Cada año, el Instituto Goethe entrega su Medalla como condecoración oficial de la República Federal de Alemania a personalidades que han hecho una contribución especial a la enseñanza del idioma alemán y al intercambio cultural internacional.

En la edición 2020, el reconocimiento fue para Elvira Espejo Ayca, artista, ensayista, tejedora, intérprete musical y gestora cultural de Bolivia. Esta distinción tuvo un condimento especial debido a que Espejo Ayca fue la primera referente de su país y de las culturas originarias en recibir la Medalla y, además, la más joven de todos los nominados desde 1955.

Entre los considerandos, la Comisión de la Medalla Goethe honró a Elvira Espejo Ayca como una «verdadera constructora de puentes que realiza una valiosa labor de mediación cultural: entre América Latina y Europa, entre la Bolivia moderna y su pasado colonial, entre sus propias tradiciones indígenas y otras culturas, entre las disciplinas artísticas y las generaciones. En la confrontación con las ambivalencias desarrolla su especial poder creativo».

En dialogó con Viento Sur, Elvira Espejo Ayca se refirió a la condecoración, a la importancia de fomentar una visión latinoamericana y a la necesidad de repensar la educación “blanqueadora”.

¿Cómo recibiste la distinción?

La recibí con mucha alegría y pasión, y no a nombre personal, sino de todos los pueblos originarios de América Latina. Soy hablante de la lengua aymara y quechua y he estado con distintos aborígenes de Chile, Argentina, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, México. Siempre estuve con las comunidades indígenas y eso genera un toque especial, compuesto por nuestras epistemologías y  pensamientos. Y eso es nuestro orgullo. Por primera vez una persona de raíz indígena recibe esta medalla en nombre de todos.

¿Qué es lo más distintivo de tu aporte?

Creo que es el poder entender nuestras epistemologías. Toda la educación piramidal construye una academia muy sesgada, con una mirada del exterior. Y nosotros, como pueblos originarios, hacemos una reflexión interna, con pensamientos que nos llevan a una mirada muy amplia. Por ejemplo, en términos académicos se habla mucho de la domesticación, de las plantas, animales, una mirada muy eurocéntrica. Pero en la lengua aymara y quechua hablamos de crianza mutua, de afectividad, en la que se cuida y quiere a las plantas, al rebaño. Estas epistemologías imponen otros tipos de reflexión y un respeto mutuo entre los seres vivos.  

Ese pensamiento es muy distinto al occidental…

A Europa le interesó mucho esta contradicción de pensamientos y de cómo podríamos trabajar entre la teoría y la praxis en estos tiempos. La academia o lo teórico viene separada de lo práctico y se lo jerarquiza como una artesanía, como algo inferior. Entonces hay que ir por un respeto mutuo, con posiciones en el mismo nivel.

¿Cómo se podría concretar?

Los investigadores muchas veces son saqueadores de información y lo que proponemos es ser coautores con las prácticas. Es decir, que teóricos y prácticos trabajen conjuntamente, porque los que dan la información son los pueblos y las comunidades, que la vienen traspasando de generación en generación. Y ese aprendizaje nos cuesta mucho aprenderlo, no como en las universidades que son 4 o 5 años. Nosotros llevamos 15 o 20 años aprendiendo. Entonces, no debería ser solo decir «gracias por la información”, sino trabajar en conjunto, con coautorías para generar una reflexión profunda y un respeto mutuo del ser humano. Tener un equilibrio entre la praxis y la teoría para toda clase social y niveles que podríamos tener.

¿Cómo lograste articular a modo personal la praxis con lo teórico?

Tuve dos fuentes de alimentación. Una de formación local comunitaria de mi casa, donde aprendo a tejer, y sobre la tierra y el universo. Y por otro lado la formación formal estatal, que es universal y con ideas que “blanquean”. Esto me hizo reflexionar sobre cómo tener una mirada más amplia. Esta acumulación de conocimientos me ha permitido reflexionar sobre quién y cómo soy y cómo nos ve el mundo a nosotros. Es un largo viaje desde varios puntos de vista.

Tu visión sobre la educación en América Latina es bastante crítica…

Considero que es super blanqueadora y jerarquizadora. Siempre estamos con uniforme, con guardapolvo y con las teorías y tendencias de lo universal, con muy poca reflexión sobre nuestras raíces. En ese sentido falta un montón y es un problema de toda América Latina. La batalla es importante, porque los epistemes y pensamientos todavía no son tan fuertes. Hay que trabajar con los jóvenes para que tengan una buena autorreflexión, con varias fuentes para reconstruir y reinterpretar la dinámica en la que se vive.

¿Tu gestión en el Museo Nacional de Etnografía y Folklore (MUSEF) fue en ese sentido?

Creo que fue un paso muy importante porque por primera vez una mujer con raíces indígenas muy fuertes pudo pisar esa institución, que siempre había pertenecido a una clase social y a un pensamiento muy sesgado desde lo histórico y lo arqueológico. En ese sentido se hizo un giro tremendo porque nosotros no copiamos estas posiciones de la cronología como se hace en todos los museos universales. Y esa reflexión nos llevó a trabajar con 900 tejedoras de distintas regiones del país y de los Andes (Perú, Bolivia, norte de Argentina y Chile), y esta propuesta se ha plasmado en las exposiciones del Museo, donde se habla de la variedad de las materias primas, sobre cómo se obtienen y transforman, las técnicas, etc. Nunca estuvo esa parte. Entonces a partir de la reflexión profunda contribuimos a educar de una mejor manera.   

¿Es posible un punto de encuentro con el capitalismo?

Se puede tener un equilibrio que nos puede ayudar a madurar de una manera distinta. Creo que la misma sociedad debe autocuestionarse sobre la educación que recibe, que te enseña a tener consumos sin responsabilidad.

Breve biografía de Elvira Espejo Ayca
Nació en 1981 en la Provincia Avaroa, en el departamento de Oruro, Bolivia, donde creció en una comunidad indígena originaria. Desde el principio se defendió contra las convenciones tradicionales que prohibían su educación superior y una carrera profesional. Su decisión por la educación y por su profesión la llevó a una ruptura con su familia y su pueblo. En 2004 estudió Arte en la Academia de Bellas Artes «Hernando Siles» en La Paz. Nunca olvidó sus raíces indígenas, sino que siempre las integró en su trabajo y proyectos. En 2005 fue co-lectora de «Lenguas no escritas en los Andes» en el programa «Duke en los Andes». En colaboración con el músico Álvaro Montenegro grabó canciones tradicionales y diálogos de instrumentos musicales indígenas y urbanos. De 2010 a 2011 participó en la exposición «El Principio de Potosí» en la Casa de las Culturas del Mundo (Berlín) con posteriores exposiciones en España y Bolivia. Luego, se convirtió en miembro de la junta directiva del Instituto de Lengua y Cultura Aymara (ILCA) y en 2013 Directora del MUSEF en La Paz. Hoy ha hecho de este museo uno de los puntos de encuentro cultural más importantes de Bolivia.

Fuente: https://www.goethe.de/

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