Cuando hace 40 años recuperamos la democracia, los argentinos y argentinas comenzamos a construir un país en el que los derechos humanos, la libertad de expresión y la Constitución Nacional sean una garantía para cualquier persona más allá de su ideología o pertenencia partidaria.

En gran parte, la reconstrucción democrática fue posible por dos factores. En primer lugar, por la lucha pacífica e incansable de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, mujeres valientes que en plena dictadura cívico-militar empezaron a movilizarse exigiendo Memoria, Verdad y Justicia. En segundo lugar, por el compromiso que asumieron las distintas fuerzas políticas de promover la cultura del encuentro y el respeto por el que piensa diferente.

A esto se le sumó la decisión política de Néstor y Cristina Kirchner de convertir a los derechos humanos en una política de Estado, que nos permitió condenar a los genocidas para garantizar la reparación de las víctimas y restituir la identidad de los nietos y nietas que habían sido apropiados durante el terrorismo de Estado. Estas políticas no solo significaron un gran orgullo para quienes somos parte de este país sino que, también, supusieron el reconocimiento de la comunidad internacional.

De esta manera, logramos sentar las bases de un país moderno en el que la convivencia democrática estuvo garantizada más allá de nuestras legítimas diferencias, anulando cualquier atisbo de aquella violencia política que se había desatado a partir de la estigmatización, la persecución y la proscripción del peronismo.

Sin embargo, cuando el 1º de septiembre de 2022 un grupo terrorista de extrema derecha intentó asesinar a la vicepresidenta de la Nación mientras saludaba a seguidores que se habían acercado a su domicilio para manifestarle su apoyo ante la persecución judicial que estaba padeciendo, los argentinos y argentinas nos dimos cuenta de que se habían pasado todos los límites, y que el acuerdo democrático con el que habíamos convivido durante tantos años ya no existía.

A pesar del horror que significó aquel atentado, lo cierto es que el acuerdo democrático no se rompió ese día, sino que sucedió cuando mucho tiempo antes los grandes medios de comunicación, un grupo de jueces y fiscales y los partidos políticos de derecha adoptaron las fake news, los discursos de odio y el lawfare como una estrategia política para destruir a Cristina Kirchner y a todo lo que ella representa.

El constante ataque sobre la actual vicepresidenta se corresponde con una lógica que algunos intelectuales denominan “necropolítica”, o “política de la crueldad”, donde la violencia adquiere una dimensión más sofisticada que la que se utilizó durante la última dictadura cívico-militar para disciplinar al pueblo. Hoy la deshumanización y la negación del Otro se transmiten en vivo y en directo desde los estudios de televisión y los juicios inventados.

El odio, la intolerancia y la violencia política son incompatibles con la democracia. Quienes vivimos la dictadura sabemos cómo termina eso y el daño que genera para el país. Sería muy injusto que nuestro destino común vuelva a ser el de la violencia y el terror.

En todos estos años de vida democrática avanzamos en la conquista de derechos y la inclusión de colectivos que anteriormente estaban marginados de la ciudadanía. Sin duda, también, tuvimos dificultades para solucionar las desigualdades estructurales como las que hay entre ricos y pobres, y entre varones y mujeres. Pero lo cierto es que el único camino posible para resolver los problemas que tenemos es el democrático.

Por eso, debemos asumir el desafío de reconstruir el acuerdo democrático para terminar con el odio, la violencia y la desigualdad. Si en 1983 los argentinos y argentinas comprendimos la importancia de la libertad, en este 2023 es necesario que avancemos en incluir en nuestra democracia una dimensión igualitaria. Porque así como no hay democracia sin libertad, el tiempo nos demostró que tampoco la hay sin igualdad.

Tengo el convencimiento de que para salir adelante como país necesitamos que todos los actores sociales y partidos políticos asuman un compromiso democrático para el reencuentro nacional.

Hoy más que nunca el futuro de la Argentina está en nuestras manos. Que la magnitud de los desafíos que tenemos por delante nos permita estar a la altura de las circunstancias.

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