El Partido Autonomista Nacional (en adelante: PAN) gobernó al país desde 1880 hasta su disolución en 1910. Distintas denominaciones intentaron caracterizar a este período: República Conservadora, Orden Conservador, gobiernos oligárquicos. Más allá de esta discusión, todos coinciden en señalar que existía un partido único, organizado por las oligarquías provinciales, y donde los alzamientos armados se producen en cada acto electoral, caracterizados por la violencia y el fraude entre los distintos candidatos del PAN. Este problema se puede indagar desde distintos actores sociales. Aquí me quiero detener en los propios miembros del partido gobernante. He seleccionado a uno de ellos, Joaquín V. González (Nonogasta, 6 de marzo de 1863-Buenos Aires, 21 de diciembre de 1923), porque me interesa analizar a un político del PAN que siempre se piensa desde funciones de gobierno y no desde el llano.

González fue gobernador de la provincia de La Rioja, Diputado y Senador en varios períodos, vocal del Consejo Nacional de Educación, Ministro en distintos poderes ejecutivos nacionales, fundador y presidente de la Universidad Nacional de La Plata, solo para citar sus puestos más destacados. De 1882 a 1910, González interviene en diferentes espacios y de modo bien distinto: se registran diversas piezas escritas como gobernador, discursos y proyectos de ley en el Congreso Nacional, un proyecto de constitución de la provincia de La Rioja, memorias, informes y proyectos de reglamentos y normas en el Consejo Nacional de Educación, libros científicos, literarios, escolares, conferencias, clases, y la enumeración podría seguir. El objetivo específico de este artículo consiste en indagar solamente sus libros. ¿Por qué? Porque quiero examinar aquellas intervenciones de González donde es menos claro que lo hace como un hombre de gobierno: hablo de sus libros en el campo científico, literario y educativo. En estos tres campos escribe a destinatarios distintos, pero está preocupado tanto por los alzamientos armados en cada acto electoral -que minan, a sus ojos, las autoridades constituidas- como por las amenazas del exterior, la siempre latente guerra con Chile. Para González, tanto los gobiernos como la nación, están en peligro, y sus distintas intervenciones tienen el objetivo de dar una respuesta. Ese es el hilo que recorre mi análisis de sus libros en el espacio científico, literario y educativo.

 

Espacio científico

González pertenece a una familia que forma parte de la dirigencia política de su provincia, y de hecho se prepara en sus estudios secundarios y universitarios para ejercer funciones gubernativas. Apenas obtiene su título se incorpora al gobierno de su provincia, y sin tener edad suficiente para ejercer el cargo de Diputado es elegido y entra en funciones en el Congreso de la Nación.

No es casual, entonces, que González aborde el problema de los levamientos armados en el campo político como su objeto de estudio en su tesis doctoral. ¿Cuáles son sus argumentos? González verifica que estas “rebeliones” minan la paz necesaria para el comercio, para el trabajo, para el progreso económico, por lo tanto, lo que considera “las mal llamadas revoluciones” atentan contra el progreso económico. La mirada de González es la misma que se advierte en los argumentos alberdianos del gobierno roquista, y de su publicación más afín, La Tribuna Nacional. El problema se aloja, a sus ojos, en el nivel político, más precisamente en la lucha de los partidos democráticos que siguen de modo ciego sus pasiones y hacen rebeliones, alentadas, además, por la Iglesia católica que alimenta estas malas pasiones.

En la tesis se afirma que el orden político existente nace de dos revoluciones, la primera en 1810, y la segunda en 1852, cuando se dicta finalmente la carta orgánica de la Nación y se establecen los fundamentos de los gobiernos existentes. Por eso, González está obsesionado por verificar qué es “una revolución legítima” y qué es una “mal llamada revolución”. Para ello indaga, como hombre de ciencia del Derecho, lo que considera las grandes revoluciones legítimas que se han producido en la historia. Define que una revolución significa un cambio en todos los órdenes (económico, político, social, cultural) que lleva en sí nuevos principios para la humanidad, y defiende la independencia nacional de su pueblo. Ahora bien, una vez que señala que las revoluciones legítimas fueron la “gloriosa Revolución Inglesa”, la Independencia de los Estados Unidos de América, la Revolución de 1789 y la Revolución de Mayo de 1810, verifica, como científico, un gran problema: todas ellas triunfaron de hecho por la fuerza, y más tarde fueron legitimadas por otros Estados hasta que, mucho tiempo después, se constituyó un consenso mundial que legitimó a cada una de ellas. Los historiadores, que llegan más tarde aún, verifican que se trataba del levantamiento de un pueblo por su independencia nacional y que instauraron nuevos principios para la humanidad. Subrayemos, entonces, que para González el problema no es la existencia de fraudes electorales sino que esos levantamientos minan las autoridades constituidas, y que su estudio científico le hace ver que no existe autoridad nacional o internacional que pueda juzgarlas inmediatamente de modo negativo, sino que todo se resuelve por la fuerza. Su estudio científico, que pretendía dar una respuesta a la gran dificultad de las “mal llamadas revoluciones”, lo conduce a otra dificultad aún más profunda. González ingresa, entonces, en el peor de los mundos.

 

Espacio literario

A partir de 1888, González comienza a editar sus libros literarios con el objeto de dar una nueva respuesta a los problemas de las malas revoluciones y la formación de patriotas.

Tanto en Tradición Nacional (1888) como en sus Cuentos (1892), González plantea que los hombres de ciencia del Derecho, los historiadores y los filósofos que verifican lo que argumentan con documentos y apelan al razonamiento dan cuenta solo de una parte de la realidad y deben ser completados por los escritores, por los poetas que dan cuenta de aquello que no puede registrarse científicamente: los “sentimientos” y las “emociones”, el “alma de un pueblo”, aquello que “está latente y no se manifiesta”.

No se trata de usar la ficción solamente para cohesionar emotivamente al pueblo, puesto que esas ficciones transmiten, sí, emoción y sentimientos nacionales, pero también las doctrinas de las instituciones de la República. Vale decir, para González las ficciones transmiten ideas y principios de modo más eficaz que los tratados científicos. Está convencido de que las poesías heroicas, los mitos y las leyendas cohesionan la sociedad y conducen a los hombres con los principios de la República. González lo expresa de este modo: “La Suiza ha fundado su tradición patriótica sobre un mito, sobre un sueño”. Y luego se pregunta: “¿qué importa que la fantasía sea la fuente de su gran epopeya, si sobre ella levanta el coloso de sus instituciones que sirven de modelo al mundo?”. Tampoco le importa a González expresar a sus lectores que sus relatos son ficciones, porque su valor, a sus ojos, es el uso y la eficacia, esto es, formar gobernantes y gobernadores como patriotas, que sientan amor por la Patria y sepan los principios que fundamentan los gobiernos, y de este modo puedan distinguir entre revoluciones legítimas y levantamientos armados ilegítimos.

Nada dice sobre los fraudes en las elecciones, causas de los levantamientos en el campo político. Sí alude a las amenazas que producen estas “rebeliones” al orden interno, y a las amenazas de países vecinos. Y como se puede apreciar, tiene una enorme confianza en la eficacia de esta nueva respuesta.

Pero una vez editadas sus obras literarias, se le presenta, a sus ojos, otro gran problema: que los gobernantes y gobernados (adultos y niños) no leen sus libros, ni siquiera los adquieren. Obviamente, sin lectura no existe posibilidad de la formación de patriotas.

Si González fuera un escritor sin más, aquí terminaría su intervención; o ante la falta de lectores apelaría, quizás, a otras respuestas dentro del campo literario. Pero como es un político que ocupa lugares de gobierno, y está firmemente interesado en formar a los gobernantes y gobernados como sujetos nacionales y respetuosos de las autoridades, hace un desplazamiento para dar una nueva respuesta. Visualiza (o mejor: se convence) que los lectores que busca no están en el espacio literario (tampoco en la prensa diaria donde sí existen lectores), sino en el sistema de instrucción pública donde los niños (sus grandes destinatarios) se forman como gobernantes y gobernados (al menos una parte de los gobernados).

 

Espacio escolar

La elección del espacio escolar no es casual. González tuvo, desde el comienzo de su trayectoria política, una relación con los educadores y con el sistema educativo. Hay que recordar que siendo estudiante universitario en Córdoba dicta clases en la escuela normal de dicha ciudad. En su tesis doctoral dedica un capítulo, “Estado y Educación”, a lo que considera los deberes del Estado en materia de instrucción pública; y lo difunde tanto en la edición en libro y en la publicación más importante del normalismo, La Educación (órgano de difusión de la Asociación Nacional de Educación: en adelante ANE).  La ANE le da un lugar muy relevante a González: editan el capítulo ya señalado de su tesis en varios números de su revista, siguen minuciosamente sus prácticas políticas en el Congreso de la Nación, y durante su gestión en la gobernación de La Rioja. Los educadores de la ANE lo tienen como uno de los suyos, celebran su concepción de la instrucción pública, celebran sus iniciativas legislativas y en el poder ejecutivo provincial, y lo nombran, para que no queden dudas de su valoración, “el Diputado de los ferrocarriles y de las escuelas”. Además, este vínculo se refuerza una vez que González ingresa como vocal al Consejo Nacional de Educación (en adelante: CNE) y redacta informes con otro vocal, Benjamín Zubiaur (fundador de la ANE y de la publicación La Educación).

Subrayemos, entonces, que cuando González decide intervenir, en la segunda mitad de la década de 1890, en el espacio de la instrucción pública, ya tiene una relación con los educadores del país, y tiene experiencia tanto para proponer como para tratar de imponer políticas educativas desde la Cámara de Diputados de la Nación y desde la gobernación de La Rioja.

Conoce el sistema de instrucción pública, ejerce cargos relevantes, propone desde esos espacios de poder medidas educativas que se concretan. En definitiva, tiene poder para que su palabra se convierta en voz del Estado. En ese momento, González escribe y publica una serie de libros en todos los niveles educativos, los cuales son aprobados oficialmente, y de uso obligatorio en sedes escolares: es decir, accede a una comunidad de lectores y de oyentes en un espacio bien preciso y delimitado, donde se forman los gobernantes y gobernados: universidades, colegios y escuelas primarias.

Todo sucede en un cuadro de situación bien preciso. En 1908, como se sabe, se implanta desde el Consejo Nacional de Educación lo que se conoce como Educación Patriótica destinada al nivel primario: se plantea que en todas las asignaturas se aluda a cuestiones de la Patria, por ejemplo, estudiando la población argentina, el territorio nacional, los símbolos nacionales, la naturaleza del país, etcétera.

Los manuales de González para el nivel primerio, en este caso, no solo han conseguido una comunidad de lectores, sino los lectores que buscaba: estudiantes que se forman como gobernantes y gobernados. A su vez, sus libros deben ser leídos en clave patriótica; el objetivo del educador es formar, con estos manuales, ciudadanos argentinos. El programa de Educación Patriótica suponía, además, que permanentemente las clases fueran observadas por inspectores que tenían como principal función verificar la formación patriótica de los estudiantes.

Finalmente González encuentra sus lectores, los futuros gobernantes y gobernados, y sus libros se convierten en la voz del Estado en las aulas. Pero eso no es todo: manuales como Patria no solo forman a los gobernantes y gobernados como argentinos preparados para defender a la Nación y a los gobiernos existentes, sino que además en ellos habla como un hombre de ciencia del Derecho, como un historiador, como un filósofo y como un escritor de ficciones.

 

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