Nuestro humanismo del siglo XXI parece haberse “naturalizado” en los discursos y en las “buenas intenciones”, aunque en términos reales está lejos de lo concreto. Las crisis de la humanidad en post-pandemia, los escenarios del belicismo mercantil, los males sociales, la corrupción, la indiferencia, la desigualdad en la distribución de las riquezas materiales e intelectuales… en suma, la bacanal de la banalidad reinante, dan hoy por contraste un fulgor excepcional al pensamiento martiano.

José Martí (La Habana, 28 de enero de 1853 – Dos Ríos, 19 de mayo de 1895) ocupa un lugar crucial en la praxis humanista compendiada también en ensayos, artículos, discursos, cartas, crónicas, poemas, dramas y narraciones diversas. Destaca su pasión por la especie humana, su espíritu revolucionario para conocer el universo, para conocerse a sí mismo con espíritu revolucionario, gracias a una visión integradora indispensable con una amplitud ético-moral renovadora siempre.

Desde la Patria, Martí asimila lo humano. No como territorio en un sentido restringido, sino como espíritu transformador, es decir, en la decisión de renovar la sociedad y construir una mejor en el contexto social y en medio de sus necesidades, que comienzan por la necesidad de la independencia. Sus primeros textos datan de 1869: tenía dieciséis años de edad cuando comienza a exponer tesis sobre “la Patria”, que “Rompe Cuba el dogal que la oprimía / Y altiva y libre yergue su cabeza”. La Patria independencia no es solo la tierra donde se nace, sino algo más que inspira amor y donde se llega a odiar a quien la agrede y oprime. “Patria es comunidad de intereses, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. No es territorio sin libertad y sin vida, “es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca, y en que nos tocó nacer”. Es la comunidad humana, el pueblo donde se nace y se es. “Patria es Humanidad”, es más que el pueblo natal, es el conjunto de todos los seres humanos.

Es esa la matriz de una concepción revolucionaria que tiene a la Patria como el deber a cumplir, que encuentra en la actividad práctica su punto de partida y apoyo. Es Patria humana, no nacionalismo estrecho y aislador, latifundista o terrateniente. En ella identifica Martí la razón de la batalla del ser humano que de ahí despliega su afán de emancipación. Es en la Patria donde entiende la necesidad de la unidad humana, porque “con los oprimidos había de hacer causa común”…“con todos y para el bien de todos”, para emancipar los medios y la creación de condiciones con la fuerza creadora del ser humano capaz de vencer obstáculos, trazar metas superiores y crear un sistema de posibilidades y realizaciones, que es en sí la unidad de fuerzas animadas por el mejoramiento social continuo, con la insistencia, con su esencia encaminada al futuro.

José Martí aprehende que el ser humano es lucha con características de época: “el primer deber de un hombre de estos días, es ser un hombre de su tiempo”; la humanidad toda ha de tener en cuenta los desafíos y las tareas de su época. Su espíritu revolucionario, transformador, emerge de la relación trabajar-amar-vivir en la belleza y la utilidad de la vida que solo otorga el trabajo no alienado. Martí entiende la necesidad de la emancipación del trabajo como fuerza transformadora de la naturaleza y creadora de riquezas. Sabe que el trabajo genera fortalezas físicas, mentales y morales, que estimula la imaginación no solo por el trabajo manual, sino también por el trabajo intelectual imbricado por la praxis que da sentido a la Patria única como fuente de bienestar gracias al aporte de todos.

Sus aportes a la Filosofía (de 1877) entienden que la unidad es nota esencial y la concibe como unidad dialéctica y compleja que incluye a los humanos bajo tensiones de clase, de época, de valores y principios. En ella afirma la inclinación al bien, al placer y al rechazo de lo puramente bueno o malo. Es un sistema de fuerzas, posibilidades y realizaciones con interacciones diversas, de todas las manifestaciones de su ser y en sus múltiples relaciones, como los nexos entre lo objetivo y lo subjetivo y entre el pasado, el presente y el futuro. De ahí su programa de realización humana en lucha contra el colonialismo y el imperialismo.

Martí piensa como un revolucionario moderno, artífice de luchas con capacidad racional y con creatividad, que atribuye valor central al desarrollo de las ciencias. “Sobre la tierra no hay más que un poder infinito: la inteligencia humana”. Y no se olvida de la poesía, que aún está por explicar al ser humano, a lo que no le es posible conocer fácilmente; a involucrarse con la voluntad, a observarla cuando deviene parte de las leyes del espíritu o del alma mientras participa de la voluntad, la imaginación y la inteligencia.

Martí, vigente y referente, nos enseña a entender que es imposible defender a la Patria y a la humanidad si no hay defensa de los territorios que no son solo geografía, son historia y sentido, sabores y olores generados por las luchas que habitan en todas las relaciones sociales y en todas las escalas emocionales y simbólicas. La Patria y la Humanidad no pueden invocarse aisladas de esos territorios ni de sus tensiones semánticas. Porque donde todo es corrupción, humillaciones y desprecio contra los pueblos, la defensa de la Patria —que es humanidad—, simplemente es palabrería de salón o engañifa de burócratas. “Patria es Humanidad” adquiere significado profundo y valor histórico, como si fuese una nueva “carta de los derechos humanos”, esta vez como herramienta opositora al proyecto hegemónico que nos saquea riquezas naturales, trabajo, moral y estado de ánimo.

Martí nos aporta poesía para revolucionar al humanismo de la Patria, de los “derechos humanos”, de la especie toda que está implicada en la tarea de combatir el ilusionismo filantrópico y completar las independencias con una declaración de acción concreta contra las sociedades divididas en clases, donde reina lo inhumano, el modo de producción esclavizante y las relaciones de producción alienantes… con todos sus significados. Porque “Patria es Humanidad”, no festín de latifundistas secuestradores de leyes, gobiernos, instituciones y culturas. Queda claro.

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