Ana María Cabrera tiene un modo particular de bucear en los huecos de “la historia oficial”: se compromete con sus libros y sus personajes, viaja varias veces a los ámbitos donde vivieron, y además de los medios y los documentos se sumerge en la cotidianeidad de cada época. “Todos mis libros son por la paz mundial —dice esta escritora que ya lleva numerosas ediciones de sus varias obras y que desde hace 12 años está al frente de Ediciones Felicitas, su propia editorial—. Por eso recibí el título de la Federación Internacional de Mujeres por la Paz, entregado por su presidenta, venida de Japón. Porque ya basta de guerra, ¿no?”.
¿A qué te referís cuando hablás de “voz de mujer, silencio de la historia”?
En los huecos de la historia, en aquello que no se conoce en los textos, se introduce la verosimilitud literaria. Desde hace mucho trabajo en ese lugar. En todos mis libros investigo esos silencios que no están en los textos de historia. Me importa conocer qué se comía, cómo se vestían, qué música tenían. También trabajo con diarios y revistas de época: los diarios del 1800, por ejemplo, estaban divididos en dos partes: la primera era política y economía, y la leían los hombres; la otra era literatura para las “noveleras”, las mujeres. Pero así llegó al país nada más ni nada menos que Los miserables de Víctor Hugo, en capítulos publicados en los periódicos.
Hace 27 años escribiste Felicitas Guerrero. La Mujer más hermosa de la República. ¿Por qué silenciar esa voz?
Felicitas… es la primera novela de la literatura argentina sobre femicidio. Revisé revistas de la Policía Federal y realmente había femicidios todos los días, pero lo que ocurre es que pertenecían a una clase social baja. En la clase alta, con Felicitas, fue la primera vez que se expuso esta temática. Ella era “la mujer más hermosa de la República”, según la llamaba Carlos Guido Spano. En la noche del 29 de enero de 1872 “un enamorado despechado” —como dicen los diarios de la época—, siendo viuda de Martín de Álzaga, le pide casamiento. Ese hombre era Enrique Ocampo, tío de Victoria. Ella lo enfrenta para decirle mansamente que se iba a casar con otro hombre, Samuel Sáenz Valiente. Entonces Ocampo cambia totalmente, saca un revólver y le dice «Serás mía o de nadie más.» Ella quiso huir pero se enredó en la bata, larga hasta el piso, y él le pegó un tiro en el omóplato izquierdo; agonizó toda la noche y murió el 30 de enero. Hay muchas cosas por dilucidar sobre ese caso. En mi investigación recibí la copia de una carta que Felicitas le escribía al hermano que la seguía —los padres habían tenido 11 hijos—, Carlos Francisco Guerrero, a quien siempre se nombró como el pionero del campo argentino. Cuando leí esa carta, no lo podía creer: ahí ella le escribe al hermano diciéndole cómo trabajar los saladeros, cuándo vender tropilla… O sea, ella sabía de campo, pero eso en la historia no se dijo nunca.
¿Después escribiste sobre Cristián Demaría?
Sí, no me dedico a las mujeres solamente, sino a los silenciados. Cristián Demaría era primo político de Felicitas Guerrero: su padre, Bernabé Demaría, se había casado con la tía soltera de Felicitas; la noche del femicidio Bernabé y su mujer se habían quedado afuera de la habitación, en cierto modo vigilando. La tesis doctoral de Cristián Demaría —que era contador y abogado— fue sobre la condición civil de la mujer, y la escribió en el año 1875. Demaría proponía una igualdad entre la mujer y el hombre, incluso que en una pareja cada uno fuera digno de su propia vida, o sea, juntos, pero a un mismo nivel. Increíble en un hombre de esa época. Encontré la tesis de casualidad, en un depósito de la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
Y tu siguiente libro, fue sobre una pareja…
Sobre Regina Pacini y Marcelo Torcuato de Alvear, Duetto de amor. Ella era una soprano ligera muy famosa: cuando Alvear la escuchó cantar en el teatro Politeama, el 1º de septiembre de 1899, se enamoró de su voz. La siguió durante 8 años por los teatros de Europa proponiéndole matrimonio, para disgusto de la aristocracia porteña que le mandó un telegrama con 500 firmas pidiéndole que la tuviera como novia o como amante, pero que no se casara “con una comedianta”. Cuando ella finalmente lo aceptó se radicó en Buenos Aires. Creó la Casa del Teatro porque su padre era Pietro Pacini, barítono, que murió joven y las dejó a ella y a la madre en una situación económica difícil. Cuando Alvear era presidente, a instancias de ella se creó Radio Municipal para que la gente que no tuviera dinero para comprar entradas para el Teatro Colón pudiera escuchar ópera desde la casa. Ellos dos, también, fundaron el Conservatorio Nacional de Música. Regina murió muy sola y pobre a los 94 años. A pesar del maltrato social, en lugar de quedarse con resentimiento nos regaló cultura. A ella le dieron la Legión de Honor de Francia por haber cuidado a enfermos durante la Primera Guerra Mundial; él, que entonces estaba como embajador, levantó un hospital para los heridos de guerra.
¿Estás preparando la obra de teatro sobre Pacini y Alvear?
Sí, ahora tengo que ocuparme de buscar actores, director, etc., con el aporte de un programa Mecenazgo. La obra se llama “Todos los 23”, porque él murió un 23 de marzo, y ella lo sobrevivió 23 años durante los cuales fue todos los 23 a rezar al cementerio de la Recoleta.
¿Cómo es tu visión de Macacha Güemes?
Macacha aparece en la historia con letra chiquitita, como la confidente de su hermano, “la ministra sin cartera”. Y nada más. Cuando empiezo a investigar encuentro que él murió cuando tenía 36 años y ella, siendo muy grande, siguió luchando por nuestra independencia y fue la primera que reunió mujeres sin distinción de clases —negras, blancas, cultas, incultas—, todas para defender nuestra frontera. Macacha fue una mujer de armas tomar que también creó un grupo de mujeres espías y realmente hizo cosas maravillosas por los ideales de su hermano, que sin embargo no están en los libros de historia. Cada capítulo de ese libro termina a modo de coro griego, con un grupo de tejedoras indígenas que van tejiendo la historia en silencio.
¿Escribiste sobre algún personaje extranjero?
Sobre Verónica Franco, una mujer muy hermosa y cultísima del 1500 a la que llamaron “la puttana de Venecia”, porque una mujer que quería entrar a una biblioteca se tenía que hacer cortesana; una esposa no podía leer. Franco pasó a la historia porque era modelo de Tintoretto, pero descubrí que también era una gran escritora y editora; y nosotros, los profesores en letras, no la estudiamos nunca en literatura italiana.
Por otro lado, en este momento estoy llevando al inglés con un traductor excelente mi novela Rituales peligrosos, que le interesa a una universidad norteamericana para sus programas. Rituales, mi libro más duro, es sobre una mujer argentina que se casa con un excombatiente de Vietnam y vive violencia de género. Además, en pandemia escribí El amor entre pandemias, sobre la relación entre una bailarina y un médico. Es un homenaje a los médicos y a los artistas, donde también doy mi agradecimiento a los hospitales y a la historia de los hospitales nuestros.
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