“Mi trabajo es el fruto de miles de kilómetros recorridos por el territorio argentino en la búsqueda de algunos rasgos de una identidad nacional a veces difusa, o a veces perdida. Muchas veces, durante estos viajes, me he preguntado cómo traducir en fotografías los infinitos mundos que pueblan nuestra patria y que he encontrado en el camino”. Marcos Zimmermann nació en Buenos Aires en 1950 y dedicó su vida a la fotografía, adquiriendo gran respeto como artista en el ámbito local e internacional. Sus obras han sido expuestas en prestigiosas galerías en el mundo entero y actualmente se encuentra trabajando en su libro número 15.
En su afán de “devolverle a la sociedad una parte de todo lo que ha recibido”, participó en el Ciclo de Conferencias de la Licenciatura en Diseño y Comunicación Visual 2016. Con la temática “Las huellas de la realidad en mi fotografía”, compartió con decenas de jóvenes su extensa carrera.

-¿Qué elementos tienen que predominar para obtener “una buena fotografía”?
-Es una pregunta muy difícil, porque no existen uno o varios elementos fundamentales en una fotografía. Hay muy buenas fotografías completamente fuera de foco y buenas fotografías con un foco y una luz perfecta. Hay fotografías que tocan la emoción y la técnica no tiene ninguna importancia. Es decir, en la fotografía se combinan muchas cosas y es un lenguaje muy complejo: en ellas el sujeto es verbo, el predicado es sujeto y todo depende de pequeñas cosas. Lo que debe hacer una foto es transmitir algo que sea novedoso, importante, que despierte algo en el espectador.

-De acuerdo con su mirada particular, con su sensibilidad, ¿cómo busca transmitir la realidad?
-Yo no creo que una fotografía sea algo universal que tenga que transmitir lo mismo en cualquier parte. Me parece que tiene que tener una ligazón con el ambiente, ser el lugar espejo donde algo se desarrolla. Para mí lo social es muy importante, mi país es muy importante y trato que mis fotografías expresen cosas de nuestra identidad lo más cercanamente posible. Existen buenas fotografías conceptuales, abstractas o armadas de Europa, por ejemplo; ahora, esa misma fotografía en Argentina pierde sentido. A mí me interesa desarrollar otras cosas de Argentina y, por ello, me inclino hacia una fotografía más directa, que muestre quiénes y cómo somos. Yo he tenido la posibilidad de recorrer mucho nuestro país.

-A Cartier-Bresson se le atribuyó una frase del Cardenal de Retz que quedó para la posteridad y la fundación del fotoperiodismo, que dice “no hay nada en el mundo que no tenga un momento decisivo”. ¿Cuál es su instante preciso?
-Desde mi punto de vista, creo que hay un instante decisivo, pero existe también un instante reflexivo que es previo al decisivo. Me parece que lo que dijo Cartier-Bresson es cierto, pero también utilizaba allí su experiencia y miraba a través de sus sentimientos. Es importante, también, reflexionar acerca de qué temas uno toca porque la fotografía es infinita. Para mí es trascendental lo que está detrás de una fotografía y que no se ve a primera vista. En general, cuando hago un trabajo, me preparo un itinerario de estudios previos que tienen que ver con lo sociológico, con lo físico, con lo geográfico o con lo histórico.
Por otro lado, mi profesión se acabó: hoy todos pueden ser fotógrafos, cualquier persona con un teléfono accede a una cámara y toma fotos, todos pueden ser fotógrafos y reporteros del instante.

-Continuando con este artista francés, él afirmaba que lo más difícil era fotografiar retratos porque ello implicaba ponerle un signo de interrogación a alguien intentando contar quién era. ¿Cómo es, para usted, fotografiar personas?
-Él siempre hizo retratos de alguna manera, porque hasta lo que no era meramente retrato incluía gente, entonces Cartier-Bresson era un gran reportero gráfico. A mí me ha gustado siempre un poco todo y me gusta esto de no tener un estilo particular o, tal vez, que mi estilo haya sido haber escrito catorce libros que tienen que ver con la identidad argentina. Me parece que un artista no pinta ni fotografía igual toda su vida. Yo he hecho trabajos larguísimos en un país en el que he viajado por años y después me he encerrado en mi casa con la computadora durante dos años a realizar un trabajo abstracto. De igual modo, también me dediqué al retrato y a los paisajes; el trabajo que hice para “Cronopios”, por ejemplo, lo hice desde la perspectiva de un helicóptero en Paraguay. Ahora estoy empezando un libro de reportaje gráfico casi exclusivamente, que rompe con todo lo que hice hasta ahora. Me divierte contradecirme.

-En 2013 escribió un artículo en Página 12 despidiendo al reconocido actor y guionista Alejandro Urdapilleta. Allí compartía la experiencia de haberlo fotografiado en varias oportunidades. ¿Cómo es inmortalizar a alguien mediante este arte?
-Cualquier fotografía implica otorgarle inmortalidad a una persona porque la fotografía en sí misma es una forma de inmortalidad. Es casi lo único que permite reflexionar acerca de un instante detenido en el tiempo y nos saca de ese devenir lógico temporal que tenemos los humanos toda nuestra vida. Es un deja vu que vuelve y vuelve. Esta pregunta es muy interesante porque, efectivamente, la fotografía hace que uno vea los momentos de otra manera, siempre.

-¿Qué es lo mejor que tiene esta profesión?
-Creo que la cámara es un instrumento muy interesante para analizar la realidad. Ahora, por ejemplo, estoy haciendo un trabajo fotográfico casi a ciegas, la cámara dispara sola, y lo más fascinante de todo es cuando regreso a casa, miro las fotos y descubro cosas que no había visto antes, eso me da una riqueza. Me parece que la cámara es una forma de investigar a otro y a uno mismo. Uno siempre es un voyeur cuando es fotógrafo y combinar todas esas cosas en la conciencia a veces no es fácil, pero de todas maneras si el objetivo es interesante y uno lo expresa y lo hace honestamente, entonces es válido. Creo que la fotografía es una herramienta muy útil para recorrer el mundo y entrar en contacto con otras realidades.
Por otra parte, también ha cambiado la mirada social de la fotografía. Antes la cámara era un instrumento de registro un poco temido, hoy entrás a un lugar y todos quieren su “selfie”.

-¿Qué le gustaría que se lleven los futuros profesionales de usted?
-Lo que quisiera, en primer lugar, es que disfruten de la fotografía. Esta conferencia quizás despierte su curiosidad por mirar cosas nuestras, yo no tengo ningún interés en hacer otra cosa que no sean fotografías de mi país y de mi continente. Cuando voy a Europa nunca llevo cámaras profesionales, solo mi teléfono. Me parece que hay temas riquísimos que no están explotados y eso me desvela, aún hay mucho para contar y decir de nosotros. Creo que encontrar nuestra identidad es uno de los grandes problemas de Argentina y, para ello, puede ayudar mucho la fotografía. Todavía somos un país en busca de un país.

La primera huella
La primera foto que disparó Marcos Zimmermann fue a los 9 años y tuvo como objetivo a su perra. “Manchas” fue la puerta hacia el inmenso futuro artístico que el destino deparó para ese niño once años después. Para ese entonces, Marcos revelaba sus pequeñas joyas en platos de sopa con su hermano. Siendo preadolescente viajó con sus padres a Córdoba y enfermó gravemente de sarampión, motivo por el cual permaneció internado un tiempo. Para alivianar su situación, su padre decidió hacerle un regalo, comprarle lo que él deseara y allí, sin dudarlo, Marcos pidió una cámara que pudiera manipular y dejar atrás su antigua compañera de plástico. El moderno instrumento llegó y al salir del hospital tomó unas cuantas fotografías del zoológico de Córdoba. Al retornar, su padre llevó el rollo a revelar: pensó que esa sería su gran sorpresa, pero, en realidad, lo fueron las palabras del óptico cuando al retirar las fotografías le dijo que se trataba de “muy buenas fotos”. El padre se lo comentó a Marcos. Y ese fue el impulso que le daría el coraje para todo lo que vendría en su vida.

 

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