“Cada uno ve en una obra de arte lo que de antemano está en su espíritu; el ángel o el demonio están siempre combatiendo en la mirada del hombre. Yo no he cruzado el océano con el objeto de ofender el pudor de mi pueblo (…) Lamento profundamente lo que está ocurriendo pero no advierto en estas expresiones de repudio -llamémosle de alguna manera- la voz pura y noble de este pueblo. Y esa es la que me interesaría oir; de él espero el postrer fallo”.

Fragmento de una carta de Lola Mora escrito a propósito de la polémica desatada por “Las Nereidas”

El 21 de mayo de 1903 se inauguró la Fuente Monumental de las Nereidas en el Parque Colón, en la intersección del Paseo de Julio y Cangallo (actuales Leandro N. Alem y Juan Domingo Perón), en el centro de la ciudad de Buenos Aires. Lola Mora había hecho la obra por encargo del Intendente porteño Adolfo J. Bullrich quien obvió la aprobación del Consejo Deliberante, lo cual fue una de las primeras críticas al emprendimiento. Las que siguieron, sin embargo, fueron bastante más dañinas y furibundas.

Cuando Dolores Candelaria Mora Vega recibió la solicitud de la obra estaba en Italia, estudiando con el pintor Francesco Paolo Michetti y con el escultor Giulio Monteverde, entonces conocido como “el nuevo Miguel Ángel”.El primer modelo de la obra, mucho más pequeño, fue hecho en arcilla; después Lola, con otros profesionales y estudiantes, construyó en yeso un modelo en tamaño real. El conjunto que llegó a la Argentina en 1902 para ser parte de la fuente, de unos 6 metros de alto por 13 de ancho, fue construido con mármol de Carrara.

Las principales críticas a la obra provinieron del sector “victoriano” de nuestra sociedad de aquellos tiempos, que consideró “licenciosas” y “libidinosas” las esculturas que mostraban cuerpos desnudos emergiendo de las aguas. Por eso se desestimó el plan original que era emplazar la fuente en la Plaza de Mayo: el temor era que la escultura ofendiera tanto a la curia como a la catedral metropolitana. Antes de decidirse por el Parque Colón se barajaron otras posibles locaciones: el Parque de los Patricios e incluso el barrio de Mataderos, por la única razón de ser una parte de la ciudad aún muy despoblada. Se llegó hasta a poner en duda que una mujer hubiera sido capaz de crear la obra, diciendo que los autores de la misma habían sido sus ayudantes; hubo también que tapiar los alrededores del Parque Colón durante la instalación, para ocultar a los ojos de decenas de porteñas y porteños “decentes” que la artista trabajaba en pantalones.

Pero las presiones no cesaron con el emplazamiento en el Bajo, muy cerca de la Casa Rosada. Finalmente la fuente fue trasladada a la Costanera Sur en 1918, año de inauguración del Balneario Municipal, al lugar donde se encuentra actualmente. La mudanza fue una victoria de una sociedad conservadora que quería alejar la obra del centro y de la mirada de todos. “No pretendo descender al terreno de la polémica; tampoco intento entrar en discusión con ese enemigo invisible y poderoso que es la maledicencia. Pero lamento profundamente que el espíritu de cierta gente, la impureza y el sensualismo hayan primado sobre el placer estético de contemplar un desnudo humano, la más maravillosa arquitectura”, dijo Lola Mora en esa oportunidad.

Lola Mora

Dolores Candelaria Mora Vega, Lola Mora, nació en abril de 1867 en la provincia de Tucumán y fue bautizada en El Tala, Salta. Se dice que ella siempre se sintió tucumana, y de hecho fue en esa provincia donde vivió su infancia y su adolescencia, y donde muy temprano comenzó a salir a la luz su vocación de artista.

En el arte y en la cultura Lola Mora siguió los lineamientos clásicos; en su vida y en la forma de afrontar los desafíos, fue una mujer de avanzada con una obra mucho más vasta que la escultura de la polémica. Hizo las estatuas de La Justicia, El Progreso, La Paz y La Libertad emplazadas en las cercanías de la Casa de Gobierno de San Salvador de Jujuy; algunas esculturas en el Monumento Histórico Nacional a la Bandera de Rosario; los bustos de varias personalidades de la política y la aristocracia argentina -Juan Bautista Alberdi, Facundo Zuviría, Aristóbulo del Valle, Carlos María de Alvear y Nicolás Avellaneda-; las estatuas que decorarían la escalinata principal del Congreso de la Nación. Con motivo de la remodelación de la Casa Histórica de Tucumán, el Gobierno Nacional le encargó dos altorrelieves: en uno de ellos representó el 25 de mayo de 1810 en los balcones del Cabildo de Buenos Aires; en otro, la Declaración de la Independencia en el interior del Congreso de Tucumán.

Dentro de su obra se incluye el acceso a la capilla de la bóveda de la familia López Lecube, en el Cementerio de la Recoleta. Son dos figuras realizadas en mármol, una en actitud meditabunda y la otra mirando al infinito. Una de las figuras tiene uno de los breteles del vestido caído: ese hombro descubierto motivó el reclamo de varias señoras al Director del Cementerio solicitando que se retirara esa estatua “obscena, no destinada a un lugar sacro”.

El decidirse por el arte ya había significado una proeza, recordemos la fecha de sus comienzos y su actuación inicial. Mujer y escultora parecían términos excluyentes. Los prejuicios cedieron, sobrepujados por la evidencia de su obra”, dijeron en la prensa nacional cuando murió, en junio de 1936. En su memoria y a modo de homenaje, se instituyó oficialmente el 17 de noviembre (supuesta fecha de su nacimiento), el Día Nacional del Escultor y las Artes Plásticas. También en su honor, el edificio donde se aloja la Dirección de Patrimonio de nuestra universidad lleva por nombre “Lola Mora”.

“Las Nereidas” sin embargo sigue allí, más de un siglo después, en la Costanera Sur.

Al menos ya no tan oculta a los ojos de los cientos de personas que pasean por lo poco que quedó de aquel balneario popular.

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