La enseñanza de la historia y de la geografía ha estado asociada por mucho tiempo a perspectivas tradicionales vinculadas al positivismo y a contenidos restringidos a la Argentina en cuanto Estado-nación, desvinculado del resto de América Latina y el Caribe. Sin embargo en el actual contexto internacional, la reflexión sobre las problemáticas sociales, políticas, económicas y culturales presentes, no puede realizarse desde una perspectiva estadocéntrica. La pertenencia a América Latina y el Caribe -espacio geográfico, cultural y social históricamente constituido– convoca a incorporar la perspectiva regional en un abordaje interdisciplinario de nuestro pasado y nuestro presente.

Más allá de las historias y geografías particulares de cada uno de los países que integran América Latina y el Caribe resulta necesario entonces, realizar un abordaje regional a fin de posibilitar el conocimiento de nuestro continente, para reconocernos a nosotros mismos, no solo desde lentes ajenos, sino desde nuestros propios ojos y con la conciencia de nuestra posibilidad y voluntad de transformar la realidad.

Este desafío no solo se presenta en la Argentina, sino también en el resto de los países de la Patria Grande. A pesar de los avances acontecidos en los últimos años, poco se ha logrado en el terreno del debate y modificación de las currículas de historia en el sistema educativo formal. Sigue teniendo vigencia aquella reflexión de José Vasconcelos cuando sostenía: “Hay que ampliar la patria para hacerla americana, y que para ello es menester, comenzar por la unificación de la enseñanza en todos los países ibero-americanos. Los gobiernos […] deberían auspiciar congresos pedagógicos, para adopción de textos comunes con las excepciones naturales del caso y para lograr la homogeneidad de nuestras instituciones”[1].

Como aporte a esta tarea, y entendiendo que es condición necesaria para la transformación de los problemas de los pueblos, el año pasado la UNLa presentó el Atlas Histórico de América Latina y el Caribe. Aportes para la descolonización pedagógica y cultural, una obra colectiva dirigida por la Dra. Ana Jaramillo, concebida como un recurso didáctico para la enseñanza de la historia regional.

Para continuar esta labor, este año comenzarán a dictarse cursos de capacitación docente tanto en la provincia de Buenos Aires como en el interior del  país, vinculados a la historia de la región y los desafíos que enfrenta la integración de la misma en el siglo XXI. La tarea no es sencilla ya que la formación docente en muchos casos sigue siendo eurocéntrica. Por otro lado, consecuencia de la dispersión del sistema educativo, cada jurisdicción posee un diseño curricular distinto donde la enseñanza de la historia latinoamericana también es dispar.

 

Antes de la conquista

Podemos tomar como ejemplo los contenidos vinculados a la historia previa a la conquista de América. ¿Qué se enseña y como se enseña la etapa ocurrida desde el poblamiento hasta la conquista? Más de 20.000 años de historia muchas veces son reducidos al estudio parcial de aquellos pueblos que, según la lectura occidental, fueron capaces de construir «grandes civilizaciones»: mayas, aztecas e incas. Esto explica en parte, que los estudiantes recuerden con mayor cantidad de detalles, por ejemplo, el proceso de momificación realizado en el Antiguo Egipto y poco sepan de la cultura Chavín de Huantar, Wari o Tiwanaku; o que conozcan el nombre de las pirámides egipcias pero que no puedan localizar grandes capitales macrorregionales tales como Teotihuacán, Monte Albán, El Tajín, Palenque, Tikal, donde las obras de arquitectura tuvieron también un carácter monumental.

Esta lectura se encuentra aún ligada al positivismo decimonónico que clasificó a las sociedades y a las personas en «civilizadas» o «bárbaras». Fermín Chávez lo expresa con claridad al afirmar que «europeizar significó para ellos liquidar valores hispánicos de América, para dar paso a los valores e ideales anglosajones, representativos de la encarnación iluminista»[2].

La historia liberal, racional e iluminista introducida en la región por Bartolomé Mitre, entre tantos otros, ocultó y negó la historia de los pueblos originarios haciendo «tabla rasa» con la identidad histórica del continente a punto tal, que fueron silenciados proyectos tales como la coronación de un Rey Inca propuesto por Manuel Belgrano y apoyado por el libertador José de San Martín. También en los símbolos patrios se incorporaron emblemas originarios en la bandera (sol incaico) y en el himno nacional (frases como: «Se conmueven del Inca las tumbas/y en sus huesos revive el ardor/ lo que ve renovando a sus hijos/ de la Patria el antiguo esplendor…»).

 

Genocidio y etnocidio

La historia de nuestra América no empieza, entonces, en 1492 con la llegada de Cristóbal Colón. En realidad, a partir del desembarco europeo en estas costas se sucedieron múltiples matanzas, epidemias, diversas formas de trabajo servil y/o esclavo, que provocaron el exterminio físico de gran parte de los pueblos originarios. Junto con este genocidio se produjo también el intento de eliminación de su historia, introduciendo en la Academia solo la historia europea: «el genocidio del pasado fue complementado con el etnocidio del presente»[3].

Eduardo Galeano en su obra Las Venas Abiertas de América Latina denunció que a partir del mal llamado «descubrimiento» se diezmó a la población originaria[4]. Por otro lado, las condiciones de dominación provocaron el aumento vertiginoso de la tasa de suicidios; en Potosí (Alto Perú) por ejemplo, se registraron hechos en los que madres mataban a sus hijos para «salvarlos» del tormento de las minas.

Por otro lado, las bacterias y los virus fueron los aliados más eficaces para los conquistadores. Darcy Ribeiro estima que más de la mitad de la población originaria murió por contagios producidos a partir del primer contacto con los hombres blancos. El antropólogo brasileño sostuvo que los indígenas en América sumaban no menos de setenta millones cuando los extranjeros aparecieron en el horizonte y «un siglo y medio después se habían reducido, en total, a solo tres millones y medio»[5].

En este sentido, cabe destacar la reflexión de Pilar Calveiro cuando sostiene: “En estos rangos las cifras dejan de tener una significación humana. En medio de los grandes volúmenes los hombres se transforman en números constitutivos de una cantidad, es entonces cuando se pierde la noción de que se está hablando de individuos. La misma masificación del fenómeno actúa deshumanizándolo, convirtiéndolo en una cuestión estadística, en un problema de registro. Como lo señala Todorov «un muerto es una tristeza, un millón de muertos es una información»”[6].

 

Resistencias

Sin embargo, la resistencia –pasada y presente- fue y es tenaz. Resistencias físicas y culturales. Desde Túpac Amaru, finalmente descuartizado, o Santos Atahualpa y las comunidades que hoy siguen peleando por sus derechos, hasta los pensadores nacionales que rescataron de la historia a los pueblos oprimidos. Resistencia, luchas, marchas, batallas, no impidieron que los pueblos originarios sigan siendo explotados y perseguidos.

Al decir de Rodolfo Kush: “… el hedor de América es todo lo que se da más allá de nuestra populosa y cómoda ciudad natal. Es el camión lleno de indios, que debemos tomar para ir a cualquier parte del altiplano, y lo es la segunda clase de algún tren y lo son las villas miseria, pobladas por correntinos, que circundan Buenos Aires”[7].

En la última década se produjo una serie de hechos favorables a la marcha de la historia de los pueblos, sobre todo la asunción de Evo Morales, un aymara en la Presidencia del Estado Plurinacional de Bolivia; en la Argentina se instituyó en 2010 al 12 de octubre como el “Día de Respeto a la Diversidad Cultural”, reconociendo la diversidad étnica y cultural de los pueblos originarios, dejando atrás la calificación de “Día de la Raza” definido en función del concepto de «civilización y barbarie», considerado por Arturo Jauretche como la primera de la zonceras argentinas[8].

En el caso argentino, algunos avances de tipo simbólico que se lograron en la relación con los pueblos originarios retrocedieron a partir del 10 de diciembre de 2015 con la asunción del gobierno de Mauricio Macri que, entre otras cosas, reprimió con dureza a los pueblos mapuches en el sur del país. El proceso de reversión de derechos también se produjo ante organizaciones como la Túpac Amaru, conformada en su mayoría por miembros de pueblos originarios del norte del país, sobre la cual cayó una fuerte persecución expresada por ejemplo en la detención anticonstitucional de su líder Milagro Sala.

Queda claro entonces, que la colonización pedagógica sobre el estudio del pasado se extrapoló a la mirada hacia los pueblos originarios en el presente. La invisibilización no operó solo frente a su historia sino también sobre su presente y las problemáticas que aún hoy deben enfrentar.

Es por esto que la Universidad Nacional de Lanús (UNLA) presenta en su estatuto, en sus edificios, en sus monumentos, en sus obras literarias, en su Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano[9], los nombres de todos aquellos hombres y mujeres que pelearon por la Patria Grande para transformar una Academia que mira para otro lado.

En esta búsqueda se suma, entonces, la propuesta de formación docente en historia y geografía de nuestra América.

Desafíos del siglo XXI
El Centro de Estudios de Integración Latinoamericana «Manuel Ugarte» de la Universidad Nacional de Lanús comenzará a dictar cursos de capacitación docente sobre historia y geopolítica latinoamericana: «Los desafíos de la integración latinoamericana en el siglo XXI».

Consultas e inscripción: atlaslatinoamericano@unla.edu.ar

 

[1] Vasconcelos, J. (1955). Temas contemporáneos. México: Ediciones Novaro

[2] Chávez, F. (2014). Epistemología para la periferia. Lanús: Ediciones Edunla.

 

[3] Universidad Nacional de Lanús. (2016). Atlas Histórico de América Latina y el Caribe. Lanús: Edunla. Tomo 1. Disponible en: http://atlaslatinoamericano.unla.edu.ar/

[4] Galeano, E. (1971). Las venas abiertas de América Latina. Montevideo: Editorial Monthly Review.

[5] Ribeiro, D. (1969). Las Américas y la civilización. Tomo I: la civilización occidental y nosotros: los pueblos testimonio. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

[6] Calveiro, P. (2004). Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. Buenos Aires: Ediciones Colihue.

 

[7] Kush, R. (1999). América Profunda. Buenos Aires: Editorial Biblos.

[8] Jauretche, A. (2012). Manual de zonceras argentinas. Editorial Corregidor.

 

[9] Bonforti, E.; Pestanha, F. (2014). Introducción al pensamiento nacional. Lanús: Ediciones Edunla.

 

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