas. Pero nos va a llevar todo un tiempo recomponernos, encontrar los espacios y salir del tiempo de la persecución.

¿Cuál es el principal legado de monseñor Angelelli?

Seguir buscando los caminos para trabajar con aquellos hermanos nuestros, decirles que son dignos, que son hijos de Dios y sobre todo con aquellos que la sociedad desecha y en los que la sociedad no cree. Por sobre todas las cosas es estar al lado de la gente que sufre y tratar de potenciar todo aquello que haga a la dignidad de las personas. Creo que la Iglesia del papa Francisco, la propuesta de él, va por ese lado; por tomar el legado de monseñor Enrique y estar parados en una realidad, mirar la vida de los más sufrientes y de los más necesitados y desde allí organizar nuestras pastorales; que sean cercanas y ayuden a una mayor fraternidad y dignidad en estos tiempos difíciles. El legado es no perder la brújula, y buscar las formas de releer la palabra de nuestro querido monseñor Enrique a la luz de los acontecimientos de hoy.

El corazón de un mártir
Acceso libre y gratuito al libro de los sacerdotes Armando Amiratti y Miguel Ángel La Civita sobre Monseñor Angelelli aquí

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