Desde hace 14 años, un grupo de músicos independientes impulsan el Festival Internacional Sonamos Latinoamérica, con la misión de preservar, construir y difundir el patrimonio cultural que identifica a la Patria Grande.
Este 2020, la iniciativa tuvo la particularidad de contar con 86 shows musicales de 18 países, que se presentaron entre el 19 y el 28 de junio de manera virtual debido al contexto de pandemia. Además, se incluyeron documentales sobre música popular realizados en Argentina, Venezuela y México.
“Hemos programado un festival de 10 días gracias a una red consolidada por el trabajo de cultores, músicos e investigadores, articulando proyectos con ministerios, universidades y ONGs de varios países. Se genera contenido audiovisual, una revista, proyectos educativos y de formación, un sello discográfico, etc. Los festivales presenciales son una arista más de ese engranaje. Esta edición virtual tuvo un impacto muy grande y eso se vio reflejado en la cobertura de la prensa internacional y en las miles de visualizaciones de cada uno de los días de transmisión. Le abrió una ventana al universo de las músicas latinoamericanas y se esfumaron las fronteras”, asegura el santafesino Oscar “Poli” Gomitolo uno de los organizadores del Festival e integrante junto a Carlos Passeggi de Kurupies Dúo, grupo de raíz folklórica que cuenta con un repertorio centrado en los cordófonos latinoamericanos, en especial aquellos del universo de los charangos.
Para Concepción Rillo los conciertos virtuales generan “tanta o más adrenalina que los conciertos en escenario”.
“Uno dispone su hogar y ofrece a su público todo lo que tiene. Es una sensación muy particular la de estar solo en casa pero recibiendo el acompañamiento y el afecto de un montón de personas que se expresan a través de comentarios, me gusta, me encanta, me importa”, explica la integrante del Dúo Piannissimo, conformado en Lincoln junto a Damián Balarino, que interpreta música argentina a dos pianos y a cuatro manos.
Lo que resiste, apoya
La lógica del mercado hace que muchas expresiones culturales queden excluidas de los circuitos comerciales, por lo que la difusión se hace más compleja. Por este motivo, festivales como “Sonamos Latinoamérica” rompen con las dinámicas impuestas y se imponen en un mundo dominado por las leyes de la oferta y la demanda.
“La circulación de capital cultural está condicionada por lógicas de mercado y estas son ‘formadoras del gusto’, es decir, cierran un círculo en el que la música termina siendo una mercancía más. En un punto es como decía un pensador latinoamericano ‘Lo que resiste, apoya’. Resistir estructuras, o hacer del trabajo creativo el medio para ejercer esa resistencia, termina por consolidar el poder simbólico de lo que decimos afrontar”, explica Gomitolo.
En esa misma línea, la pianista Marina Ruiz Matta indica que es “muy raro” encontrar políticas culturales “realmente inclusivas, curiosas y con sabiduría”.
“Cuando hay buenas intenciones, los mercados siguen siendo mucho más fuertes. Por eso la mayoría de los músicos-especialmente en Latinoamérica- hacemos un inmenso trabajo autogestivo que muchas veces nos lleva tanto tiempo como nuestro estudio musical”, añade Ruiz Matta, vecina de Ciudadela.
Para Martín Páez de la Torre, guitarrista de Tucumán, la difusión de la música es muy importante pero “no llama la atención porque no está en la radio ni en la televisión”.
“Hay que sostener los elementos que conforman nuestra identidad, es como una empresa en la que nunca hay que claudicar y estar ahí todo el tiempo, tocar la música, difundirla y hacerse cargo de esa tarea”, añade.
Latinoamérica unida
Hermanados por un objetivo común, los músicos de Sonamos Latinoamérica exponen aquello que distingue a la región y que la hace única. La música se transforma en un vehículo para generar lazos de amistad, cooperación e integración.
“Esta propuesta nos parece muy importante desde diferentes puntos de vista. Uno de ellos es la necesidad propia del artista de mantenerse activo, en contacto con sus pares y con su público. Otro es el de expresar la realidad que se vive en cada país, región, ciudad. El espacio de diálogo entre los artistas es muy enriquecedor, y brinda la posibilidad de interiorizarse de cuestiones musicales e históricas muy particulares. También es muy valioso el aporte generado a partir de los documentales que se han puesto a disposición en las redes sociales del festival”, cuenta Rillo.
Por su parte, Ruiz Matta manifiesta que el festival permite “conectarse e incluso acentuar los lazos, aceptar ese momento de la escucha compartida que ofrece únicamente el formato de festival y sobre todo renovar las ganas de volver a encontrarse en cuerpo presente, cuando podamos hacerlo”.
Finalmente, Gomitolo afirma: “La cultura popular no es un problema de cultores, así como la problemática de la salud no es un problema de médicos y enfermeras. Se impone así la construcción del sentido de comunidad, anclados en la memoria histórica de los pueblos y la construcción de identidades. Así como la ecología sin política es jardinería, la gestión cultural sin política, es simple organización de eventos”.
Foto de portada: Kurupies Dúo
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