El Cordobazo es un hecho que ha trascendido en la memoria del pueblo argentino, con una dimensión épica similar a la de la jornada del 17 de octubre de 1945. En aquel se expresa como símbolo, el momento en que el pueblo se alzó contra una dictadura, en una movilización en la que confluyeron en las calles una clase trabajadora organizada, el movimiento estudiantil y los sectores medios más dinámicos, en la populosa e industrial ciudad de Córdoba.

El régimen dictatorial de Onganía combinaba el autoritarismo de derecha disfrazado de un falso nacionalismo aristocrático, un ultra catolicismo clerical y una política económica dirigida por Krieger Vasena con la flamante ideología ultraliberal pro norteamericana, como anticipo de lo que se haría en la tiranía de Pinochet en Chile y luego, en Argentina, con Martínez de Hoz. Onganía había asumido en 1966 tras un golpe de Estado al débil gobierno del radical Arturo Illia -que había sucedido a las fallidas gestiones de Frondizi y Guido-, con la intención de prolongarse un largo tiempo para cancelar la presencia constante y amenazante para el establishment, del movimiento obrero organizado, las diferentes formas de resistencia popular y peronista, y la influencia desde el exilio de Juan Perón. La dictadura venía a clausurar cualquier posibilidad de retorno democrático, participación popular y, por sobre todo, el regreso del viejo líder de masas quien, justamente apenas asumido el flamante dictador, opinó que había que desensillar hasta que aclarase.

En nuestro país imperó, hasta 1945 y con la excepción parcial del ciclo yrigoyenista, un orden social elitista, antiindustrial y dependiente de Gran Bretaña, bajo el dominio de una oligarquía agroexportadora. El peronismo representó la expresión política de un programa de quiebre de esa dependencia, de impulso del desarrollo productivo e industrialización del país, con el protagonismo de una pujante y fortalecida clase trabajadora, con la sustitución de importaciones, mediante sus organizaciones sindicales. Este período de reivindicaciones sociales y de soberanía nacional intentó ser borrado violentamente por la dictadura surgida tras el golpe de Estado de 1955, cuyo objetivo fue retornar al anterior orden oligárquico como si fuera el paraíso perdido. La presencia de una clase obrera amplia, movilizada y consciente de sus derechos y de quiénes eran sus adversarios políticos, hizo inestable e inviable ese intento aunque, once años después del derrocamiento de Perón, el onganiato se erigiría en el poder con el propósito de una restauración conservadora aliada a los Estados Unidos.

El Cordobazo se inscribió en el contexto de la larga sucesión de actos de resistencia a la opresión iniciada el mismo 16 de junio de 1955, cuando grupos obreros salieron a defender en las calles al gobierno peronista, del ataque criminal de la aviación de la marina con el crimen de más de trescientos compatriotas. El derecho a la resistencia a la dictadura que los inspiraba se encuentra previsto desde 1853 en la Constitución Nacional, e incluso el levantamiento de junio de 1956 -que culminó con los fusilamientos que indignaron a las mayorías-, se hizo en nombre de la Constitución de 1949, derogada, contra todo criterio jurídico, por una proclama militar. La resistencia continuó durante años, muchas veces bajo formas clandestinas y en condiciones de persecución, exilio y cárcel. Mientras en todo el país crecía en forma acelerada el descontento social por la crisis económica, el deterioro del salario real y el evidente fracaso político del gobierno de Onganía, en este clima de asfixia eclosionó la rebelión popular: justamente en Córdoba, el lugar-baluarte de las políticas industrialistas y de pleno empleo promovidas por el peronismo.

El levantamiento no fue espontáneo sino causado por una gesta organizativa previa caracterizada por la amplitud de sectores partícipes, y por un alto grado de compromiso y movilización social que se multiplicó durante la misma jornada. Por un lado, la convocatoria de las dos centrales obreras en la ciudad (la CGT legalista y la recién fundada “CGT de los Argentinos”) para una huelga con movilizaciones, contra las cuales se preveía una dura represión policial como respuesta, tal como había ocurrido en Corrientes y Rosario en días previos. El motivo expuesto como justificativo de la protesta fueron el rechazo a la derogación del denominado “sábado inglés” -lo cual agravaba las condiciones de trabajo-, y las negociaciones colectivas y actualizaciones salariales. Por otro lado, la convocatoria había comprometido una participación masiva de parte de la mayoría de los sectores populares de Córdoba. La ciudad capital de la provincia era un centro industrial aglutinador de una importante y jerarquizada masa operaria, así como también lo era del movimiento estudiantil que componía el gran centro universitario con sede en el barrio Clínicas (o Alberdi); a ellos se les sumaron centros vecinales, organizaciones sociales y cristianas de base.

El 29 de mayo de 1969, la ciudad de Córdoba fue tomada por una auténtica pueblada. Una confluencia de obreros y estudiantes principalmente, avanzó por las calles en forma decidida con el apoyo general del pueblo que compartía el mismo enfado contra la dictadura. Desde la mañana de ese día las calles se fueron poblando de manifestaciones de protesta organizadas por los sindicatos industriales, pero el asesinato del operario automotriz Máximo Mena hacia el mediodía, derivó en una insurrección generalizada desde diferentes puntos hacia el centro de la ciudad. En cuestión de horas el casco urbano quedó en poder de los manifestantes tras enfrentarse en una lucha callejera contra la policía, la cual tuvo que refugiarse en sus cuarteles. Los manifestantes que habían planificado la resistencia pasaron a la ofensiva con piquetes y barricadas, hondas metálicas, bulones y tuercas como proyectiles, bombas molotov y bolillas tomadas de los rulemanes para causar la caída de los caballos de la policía montada.

Antes del anochecer, tropas militares llegaron desde Buenos Aires en socorro de la policía local y con el fin de reponer el orden. El saldo final nunca fue precisado y, aunque se habla de decenas de muertos, al menos se identificó a cuatro manifestantes asesinados por las fuerzas de seguridad y centenares de heridos y detenidos. La ciudad quedó ocupada por el ejército varios días después y la situación tardó en calmarse totalmente: pero para el gobierno nacional ya no hubo retorno, en una declinación que finalizaría con la renuncia de Onganía un año después.

Las interpretaciones sobre el Cordobazo varían, pero en general se destaca el protagonismo popular a partir de una manifestación inicialmente organizada por un sindicalismo activo por medio de figuras tales como Agustín Tosco, Elpidio Torres y Atilio López (Luz y Fuerza, los mecánicos de SMATA y los transportistas de UTA, respectivamente), quienes, pese a sus orientaciones políticas e ideológicas diferentes, priorizaron la unidad en la acción. También existe coincidencia en afirmar su carácter de catalizador de la tensión social existente y el descontento político acumulado largamente. La dictadura contaba con la oposición decidida de las masas populares, en una coincidencia entre el movimiento obrero, el universitario y los sectores medios progresistas que a esa altura habían adherido a la causa de la liberación nacional, seguramente influenciados por lecturas como las de Jauretche, Hernández Arregui, Ramos, Puiggrós, y otras figuras intelectuales de notable importancia. Una buena síntesis la dio Jauretche unos días antes cuando dijo eso de “burro viejo no agarra trote, salvo que quien trote sea la calle”.

Tras el Cordobazo se sucedieron manifestaciones y protestas similares que fueron vistas como continuadoras, como se evoca con sus nombres: “Tucumanazo”, “Mendozazo” o “Viborazo” en Córdoba otra vez. Un mes después, la guerrilla dio muerte a Augusto Vandor, líder de la CGT legalista, en un acto que conmovió el escenario nacional y anunció la irrupción definitiva de las organizaciones político-militares. Los dirigentes sindicales y otros manifestantes fueron encarcelados y condenados por un tribunal militar a varios años de prisión, como en el caso de Torres y Tosco. Atilio López sería electo Vicegobernador de Ricardo Obregón Cano con el regreso de Perón al poder, para luego ser derrocado y asesinado por un grupo parapolicial local. Tosco murió en 1975 de cáncer en la clandestinidad perseguido por la Triple A.

El régimen dictatorial de Onganía quedó derrotado políticamente por las puebladas, dando lugar a un proceso que derivaría en la necesaria y reclamada apertura democrática, el levantamiento de la proscripción del peronismo y a su triunfo electoral de marzo de 1973 con la consigna de “Cámpora al gobierno Perón al poder”. Esto permitió el regreso definitivo al país del viejo líder con el apoyo de una gran mayoría del pueblo, en una amplia confluencia que, de otra manera, se había anunciado en el Cordobazo. Luego, el rumbo del país volvería a girar rápida y dramáticamente, en consonancia con el clima reaccionario en el continente y la influencia del imperialismo norteamericano, hasta su quiebre con el golpe de Estado de marzo de 1976 y el inicio de la dictadura genocida.

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