Donde no hay casualidá…

suele estar la Providencia.

José Hernández

Con estos versos remata Hernández una de las estrofas de La vuelta de Martín Fierro, y no podemos imaginar un final más auspicioso para comentar cómo fue aquella tarde en el Teatro Verdi, tan pletórica de inicios.

Como ya relatamos en textos anteriores —vinculados a los orígenes del Observatorio Malvinas de la Universidad Nacional de Lanús—, el punto de partida se produjo con motivo de la presentación de «FORJA. Setenta años de pensamiento nacional». Luego de concluidas las actividades, organizamos una pequeña cena en una pizzería de La Boca a dos cuadras del teatro. En aquella oportunidad —más allá de tratar los orígenes del Observatorio entre quienes nos encontrábamos: Ernesto Ríos, Ana Jaramillo, Pablo Vázquez, César Trejo y quien suscribe—, se conversó sobre la cuestión del destino y el futuro del pensamiento nacional y latinoamericano.

La respuesta de Ana Jaramillo en aquel entonces fue «demos tiempo al tiempo, esperemos». Junto al equipo con que habíamos dado impulso a la exposición-aniversario de FORJA y después de la muestra Malvinas, continuamos con las actividades y con las distintas giras pautadas para la exposición. Se comenzó por Mar del Plata para homenajear a los últimos forjistas vivos; allí, se encontraron los hermanos Borrajo, la hija de Nicanor García Ostes, Delia María García, quien posteriormente realizó su tesis sobre la comunicación en la seccional FORJA de esa ciudad atlántica.

Transcurrido un breve período, no podría precisar cuánto, fuimos convocados por Ana Jaramillo —rectora de la Universidad Nacional de Lanús—, quien nos propuso incorporar a Ernesto Ríos a su equipo de investigación —esto fue vital para él, se hallaba sin trabajo—. Aprovechamos aquella instancia para reunirnos primero con el doctor Muzzopappa con la propuesta de establecer un campo problemático vinculado al pensamiento nacional: Héctor, con gran generosidad, nos dijo que podía apoyarnos, pero que no disponía de la posibilidad de hacerse cargo del proyecto puesto que estaba muy dedicado a su trabajo —dentro del espacio universitario— vinculado a la filosofía, y sobre todo con la investigación histórica de la relación entre los cuadros militares y el industrialismo argentino.

Continuamos con nuestro taller, que seguía funcionando en el Instituto Superior Octubre dependiente del SUTERH, y realizando actividades radiales y de difusión con Luis Launay. A los pocos meses ocurrió la inesperada y dolorosa partida de Ernesto Ríos, que nos llenó de honda consternación e irrenunciable recuerdo. La situación fue muy conmocionante; Ernesto era una persona plena de creatividad que se ponía siempre al servicio de la acción; vinculaba el pensamiento de modo directo a todas las instancias del quehacer, y su muerte nos dejó en una enorme orfandad.

Aproximadamente un año después, algo abatido por ciertos acontecimientos vividos en la Administración de Parques Nacionales donde trabajaba, decidí tomarme el día para venir a la universidad —la idea era degustar unos panchos en el quiosco, donde nos reuníamos usualmente con Ernesto antes y después de su ingreso a la UNLa para planificar distintas acciones—, y así poner en claro algunas reflexiones que traía conmigo.

Por esas casualidades —fruto del azar o no— tomé la iniciativa de llamarla a Jaramillo para contarle que había venido a «disfrutar de la universidad, a pasear por el predio» y que había aprovechado la ocasión para saludarla. Ahí mismo la rectora de la UNLa me dijo: «¿siempre pensás venir a pasear por acá, nunca vas a venir a trabajar?». Le conté que ya estaba con mucho trabajo, pero que además estaba retomando las actividades de difusión del pensamiento nacional, teníamos una larga agenda de viajes a lo largo del país en compañía de Eduardo Rosa —hijo de José María Rosa—; ahí mismo me pidió que me acercara al rectorado.

La visita se prestó a la charla amena, hasta que de repente dijo: «Bueno, esto hay que hacerlo, yo no logro conseguir que esto se institucionalice». Entonces le expresé que tenía ciertos prejuicios vinculados a la posibilidad de que el «pensamiento nacional» como tal pudiera tener algún espacio de crecimiento dentro de la universidad, y menos aún en torno a la contingencia de sistematizarlo. Ana enseguida respondió: «Ya lo vas a ir corrigiendo, lo que yo te propongo es que converses con Ana Clement y preparen un seminario optativo que se radique en el Departamento de Planificación y Políticas Públicas, pero que dependa orgánicamente del Rectorado».

Como se trató de una oferta de tipo académica, me interesó y accedí, ya que era una forma de instalar el concepto y difundirlo. No era la oferta de una cátedra paralela. A partir de ahí, con la gran colaboración de Ana Clement —Secretaria Académica por aquel entonces, y con su equipo— logramos la aprobación del seminario en el año 2011. Tuvo su inicio en el primer cuatrimestre —primera inscripción— y convocó entre sesenta y setenta estudiantes del Departamento de Planificación y Políticas Públicas, en especial de la carrera de Seguridad Ciudadana.

Al término de esa primera experiencia con la que quedamos muy conformes, realizamos una encuesta preguntando a los participantes por qué se habían inscripto y qué les había aportado el seminario. Uno de ellos —Guillermo Carrasco— que estaba cursando la carrera de Seguridad Ciudadana, empezó a acompañarnos ya en el segundo cuatrimestre y en el que tuvimos más inscriptos todavía. La convocatoria fue creciendo año tras año en su modalidad de seminario optativo hasta que, sorpresivamente, fui llamado por Ana Jaramillo a su oficina. Me presentó una carpeta y me dijo: «El seminario ¿sabés lo que pasó? Ahora será condición de egreso para toda la universidad. Acá tenés el proyecto, empezá a armar el equipo, vas a necesitar el acompañamiento de uno o dos profesores titulares».

De esta forma, comenzamos a pensar en los docentes para integrar el seminario: enseguida aparecieron los nombres de Mario Oporto y Fabián Brown. Lo que se había iniciado como un experimento se transformaba definitivamente en una asignatura formal y masiva.

Deseo destacar enfáticamente que esta fue la experiencia más importante e impactante de toda mi vida. Digo esto porque —muy pocos saben— quienes venimos trabajando hace tantos años en esta matriz de reflexión creativa que es el pensamiento nacional latinoamericano, sentíamos una gran deuda con nuestros maestros; el valor de sus obras y sus reflexiones merecían circular y esta oportunidad única nos permitía difundirlos de manera masiva en el ámbito universitario.

Por un lado, esta propuesta tenía el brillo y la inteligencia estratégica de la Rectora que decidió darle un carácter formal y colectivo a toda la propuesta. Por otro lado, la satisfacción de muchos de nuestros maestros —al final de sus vidas, algunos de ellos ya fallecidos— de ver consagrados tantos años de prédica. La conciencia plena de que aquello que siempre habían soñado —la conquista áulica del pensamiento nacional— estaba ocurriendo y, además, estaba alcanzando a cientos de jóvenes en forma de asignatura curricular.

El seminario

La masividad del seminario implicó un fuerte desafío: primero, la selección de los diferentes docentes que tuvo —de diversos y distintos orígenes—; segundo, la necesidad de crear una suerte de manual que tomó forma definitiva con el nombre de Introducción al Pensamiento Nacional, realizado en coautoría con Emmanuel Bonforti —con quien ya veníamos trabajando dentro del equipo; se encontraba fuera de la universidad, pero con él veníamos desarrollando una labor metapolítica— para luego ir seleccionando e incorporando otros libros afines a la problemática nacional. Ese texto siempre fue considerado informalmente como “El manual de las siete «a»” —las siete dimensiones del pensamiento nacional—, cinco de las cuales fueron publicadas en forma conjunta y, las otras dos, posteriormente.

Después decidimos que fuera Fermín Chávez el autor que debía acompañarnos y volverse central. Pedida la autorización a Simón Chávez —en autos de la importancia de la difusión de las obras, el hijo del autor la concedió con su característica generosidad—, nos permitió publicarlas de inmediato. Los textos iniciales que fueron incorporándose comenzaron por el de Ana Jaramillo Universidad y proyecto nacional, y el manual y la edición compilada en un solo volumen de tres textos de Fermín Chávez: Historicismo e iluminismo en la cultura argentina, La conciencia nacional: Historia de su eclipse y recuperación y Porque esto tiene otra llave. De Wittgenstein a Vico. Al tiempo se agregaría una compilación de cuatro textos de José María Rosa prologados por quien escribe: Defensa y pérdida de nuestra independencia económica, Rivadavia y el imperialismo financiero, Rosas nuestro contemporáneo y Análisis histórico de la dependencia argentina.

Con esos instrumentos bibliográficos, más la formación y la incorporación de nuevos docentes, pudimos afrontar esa nueva etapa. Fueron tiempos en que la universidad era una especie de «entusiasmo permanente»; llegábamos temprano en la mañana para buscar y reunir textos, creamos un repositorio documental con la ayuda de un equipo integrado —en aquel tiempo— por Gustavo Reyscher y Pablo Núñez Cortés. La idea era crear un fondo documental y bibliográfico que permitiera acceder a diferentes autores y autoras, según fuera imponiéndose la necesidad de las diferentes cursadas. Más tarde se incluyó el libro de Alcira Argumedo Los silencios y las voces en América Latina: Notas sobre el pensamiento nacional y popular, pues consideramos que su obra era la que mejor contenía la definición de lo que llamábamos «pensamiento nacional y latinoamericano». La publicación de Forjando una nación y la compilación de Los cuadernos de FORJA, completaron el círculo bibliográfico.

Estos fueron los inicios. Desde luego, la idea se fue desarrollando y aportando aprendizajes; comprendimos y subsanamos los errores que surgían; corregíamos las nominaciones, desarrollábamos categorías y buscábamos devoluciones de parte de los estudiantes para enriquecer la propuesta. Estoy convencido de que fueron otros tiempos, sentía que estaba cumpliendo un deber de reivindicación histórica, no solo con los autores que enriquecieron el campo, sino que —a la vez— se hacía lo propio con la historiografía, con la filosofía, con la sociología argentina y con la ciencia en general. Al tiempo trataba de procesar el alcance que significaba crear un campo problemático sobre estas características epistemológicas que inclusive fueron observadas ex profeso con motivo de un proceso de evaluación realizado por la Coneau —a través de evaluadores pares—, y del que salimos airosos puesto que el informe final fue reconocido positivamente.

De este modo, entramos en una etapa de cambio porque posteriormente surgió la idea de la creación del Instituto Ugarte, que canalizaría todo el amplio espectro del acontecer latinoamericano en general. Con esta iniciativa —apareciendo siempre imprescindibles las figuras de Julio Cardoso, César Trejo y más tarde de Mara Espasande— surgió la creación de un instituto de investigación que era lo que faltaba en aquel momento; eso le dio al seminario una proyección externa de la que aún carecía. Esa circunstancia fue complementada después con la Especialización en Pensamiento Nacional y Latinoamericano, el primer posgrado abarcativo sobre el tema.

Proximidad

Creo que todo tiene su ciclo y que en estos diez años hemos avanzado sobre sólidos trayectos gracias al impulso creativo de la Rectora, inédito hasta el momento en la historia de la Argentina y de Latinoamérica. Un fin de ciclo implica la culminación y cierre de procesos para el comienzo de otros.

Creo además que son muchos desafíos y el presente me encuentra preparando un texto en el que, según creo, se expresa con claridad el inicio de la discusión sobre algunas cuestiones pendientes sobre las que venimos trabajando. Creo que la inflexión tuvo como punto de inicio el Encuentro de Pensamiento Nacional y Latinoamericano llevado a cabo durante el mes de junio de 2022 en la universidad. En el transcurso de aquel acontecimiento —que nosotros llamamos «el encuentro del estado del arte»— verificamos que en ninguna universidad se había reproducido tal cual este seminario, pero habían surgido diversos espacios con orientaciones diferentes, con niveles distintos de institucionalización, pero que de alguna manera coincidían en los mismos ejes y objetivos.

El año pasado nos encomendamos a la tarea enorme de hacer un relevamiento de todos esos múltiples espacios a lo largo del país, y arribamos a la conclusión de que llegaba el momento en que esa atomización empezaba a ceder generando dimensiones de proximidad. Este nuevo encuentro —entonces— será dedicado al acercamiento y puesta en común, que no implica homogeneidad ni abandono de las discrepancias. La proximidad indica, justamente, la creación de un ámbito en que esas cuestiones puedan ser discutidas, intercambiadas y enriquecidas.

Este es el primero de una serie de artículos que —en lo sucesivo— iremos publicando, porque todo este sendero recorrido no estuvo exento de obstáculos diversos. Si bien el apoyo irrestricto de Ana Jaramillo permitió ir superando la mayoría de ellos, algunos tuvieron que ver con la incomprensión de este fenómeno; las críticas provenían —por lo general— de ciertos sectores que consideran que el pensamiento nacional latinoamericano carece de la entidad suficiente para constituirse —ni siquiera— en un campo epistemológico cuyo objeto de estudio es bien definido. Al mismo tiempo, otros lo vieron como una oportunidad para «colarse» en un espacio, muchas veces intentando desnaturalizar los objetivos que nos habíamos planteado.

La incomprensión externa de otras universidades que, con más o menos palabras, decían: «muy bueno lo que están haciendo, pero no podemos aplicarlo»; es decir, vallas que tuvieron que ver con discusiones o debates epistemológicos «de pasillo» y no frente a frente con los conceptos y con las personas; es decir, el cotilleo que transcurre en un entorno parainstitucional —muchas veces útil, porque constituye un espacio de discusión per se—, pero que no aporta al crecimiento.

Como en todo proceso de expansión, se despiertan envidias y celos políticos que invalidan decoro y honra a la lucha de tantos hombres y mujeres que durante años han combatido el anonimato en el que se los ha pretendido sumergir. A esto ya nos referimos oportunamente en el artículo pasado. Sobre esas cuestiones que constituyen verdaderas amenazas, tratará nuestro próximo análisis, no con el objetivo de formular críticas personales: como decía Jauretche: «… es que quiero a mis paisanos, y por amor a ellos tengo que cumplir esta ingrata labor». Justamente, para que toda esta experiencia y todo este esfuerzo institucional, epistemológico y económico trascienda y siga representando lo que es: un faro que pretende orientar desde la Universidad Nacional de Lanús a los navegantes que surcan los mares ideológicos de nuestra patria.


El artículo contó con la colaboración de Pablo Núñez Cortés

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