Hace un tiempo Rafael Correa señalaba que «la globalización del siglo XXI solo busca crear un mercado mundial y no una sociedad global (…); queremos sociedades nacionales y globales con mercado, gobernando al mercado para alcanzar los objetivos socialmente deseables, y no sociedades de mercado, donde vidas y personas estén sometidas a la entelequia del mercado».

En esta disputa global la lucha democrática que no es otra cosa que un proceso de socialización del poder que nos obliga a realizar profundos esfuerzos teórico-prácticos, porque cuando los privilegios se democratizan se convierten en los derechos que son base de la libertad; y como contracara, quien ataca los derechos sociales y civiles ataca a la democracia.

Los abanderados de la “pospolítica” señalan que debemos dejar atrás las viejas disputas ideológicas y encomendarnos a la buena administración y gestión de los expertos que velarán por nuestra seguridad y bienestar. En este grupo está la creencia en la democracia como mero proceso de selección de las élites para ejercer la administración.

Pero la democracia no es ni un significante vacío, ni un mínimo común denominador de la retórica política, ni un procedimiento de selección. La democracia es ante todo una característica de la distribución del poder. Y  aquellos que convierten a la salud, la educación, la percepción de una jubilación o el trabajar en condiciones dignas, en privilegios a los que solo pueden acceder unos pocos, están atacando la democracia.

Por eso es fundamental robustecer la reivindicación de la democracia en la lucha política de los que defienden una sociedad más justa, no avalando los planteos que sostienen que las luchas reivindicativas son antidemocráticas.

Nuestra América toda y la Argentina en particular iniciaron el milenio bajo una crisis que resquebrajó una buena parte de los consensos políticos dominantes; la emergencia de proyectos nacionales, populares y democráticos habilitó la oxigenación a sociedades que habían perdido marcadores de certeza ideológica ampliando argumentos para la acción en cada vez más personas.

Lo que no se calibró con certera precisión era que América Latina seguía y sigue siendo un continente en disputa: la emergencia y victoria momentánea de la «pospolítica» es la contracara de haber afirmado la victoria definitiva de proyectos «post-neoliberales».

No debemos olvidar aquella fábula ateniense de las liebres y los leones relatada por Aristóteles en la cual, reunidos en asamblea, las liebres toman la palabra para exigir la igualdad de derechos para todos, a lo que los leones contestan irónicos «¿pero dónde están vuestros dientes y vuestras garras, liebres?».

Esta imagen retrata un poco algunos desaciertos de quienes defendemos la democracia, de desentendernos de cuál es su objeto principal: el poder, y pensar que tras las decisiones políticas lo único que hay es un mero debate de ideas. Por eso los demócratas nunca debemos olvidar que las razones sin fuerza para llevarlas a cabo no son nada. Para que haya igualdad de derechos debe haber igualdad de poder. Así es la democracia.

 

El gran teatro mediático

En otra alocución Correa señalaba que «La oligarquía tiene más conciencia de clase que los pobres. Y eso es parte de nuestro trabajo político: concientizar a las grandes mayorías para que voten según sus propios intereses y no a los cantos de sirena». Esta idea nos remite al planteo realizado por Gramsci de que el poder de las clases dominantes no solo se ejerce mediante instrumentos coercitivos o relaciones económicas derivadas del proceso productivo, sino también a través del control del sistema educativo, la religión y los medios de comunicación y que por lo tanto la cultura es un terreno crucial de la lucha política.

En este escenario el gran teatro mediático ha logrado que muchas veces la política esté vinculada a una connotación delictiva y que la palabra “mercado” no tenga nada que ver con los golpes de Estado y el deterioro de la democracia. Estos dispositivos se han mostrado efectivos para que muchos pueblos voten a sus verdugos, los cuales han logrado pasar por transgresores y honestos cuando, muy por el contrario, son los herederos del sufragio restringido, del racismo y la xenofobia, contrarios a los derechos sociales, defensores de la libertad irrestricta del capital ajeno a controles democráticos, defensores de un sistema que sigue apoyándose en la protección de los privilegios de una minoría frente a los derechos de la mayoría. Defensores de la ley de embudo que es ancha para los de arriba y angosta para los de abajo.

Son los mismos que cuando los pueblos toman, desesperados, las calles, hablan en sus discursos de ingobernabilidad. Pero cuando los pueblos sufren en silencio, su llanto sordo y discreto es interpretado como una sociedad gobernable. Para terminar de confundir las cosas, si los que rompen el orden existente pertenecen a las clases medias o altas, las protestas se convierten en “revoluciones de colores” o «encuentros republicanos».

Los poderosos siempre se disfrazan: su brutalidad al desnudo es insoportable, pero para nombrar la desnudez del rey solo hace falta alguien con ganas de hablar. Aunque sea un niño, como en el cuento. Ahí aparece la magia como en Don Quijote que está en diálogo permanente, no solamente con el bueno de Sancho Panza, sino con todo el colectivo. Porque hablaba con los demás creía en la utopía; Hamlet, por el contrario, hizo su castillo en el monólogo, por eso volvió su locura contra sí mismo. El neoliberalismo ha necesitado pueblos hamletianos. La democracia, más Quijotes.

La defensa de la democracia hoy representa objetivos tan modestos como que la sociedad esté en condiciones de proveer la reproducción material que hace posible la dignidad y la felicidad, y que junto a la justicia, la Patria y los derechos sociales son las coordenadas de la batalla cultural que debemos librar.

La momentánea recuperación de la iniciativa neoliberal bajo el paraguas de la postpolítica/biopolítica nos deja muchas reflexiones hacia adelante, o posibles caminos para seguir interrogándonos; estos pueden ser:

  • La pedagogía del conflicto: El Neoliberalismo desplegó su terapia que dejó en coma al paciente: reducción del gasto social, apertura de fronteras, desregulación laboral y financiera, poniendo el Estado en función del Mercado. Desandar el camino neoliberal implica recorrer un sendero plagado de minas y emboscadas. Y probablemente tengamos que construir nuevos dispositivos que permitan enfrentar muchas luchas en sociedades que no tienen ganas de luchar todo el tiempo. Nos queda la pregunta de “¿Cómo inclinar la balanza con sociedades que lógicamente tienen que dedicarse a sus familias, hijos, abuelos y no pueden/quieren estar luchando todo el tiempo?”
  • Marcadores de Certeza Colectivos: En épocas de incertidumbre neoliberal ía de largo aliento.
  • ieros) no representa un todo coherente capaz de construir una hegemonectores populares, clases medias y tra nadie cuestiona la importancia de los liderazgos fuertes para construir referencia, certezas y unidad. Quienes en Argentina transitamos nuestra vida política en el peronismo nos reconocemos dentro de una tradición que reivindica la importancia de los líderes, pero se deben compensar los riesgos de los profesionales de la política que rodean a esos líderes y que no representan los intereses de la sociedad en la política sino que, a la inversa, hacen que el líder trabaje para que se plasmen los intereses de la política en la sociedad. Hay un enorme desafío para las democracias de América Latina en como compatibilizar los liderazgos populares con la institucionalidad republicana.
  • Que los desbordes sean posibles: Los proyectos populares a medida que corre el tiempo se van volviendo refractarios a “lo revoltoso”, a lo que “transgrede” las reglas de juego por ellos mismos establecida. Los gobiernos populares deben permitirse los desbordes creadores de conciencia popular. Así como el Neoliberalismo produce respuestas de indignación, los gobiernos populares deberían producir desbordes creativos, que permitan construir momentos y espacios de encuentro, de emoción, y que se conviertan en una respuesta “desde abajo” frente a los grandes productores de sentido.

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