“El arte es una respuesta a la vida: ser artista es emprender una manera riesgosa de vivir, es adoptar una de las mayores formas de libertad, es no hacer concesiones. En cuanto a la pintura en una forma de amor, de transmitir los años en arte”
Antonio Berni
Probablemente aquel muchacho de 21 años llegado de Rosario de Santa Fe y que se embarcara en un largo y trascendente viaje cruzando el mar rumbo a los grandes museos del arte europeo, no pensaría que a través de su obra plástica podríamos hoy leer y sentir, con sus imágenes, los acontecimientos sociales, políticos y culturales de nuestro país que fue el suyo: nuestra Argentina.
Ese joven pintor cuya obra aprendimos a respetar y admirar, nacido al sur de Sudamérica tal como nosotros, emprendía un largo y sinuoso camino en la búsqueda de su identidad como artista. Veía con claridad que encontrarla significaba la libertad de su creatividad, y que pensar o creer que la tenía era, de alguna manera, perderla.
A su llegada a Europa se sumergió en las últimas corrientes estéticas, vinculándose con artistas y protagonistas del pensamiento de vanguardia y enriqueciendo su pensamiento y su paleta con amistades que lo nutrieron, tales como el poeta Louis Aragon -uno de los líderes del movimiento Dadaísta-, quien lo vinculó al Surrealismo y al mismo André Breton. Allí también conoce al joven pensador Henri Lefebvre, con quien tiene una gran amistad y que fuera quien lo inició en la lectura de Marx y de Freud. En 1930 conoce a Tristan Tzara y comienza la etapa surrealista de su pintura.
Regresa luego al país junto a su compañera y su hija: trae como equipaje un fuerte bagaje cultural que lo ha fortalecido y una paleta surrealista al mejor estilo europeo, que expone con éxito al llegar a Buenos Aires.
Sin embargo los difíciles años 30 y la crisis mundial no le son ajenos ni a él ni a su patria. El golpe militar que lidera el general Uriburu produce el derrocamiento del gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen. La falta de trabajo, la represión, los fusilamientos y persecuciones a sindicalistas y anarquistas, calan profundamente en su sensibilidad artística.
Recluido en Rosario su amistad con el escritor Rodolfo Puiggrós lo lleva a convertirse en reportero gráfico, ilustrador de las notas periodísticas que Puiggrós realizaba para la prensa. Esa amistad que nació en su Rosario natal perduró en el tiempo y continuó en Buenos Aires. Se constituye en el puente que se tiende en 1933 durante la visita a la Argentina del gran muralista mexicano Alfaro Siqueiros, conocido militante comunista que se vincula rápidamente con jóvenes talentos del arte tales como Spilimbergo, Castagnino y Antonio Berni, quienes entre otros colaboraron en el famoso mural Ejercicio Plástico que se realizara en la quinta del director del diario Crítica, Natalio Botana, en Don Torcuato, provincia de Buenos Aires.
La dura realidad nacional con la que se enfrenta a su regreso de Europa lo aleja de las tendencias surrealistas y comienza a pintar grandes telas en las que dio en llamar “nuevo realismo”: pinta en 1934 su gran obra Desocupados, fiel reflejo de los acontecimientos argentinos.
Su cambio de estética y su compromiso social no son bien recibidos por los académicos ya que ese envío al Salón Nacional es rechazado. Su alejamiento de las corrientes de la vanguardia europea y la denuncia social no le fueron perdonadas y pasarían más de 50 años para que en los años 90 esa misma pintura, Desocupados, batiera el récord de cotización en nuestro mercado de arte, vendiéndose en 800.000 dólares.
Inclaudicable con sus convicciones y su compromiso político y social, a su regreso de Europa fundó la Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos en Rosario, y más tarde en Buenos Aires. Fue Presidente de la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos y en la década del 40 recorrió el país produciendo obra que refleja la realidad del norte argentino, luego de lo cual continuó su recorrido para culminar en México, donde se conecta con artistas e intelectuales documentándose para su obra.
Con una profunda coherencia ética y estética para fines de los años 50 comienza su serie Juanito Laguna, personaje que aparece en su obra dando testimonio de la miseria y la marginación de los pobladores de los barrios más humildes de Buenos Aires.
Dijo el propio Antonio Berni: “Comencé a pintar a Juanito Laguna viendo a los chicos de la Villa Miseria del Bajo Flores buscando cosas que les fueran útiles en los basurales, por eso en mis cuadros siempre tienen un entorno de collage, compuesto por cartones, latas oxidadas, botellas y objetos encontrados que yo resignifico”.
Luego habitará sus telas Ramona Montiel, una mujer que pinta en los diferentes oficios y marginaciones que padecen las mujeres en situación de pobreza. El crítico y poeta Rafael Squirru, de destacada actuación en los años 60 y que ocupaba el cargo de Director de Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina, propone que el autor de Juanito Laguna sea quien nos represente en la Bienal de Venecia de 1962 y con esta representación nuestro país fue galardonado con el Gran Premio del prestigioso evento de arte, que marcaría el reconocimiento internacional del artista.
Sin renunciamientos participó en la emblemática muestra Mal venido Rockefeller en 1969 durante la dictadura de Onganía y en diferentes muestras de carácter político. Pagó los costos que se cobran cuando no se callan las injusticias y no pudo ver en vida la que fuera su gran muestra antológica realizada en el Museo Nacional de Bellas Artes, ya que había fallecido un martes 13 de octubre de 1981.
Su obra y su legado están más vigentes que nunca, mantienen una presencia testimonial y una estética personal que es guía en el camino a recorrer en la búsqueda de la identidad de un arte nacional.
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