Eva María Duarte, María Eva Duarte de Perón, Eva Perón, era argentina, mujer, hija bastarda y humilde por nacimiento, pero también por elección. Era actriz, la compañera de Perón y primera dama de Argentina. Sin embargo, su otro nombre es Evita, el nombre que le puso el pueblo, una construcción colectiva que sigue viva y que probablemente sea como Buenos Aires para J.L. Borges, tan eterna como el agua y el aire. Pero en este caso no porque el mito sea de origen, sino porque como sujeto histórico se renueva en cada persona, cada imagen, cada representación que la refleje en los ojos de su pueblo. Evita se construyó entendiendo la política también desde el arte, su pasado de actriz la ayudó a pensar intuitivamente y consiguió lo que pocos pueden, crear una comunicación directa y poderosa con el pueblo.
Evita es el nombre de la igualdad. Todos los otros nombres de esas mujeres distintas que fue tenían una imagen, y cada imagen interpelaba y se resistía a una injusticia, a una necesidad ignorada o atropellada por alguien que, sin dudas, estaba en una posición privilegiada. Pero para Evita la posición privilegiada no era resultado de un mérito personal, sino el de una opresión y, entonces, declaró a cualquier persona privilegiada que se sintiera en el derecho de ser más digna o más beneficiada por su posición social, su enemigo, y a esas personas las llamó oligarcas. Evita se dio esa identidad compleja, ese nombre y esa imagen una vez que comprendió que el amor es darse. Dar la vida por los descamisados, ser Evita se transformó en un acto de amor que enmarcó a las acciones políticas, y entonces ya no solo trabajaba para reparar con derechos las necesidades de los oprimidos, sino que los llevaba a su lado para que ocuparan el centro de la escena, para que dieran vuelta con ella la historia de injusticias por el camino del amor y la igualdad.
Cuando Eva Perón murió, el pueblo le construyó altares a santa evita que les había cumplido mucho más que dios, y además los había amado de manera explícita y contundente, nadie se los había contado, habían recibido su amor de sus manos y su mirada. La pintaron los pintores, la cantaron los músicos, la escribieron los poetas y la filmaron los cineastas. Pero no solo los artistas, el pueblo la representa siempre, y la nombra, y la narra, también la actúa y la baila, la esculpe en cualquier materia. El amor de Evita, así como su resentimiento a la oligarquía, iban a cambiar para siempre la cultura argentina. Es cierto que lleva tiempo cambiar la política que un país construye en casi 150 años, pero Evita sabe que de entre esos hombres y mujeres del pueblo que la constituyen, y son constituidos por ella, saldrá quien siga luchando por una patria justa, libre y soberana.
Evita no solo habló y escribió sobre estas y otras cuestiones, también construyó instituciones que Iban a garantizar que por muchos años la infancia, la vejez, la vida de los trabajadores y la de las mujeres, fueran mejores, más dignas y con menos necesidades, y para eso los empoderó en sus derechos. Al tercer día de haberse iniciado el gobierno de Juan Domingo Perón, Evita empezó a incluir en sus discursos la necesidad de reconocer el derecho a votar de las mujeres. El congreso, con debates a veces inverosímiles sobre el tamaño del cerebro femenino, o la necesidad de preparar a las mujeres para votar, finalmente aprobó la ley y en 1947 votaron 3.816.654 millones de mujeres. Cientos de ellas fueron electas para distintos cargos legislativos. Las mujeres fuimos uno de los principales focos de atención entre las injusticias sociales que señaló. De hecho, la Fundación Eva Perón fue un proyecto que Evita concretó para que las mujeres en condiciones de soledad o de pobreza, o ambas, fueran protegidas y contenidas para llevar adelante de manera digna las tareas de cuidado que le fueron asignadas a su género.
Por los hogares que integraban la Fundación Eva Perón transitaron y se criaron miles de niños, niñas y adolescentes. Además creó, en el mismo sentido, para cobijar a los más desprotegidos, hogares de ancianos, hospitales y escuelas, defendió el acceso universal a todos los derechos, desde el voto hasta los estudios universitarios. Distribuyó miles de máquinas de coser, millones de juguetes y puso en su cuerpo y en su nombre todos los símbolos que fueron necesarios para que el pueblo se reconozca digno y soberano. Y como la artista que era construyó así un mundo posible, nuevo e igualitario, en el que los sueños se pueden construir.
A cien años del nacimiento de María Eva Duarte, y a casi 70 de la muerte de Eva Perón, Evita sigue presente, como el descamisado que imaginó el artista Daniel Santoro, cuidando a los más frágiles de la sociedad. Ese descamisado gigante y colectivo, sus principios y acciones mueven y se mueven por una pasión que siempre está esperando a quien surja del pueblo, y sepa repensar el camino y construya nuevas soluciones a los nuevos dolores del neoliberalismo.
En estos días, casi como un homenaje a su aniversario, otra mujer, en espejo, enmarcada en el amor, alargando con ese amor la mirada de la inteligencia, desplazando los honores, los orgullos, las vanidades y los rencores, hablándole a los ojos a su pueblo, otra mujer (otra vez), renuncia para proteger a la patria, aunque esa renuncia la vuelve la más fuerte, la más emblemática, la vencedora en el tiempo y en la historia, esta vez es una renuncia decidida por ella misma, en su soberanía. Escuchar a Cristina Fernández de Kirchner le trae al pueblo todas las resonancias de Evita, sus palabras atraviesan lo personal y se dirigen certeras al corazón de millones de esperanzados y esperanzadas en recuperar lo perdido. Ella lo da todo, y darse, como aprendimos de Evita es un acto de amor.
También por esto, por la certeza de tener una heredera, y de que seguramente muchos más surgirán para sumarse a las dos mujeres más queridas e importantes de Argentina, sus cien años de nacimiento se festejan como cien años de vida. Porque Evita y su pueblo viven en los actos de amor que siguen haciendo juntos y que no se detendrán mientras haya un descamisado, una oprimida, un niño desamparado, o, simplemente, alguien que sufra por una injusticia social y por lo tanto, la necesidad de crear otro mundo mejor.
*Nota publicada en revista Hamartia #33
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