“Ninguna situación es más emblemática que el uso de la fuerza desproporcionada e ilegal como lo vemos en Palestina —dijo Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, presidente de la República Federativa de Brasil, en su discurso ante la 80ª Asamblea de Naciones Unidas—. Los atentados terroristas perpetrados por Hamas no pueden defenderse desde ningún punto de vista, pero nada justifica el genocidio que vemos en Gaza (…) El pueblo palestino corre el riesgo de desaparecer. Solo sobrevivirá como un Estado independiente e integrado a la sociedad internacional”.

La octogésima reunión del foro que reúne a las naciones del mundo fue el escenario en el que mandatarios de varios países dieron una voz de alerta respecto a la tremenda situación humanitaria —o mejor sería decir “situación inhumana”— que viven los pobladores de la Franja de Gaza y Cisjordania. Paradójicamente, la entidad internacional que nació en un mundo en ruinas horrorizado por los crímenes del nazismo, una sociedad global que ansiaba la paz y estaba dispuesta a trabajar por ella, fue en los últimos días de septiembre el espacio donde se desplegó el espanto ante un nuevo genocidio, esta vez en Oriente próximo. Sin embargo, la opinión pública internacional conoció la existencia de los campos de concentración y la magnitud de los crímenes nazis cuando la Segunda Guerra llegaba a su fin; hoy, increíblemente, el asesinato indiscriminado de civiles en Gaza es vox populi: un nuevo horror pero esta vez conocido y difundido masivamente, magnificado por la transmisión en directo de imágenes y noticias que registran, minuto a minuto, una tragedia que no cesa.

“La diplomacia ya acabó su papel, señores, en el caso de Gaza —dijo Gustavo Petro, presidente de Colombia, ante la Asamblea General—. No pudo solucionarlo. No es cierto que podamos insistir e insistir en hablar y en hablar cuando cada segundo cae un misil y destroza los cuerpos de bebés inocentes, bebés niños y bebés niñas, en el país árabe de Palestina (…) La ONU debe empezar su cambio deteniendo el genocidio en Gaza con la efectividad de un ejército de salvación del mundo”.

“Gaza es una crisis global porque es una crisis de la humanidad”, dijo a su turno Gabriel Boric, presidente de la hermana república de Chile, haciéndose eco de un pedido que ningún ser humano puede desoir por el solo hecho de serlo.

Este grito urgente de los países de Nuestramérica —territorio aquejado por decenas de males y aun así refugio de futuro y de esperanza para el resto de la humanidad—, se extendió hasta el actual rey de España, Felipe VI, quien rescató con orgullo las raíces sefardíes del pueblo español: “Por eso nos duele tanto, nos cuesta tanto comprenderlo, lo que el gobierno israelí está haciendo en la Franja de Gaza. Por eso clamamos, imploramos, exigimos, detengan ya esta masacre. No más muertes en nombre de un pueblo tan sabio y tan antiguo que tanto ha sufrido a lo largo de su historia (…) Demandamos que el gobierno de Israel aplique sin reservas el derecho internacional humanitario en toda Gaza y Cisjordania”.

En su última aparición en público, el domingo 20 de abril, el papa Francisco le pidió a un asistente que leyera su último mensaje reiterando su llamado al alto el fuego: “Mi pensamiento se dirige a la población y, de modo particular, a la comunidad cristiana de Gaza —dijo a través del cardenal Angelo Comastri durante la Misa de Pascua en la Plaza de San Pedro—, donde el terrible conflicto sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria. Apelo a las partes beligerantes: que cese el fuego, que se liberen los rehenes y se preste ayuda a la gente, que tiene hambre y que aspira a un futuro de paz”. No fue la primera vez que el obispo de Roma se refería a esta terrible situación: en su discurso de Navidad de 2024, sobre los ataques de Israel sobre Gaza dijo: “Ayer bombardearon a niños. Esto es crueldad, esto no es guerra, quiero decirlo porque toca el corazón”.

También su sucesor, el papa León XIV, expresó el domingo 21 de septiembre —poco antes de la apertura de la Asamblea de la ONU—, la posición de la Iglesia: “No hay futuro basado en la violencia, el exilio forzado, la venganza”, dijo al término de la oración dominical del Ángelus en la plaza de San Pedro. “Toda la Iglesia expresa su solidaridad con los hermanos y hermanas que sufren en esta tierra martirizada”. El miércoles anterior, durante la audiencia general, León XIV había manifestado su “profunda solidaridad” con el pueblo palestino en Gaza, describiendo a una población “que sigue viviendo con miedo y sobrevive en condiciones inaceptables, obligado por la fuerza a abandonar una vez más sus tierras”.

Ante este clamor de Papas y de Presidentes, que se extiende hacia todas las personas de este doliente y aun maravilloso mundo que amamos la paz y nos condolemos con el dolor de nuestros semejantes, llama la atención —por no utilizar otros epítetos— que la República Argentina, país que desde siempre ha sido un actor primordial en Sudamérica y ha jugado un importante rol en el escenario político global, que es referente mundial en la defensa de los derechos humanos, hoy se mantenga en silencio. Un silencio que es inaceptable, imposible, inentendible y vergonzante. O, peor aún: que exactamente en la misma ciudad en la que los presidentes condenan el genocidio en Gaza, nuestro primer mandatario se reúna afablemente con el responsable máximo de semejante crimen de humanidad. No confundamos religión con política, ni política con esto. Un genocidio es un genocidio. Sus responsables merecen su Núremberg. Sus aliados son cómplices. El silencio también lo es.

Desde el sur del mundo globalizado; un sur que sufre carencias, y reniega del autoritarismo que hoy parece dominar las relaciones internacionales y las que deberían unir armoniosamente a los gobernantes con sus pueblos, también alzamos nuestra voz: fuerte, bien fuerte, para decir que nos duele Gaza y para clamar, exigir, implorar y rogar por que de una vez por todas el hombre deje de ser el lobo del hombre.

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