Este artículo es una propuesta más, que se suma a los muchos planteos de cómo intervenir los encuentros de enseñanza y aprendizaje musical. Propone un abordaje integrador de la música y el juego en pos de favorecer la interacción y la transformación social, y cuestiona aquellas actividades que utilizan al juego (y a la música) como meras recetas de adiestramiento, sin poner en valor los emergentes propios que derivan de dichas actividades. Surge de la experiencia de los talleres de música y percusión para chicos y chicas (de entre cinco y doce años) del Programa de Verano de la UNLa, pero la idea se replica también en espacios de educación formal.

¿Por qué el juego en un taller de música y desde qué perspectiva?
Cuando de actividades socio-culturales y educativas se trata, la música y el juego, entendidas como prácticas asociadas y como modos de expresión y por ende de comunicación, tienen una misma intencionalidad de raíz (aunque lo ideal sería que fuera así en cualquier contexto); esto es: el interés por la interacción social. A partir de este propósito y esta perspectiva, la práctica de la música (y el arte en general) fomenta una construcción colectiva del conocimiento, promoviendo la inclusión social, el desarrollo de la creatividad (para el arte y para la vida) y el pensamiento crítico de la realidad que nos atraviesa, en función de favorecer además de posibles artistas, futuros agentes transformadores de las diferentes problemáticas sociales imperantes en la actualidad.
Los juegos por su parte, entre otras características a resaltar, despiertan un interés que solo el juego genera; se presentan como desafíos, estimulando la participación activa y predispuesta, la integración de quienes participan y, fundamentalmente, promueven la creatividad en los niños y niñas, siendo este el punto clave que origina nuevas experiencias.
La promoción de actividades lúdicas entonces, nos permite abordar la música desde una concepción amplia, que incluye la práctica de juegos reglados y el eventual desarrollo de aquellas situaciones que emergen espontáneamente. De esta manera, y ya sea con el juego al servicio de la música o viceversa, ambas vivencias se retroalimentan fuertemente dando lugar a nuevas expresiones, que de poder ser captadas por quien esté coordinando un taller, se presentarán como una amplia gama de situaciones para desarrollar con los chicos y chicas.

Actitud lúdica
Partiendo de esta concepción integradora, es interesante referirse a la idea de actitud lúdica permanente. Me refiero a una suerte de principio tácito y fundamental sobre el cual se cimienta el taller. Se trata de pensar que toda actividad que se realice en el mismo puede, ocasionalmente, convertirse en un juego. La actitud lúdica no implica, necesariamente, una construcción permanente de juegos con sus respectivas reglas, más bien se intenta pensar a cada actividad en particular como disparador de nuevas experiencias (lúdico-musicales) abiertas a la posibilidad de convertirse en un juego reglado, o bien situarse en una instancia de enseñanza–aprendizaje atravesado por cierto espacio de recreación más cercano al juego libre.
Esta constante posibilidad abierta al juego, nos mantiene en permanente atención a los emergentes que puedan surgir del grupo y hace que este aparente escenario anárquico y no planificado se corporice en situaciones lúdicas concretas que enriquecen la experiencia creativa.

Contraposición de modelos
El sustento epistemológico de los sistemas tradicionales de educación (que por diferentes razones, y aunque tal vez en menor medida, suele también replicarse en espacios de educación no formal) acostumbra a fundarse en concepciones que posicionan a los aspectos lúdicos en general y al juego en sí mismo desde una visión técnico–pedagógica que lo alejan de su esencia en tanto rasgo de especie. De esta manera, por ejemplo, cuando la creatividad pretende ser manipulada desde un juego que busca una sola respuesta concreta, pierde su sentido de espontaneidad.
Las recetas de cocina suman y combinan ingredientes que dan como resultado un plato específico; en medicina, las recetas buscan dar solución a una afección en particular; por su lado, los juegos (musicales o no) que se aplican como recetas direccionadas a un resultado específico, atentan contra la esencia propia de la creatividad de chicos y chicas. Esta mirada, por un lado, nos hace enfocar en un único aspecto del juego, ignorando los emergentes que no estaban programados. Por otro lado, posiciona al juego como una instancia técnica menor que debemos utilizar cuando queremos que los niños o niñas logren tal o cual objetivo específico, y es ahí donde nos encontramos con una receta flaca de contenido, que en la mayoría de los casos es descubierta por los chicos y chicas, evidenciando su carácter oportunista.
Pero tal vez la gravedad más intensa resida en la idea de los niños y niñas como una máquina de facultades a desarrollar, sin tener en cuenta, una vez más, las particularidades y el contexto de cada individuo en particular. La idea de adiestramiento de niños y niñas, nos aleja de la posibilidad de vivir experiencias libres en donde se experimente la verdadera creatividad espontánea.
En síntesis, una visión meramente técnica de los juegos que se aplica en un contexto socioeducativo, comete un doble error al acotar la creatividad de niños y niñas y, por consecuencia, no tener en cuenta el cúmulo de experiencias creativas que surgen de la vivencia misma del juego.

Juegos rítmicos con vasos
Los juegos rítmicos con vasos (ver link) son estructuras rítmicas que se realizan con un vaso de plástico como instrumento principal, combinado con palmas y golpes en el piso o sobre una mesa. Los diferentes juegos implican en su ejecución un trabajo de coordinación en equipo, ya sea por la simultaneidad rítmica al momento de ser tocados (los juegos se realizan en rondas, o de a varios dúos) o por la complementación de las diferentes partes del juego, que precisarán de la acción conjunta de un par de personas para completar la rítmica resultante.
El desarrollo de estos juegos en los diferentes encuentros del taller nos permitió abordar cuestiones estructurales específicas, tales como aspectos formales de estilos -como la chacarera-, o trabajar ciertos patrones rítmicos que necesitaban ser practicados.
La concepción del juego como justificación científica, finalizaría su análisis (y su práctica) en esta instancia, tomando estos resultados como suficientes; las actividades lúdicas hubieran sido de gran utilidad para el fin esperado (en este caso, por ejemplo, internalizar las estructuras formales de la chacarera).
En nuestro caso, los juegos rítmicos con vasos fueron un punto de partida, es decir, que no solo sirvieron para trabajar ciertas necesidades ya mencionadas, sino que también despertaron un interés por parte de nenes, nenas y mío de crear nuevos juegos, que posteriormente (algunos) fueron incorporados a canciones que trabajamos en el taller y nos permitieron visibilizar el carácter comunicativo de este tipo de juegos que presenta por lo menos dos aristas definidas. La primera en la práctica misma del juego, en donde se necesita de la acción conjunta y coordinada de quienes lo estén jugando, y la segunda al momento de la creación, en donde, además de pensar y crear un ritmo, debo definir de qué manera y en qué parte del juego se interactúa con los demás.
Todo esto se suma al trabajo que se realizó incorporando estos ritmos de vasos a canciones (que luego fueron tocadas en presentaciones en vivo) como un proceso más de internalizar el juego, y ponerlo en función de una performance.
Es en estos procesos de jugar el juego, de tocar en vivo y de crear otros nuevos, en donde se ponen de manifiesto las relaciones que hacen a una interacción social propiamente dicha y a un desarrollo libre de la creatividad en niños y niñas; al día de hoy, en la mayoría de los encuentros los chicos y chicas nos comparten ritmos de su creación para tocarlos entre todos.

A modo de conclusión
La creatividad en los niños y niñas surge de las variaciones no planificadas (o resultados no esperados) de una actividad lúdica inicial. Ponerle un límite a esta chispa de creación, o no dar lugar a estos emergentes es restringir un modo de expresión y es interrumpir una comunicación que la música genera como un lenguaje identitario; es algo así como taparte la boca y no dejarte hablar. Por otro lado, es coartar los efectos que el juego y la música generan en la construcción social y cultural de las personas.
Cada juego, cada actividad con cada grupo de chicas y chicos, será portador de innumerables situaciones que se desprendan del juego inicial y no hay artículo que pueda describirlo hasta tanto esa vivencia sea puesta en práctica.
Promovamos el valor del juego en la música (y viceversa) o más bien tomemos a la música como un juego con todo lo que esto implica, y dejemos que la experiencia misma de jugar nos deje la enseñanza propia y única de cada vivencia lúdica musical.

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