Una revisión desde el pensamiento de Nimio de Anquín y Alberto Buela

Ahora bien, presentemos a Nimio de Anquín, que si bien fue uno de los filósofos más originales del siglo XX iberoamericano, no goza de popularidad (quizás a consecuencia de lo primero); fue escasamente trabajado por un puñado de estudiosos (Rego, 1978) (García Astrada, 1984) (Scivoli, 2020) (Flachs – Sillau Pérez, 2020) (Chiaramoni, 2021) destacando la recuperación, mención y custodia que hacen de su obra desde hace unos cuantos años el politólogo Andrés Berazategui, quien ha dado conferencias sobre la vida y obra del filósofo cordobés[1], y el filósofo y Pensador Nacional Alberto Buela, quien en uno de sus textos caracteriza a Nimio de Anquín como “El primero [de los filósofos argentinos], sin lugar a dudas, el único Honoris Causa por una Universidad europea de la altura de Mainz–Maguncia, a sugerencia de Joachin Von Rintelen y con la venia de Heidegger.” (Buela, 2023). En la mayoría de los estudiosos se destaca que la obra de Nimio de Anquín tiene su impronta de pensar la filosofía, los mitos y la política como un todo indisoluble, pero a la vez dinámico y envolvente de la Historia, con reflexiones arrojadas a dilucidar el acontecer de la Patria, su destino.

De Anquín estudió filosofía en la Universidad de Córdoba y en 1927 fue becado para estudiar el idealismo crítico en Hamburgo, Alemania, donde cursó con el reconocido filósofo Ernest Cassirer (Breslavia, 1874-1945). A su regreso fundó en Córdoba el Instituto “Santo Tomás de Aquino”. Hacia la década del 40 acompaña el proyecto nacionalista impulsado por los Coroneles de la Revolución de 1943. Es designado como Ministro de la Intervención Federal a la Provincia de Tucumán. En aquellos años toma la cátedra de Metafísica en la Facultad de Filosofía y Humanidades de Córdoba, funda y dicta en esta institución las cátedras de Filosofía de la Historia y Política, además de ocupar el Vicedecanato hasta 1955. En 1949 participó en el Primer Congreso Nacional de Filosofía con dos ponencias: “Filosofía y Religión” y “El Existencialismo, filosofía de nuestra época”, más una intervención en la conmemoración al sacerdote católico y filósofo alemán Martín Brabmann (Berching, 1875-1949). Tras el golpe que derrocó al gobierno democrático de Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955, le quitaron todas sus cátedras, cargos y funciones, además de cerrar la Revista Arkhé (1952-1954), que años atrás había fundado en la Universidad Nacional de Córdoba. 

1. La Patria según Nimio de Anquín

Para Nimio de Anquín, la definición de la palabra Patria implica, inevitablemente, una unidad de destino, una fuerza, una voluntad de soberanía. ¿Cómo es esto? Escribe Nimio de Anquín:

“Comencemos por la definición de patriotismo. No es difícil: es simplemente amor a la Patria, o sea, amor a los padres y a la tierra de los padres, patria viene de ‘pater’. La etimología latina de esta palabra es la siguiente: ‘pater’ no es el progenitor, pues a este se le llama generalmente ‘parens’ como sujeto de la paternidad física, sino es el padre en el sentido social, ‘el dominus’, el ‘pater familias’, o como diríamos nosotros en castellano, ‘el señor de la familia’, el hombre que es uno de los representantes de la serie de generaciones. En este sentido, los romanos hablaban de ‘patres’ como término expresivo de respeto tanto a los dioses como a los hombres, por ejemplo: Iupiter ‘pater omnipotens’, ‘pater conscripti’, ‘patres’ (de donde viene patricius). De aquí procede el adjetivo ‘patrius’ (patrio) y la voz ‘patria’ tal como nosotros la usamos.” (De Anquín, 1972, pp.47-48).

Las palabras “unidad de destino” o “voluntad de soberanía” pueden ser solo eso, tres palabras o, al contrario, pueden, en el sentido platónico como vimos en el caso de la alegoría de la caverna: el “ser” se descubre en el «ser patriota”. En síntesis, puede significar mucho más, como nos revela Nimio de Anquín, por ejemplo.

Desde la definición expuesta por de Anquín, estas palabras se ligan con lo que encarna la Patria. Para de Anquín, la Patria es la tierra de nuestros padres pero también, además de este significado generacional y, en consecuencia, de dominio (por heredar legítimamente algo), contiene una dimensión trascendente vinculada a una vocación, a cierta misión (inconclusa y/o a defender o a propagar). La Patria posee un tiempo que no se ajusta a la vida física que tenemos en la tierra, una característica que no condice con los cánones de la posmodernidad y menos con aquello que proponen las ideologías liberales o marxistas, de allí muchas de las incomprensiones de estas corrientes de pensamiento al momento de hablar de la Patria. Hasta podríamos decir que no podemos, aunque querramos, escapar de las connotaciones y demás sustancias preexistentes en la tierra en donde nacimos y vivimos. Por ello, de Anquín no parte de una negatividad para hablar de la Patria, como sí ocurre con las ideas nacionalistas de izquierda o los chauvinistas[2] de derecha. La idea de Patria a la que alude de Anquín o el modo de querer a “lo nacional”, el nacionalismo si se quiere, no se define por lo antagónico; el ser nacional no tiene esas valoraciones, es o no es y ya. Para de Anquín la Patria incluye, como dice: “una connotación de lugar o terránea” (De Anquín, 1972, p. 48). Es la tierra en donde se aposentaron las generaciones pasadas, quienes lucharon y vencieron logrando nuestra soberanía, donde en términos romanos, lograron dominar como “señores”.

En línea con el Gaucho Martín Fierro de José Hernández, para de Anquín la tierra no es cualquier tierra, sino que es aquella que nuestros antepasados, nuestros padres, lograron obtener con la espada y regaron con su sangre y con el sudor de su trabajo, para que la Nación creciera sobre ella como sobre un fundamento. Escribe de Anquín:

            “Estos dos elementos que dan razón al patriotismo, van asociados en tan                                              estrecha relación, que donde uno de ellos está ausente no se explica el otro.                           Un señorío sin tierra es un poder en el vacío, y una tierra sin señores es                                                “tierra de nadie”. (De Anquín, 1972, p. 49).

2. Alberto Buela: virtudes contra deberes. La tradición como casa de la Patria.

En un hermoso libro titulado “Virtudes contra deberes”, el filósofo y Pensador Nacional Alberto Buela escribe:

“Vemos cómo la ética, en tanto que disciplina filosófica que se ocupa del fenómeno de la moralidad tiene un primer y fundamental problema o aporía a resolver, cual es la relación entre el bien y el deber. Así por ejemplo, para Max Scheler el deber depende del bien y para Kant, al contrario, depende del deber. Para este último, el hombre es bueno cuando realiza actos buenos, mientras que para Scheler el hombre realiza actos buenos cuando es bueno.” (Buela, 2020, p. 30)

En estos tiempos de crisis, para Argentina pero también para la humanidad en su conjunto, Buela se pregunta: ¿Cómo resolver desde nosotros mismos, desde nuestro lugar en el mundo que es Iberoamérica la opresión generada por la homogeneización global y por el renacimiento tribal de los nacionalismos periféricos? Rápidamente responde: “Poniendo en acto, actualizando, los valores que conforman nuestra tradición Nacional”. (Buela, 1998, pp. 11). Incluso, en estos días que corren, en que impera la llamada “ética autónoma” nacida con Kant, pero reacondicionada y remodelada por John Rawls (Maryland, EEUU, 1921-2002) y los pensadores liberales ingleses y norteamericanos, se posiciona la idea de que el objeto propio de la ética es el deber. Lo que se debe hacer sobrepasa en importancia a todo lo demás. Ahora bien, no necesariamente quien cumple con su deber es un hombre bueno, o peor aún, quien cumple con su deber hace acciones buenas. El resultado de haber cumplido con su deber puede ser malo, o al menos, no bueno. La bondad, al contrario que el deber, dice Buela, lleva al hombre a realizar acciones que van más allá de la justicia, “¿Quién no vuelve la espalda a un hombre injustamente perseguido y le da cobijo?” (Buela, 2020, p. 31). Por ello, la teoría de obrar por deber tiene agudas limitaciones respecto de la teoría de hacer el bien, dice Buela, “puesto que no podemos saber qué hacer si no sabemos qué es el bien.” 

Buela, considerando nuestro poema nacional escrito por José Hernández, da cuenta de que el gaucho Martín Fierro es un buen hombre arrinconado por un contexto adverso que lo llevó a convertirse en un verdadero paria en su tierra. En su libro “Aportes a la tradición nacional”, Buela destaca el sentido de la libertad, pero no de la libertad de vago y mal entretenido como históricamente se lo ha escrito desde la historiografía liberal, sino una libertad ligada al trabajo. El gaucho, antes que nada, es un trabajador rural, conchabado o no conchabado, vive de sus tareas campestres. Ahora bien, no tiene los tiempos ni los modos europeos, el tiempo no es dinero para el trabajador de estas tierras, más bien debe madurar con las cosas. En ese sentido, la carencia de trabajo o la injusticia en el trabajo (autoritarismos del patrón o mala paga) es considerada por el trabajador criollo como una opresión. “El trabajar es ley” (lo reitera en varias oportunidades José Hernández), pero al mismo tiempo, dice Martín Fierro: “La ley se hace para todos, pero solo al pobre rige”. Otro elemento que destaca Buela es el respeto por la palabra empeñada: romper con lo prometido también es considerado un hecho de injusticia, de deslealtad. Por último, y ligado a lo antes dicho, dice el Martín Fierro: “Hay hombres que de su cencia tienen la cabeza llena. Hay sabios de muchas menas, más digo, sin ser muy ducho, es mejor que aprender mucho, aprender cosas buenas”; bien podríamos ligar estos párrafos con el conocido “Mejor que decir es hacer”.

Todos estos elementos que configuran los valores de aquellos que nos precedieron en estas tierras tienen una vía de contacto con nosotros a través de la tradición. Aquello que también aparece en Carlos Astrada, cuando el filósofo cordobés destaca la voluntad de soberanía del pueblo argentino, legada desde las gestas del padre de la Patria José de San Martin, pero luego sostenidas por patriotas como Juan Manuel de Rosas. Escribe Astrada:

“La nueva y grande Argentina que se está gestando, la que se impone a retomar el hilo de una tradición ininterrumpida, tendrá que ser, si quiere afirmarse en la plenitud de su soberanía, en su impulso ascendente hacia la universalidad, fiel testamentaria del pensamiento político de San Martín. La única expresión de este pensamiento se concretó en una decisión que en su pleno significado debe sernos sagrada; legó su espada, sin mancha, símbolo de la libertad de los pueblos, al estadista argentino [Juan Manuel de Rosas] que defendió sin una sola vacilación la integridad de la patria contra la agresión extranjera. Y es sabido que cualquier acto o expresión de voluntad de una personalidad señera, de esas que crean historia, no es un mero azar en la sucesión de actos, en la íntima legalidad de su conducta, sino que trasunta el sentido total que troquela y otorga relieve inconfundible a la personalidad en tanto unidad anímico-espiritual operante.” (Astrada, 2021 [1943], p. 652).

Volviendo al origen y significado del término “tradición”, el historiador y estudioso del folklore rioplatense Pedro Inchauspe (Laboulaye, 1896-1957), afirma:

            “La tradición es la primera forma de la Historia. Desde las épocas más remotas las                   agrupaciones humanas sintieron la necesidad de prolongarse en sus usos y                           costumbres —que con el idioma son los elementos fundamentales de un pueblo—,               y como carecían de la expresión escrita, utilizaron el único medio a su alcance: el                   relato, transmitido de padres a hijos, de viejos a jóvenes, de los que saben a los                                   que no saben, no solo para capacitar a sus continuadores, sino también para dejar                 noticia de su paso por la vida y honrar y perpetuar sus hechos, sus devociones, sus             glorias.” (Inchauspe, 1968, p. 71).

Para Inchauspe la tradición, las tradiciones, manifiestan una parte de lo humano; rápidamente se resuelven entonces dos enigmas-problemas-traumas de la modernidad y de la posmodernidad que emerge desde el Atlántico Norte. El primero, que nuestra existencia, con sus objetivos, misiones e interrogantes no se resuelven en nuestro paso por la Tierra, sino que se encuentran estrechamente unidos a la historia de nuestros padres y a la historia que luego escribirán nuestros hijos y nietos. Segundo, que la Patria es una e indisoluble, inmodificable e irremplazable, es el lugar en donde están “los nuestros”, padres, hijos, nietos, tíos y amigos. Otra vez, la tradición es la casa de la Patria.

3. La idea de Patria de las potencias del Atlántico Norte

Ahora bien, esta idea de Patria ligada a la tradición es exponencialmente opuesta a la idea de Patria que se propone desde las potencias del Atlántico Norte, en donde más de un iluminado afirma que “nuestra Patria es el mundo”. Con un pasado y un presente a cuestas en los que reina la inequidad, la explotación, la colonización, la violencia y la apropiación de territorios iberoamericanos por la OTAN (como Panamá, Puerto Rico y las Islas Malvinas entre otros casos) es verdaderamente paradójico y contradictorio que los mismos que generan estos males se afirmen como hermanos y como parte de “un mismo mundo”. Buela en uno de sus últimos trabajos, Pensamiento de ruptura (2021) escribe:                               “Aquello que amenaza nuestra identidad no es la identidad de ‘los otros’ sino la                               identidad pensada por todos por igual […] Este, y no otro, es el problema                                               fundamental a resolver por todo lo que se denomina el pensamiento identitario o no conformista. Si lo pretendemos resolver como lo hace el pensamiento único,                            también llamado políticamente correcto, caemos en el “igualitarismo”, fundamento                 ideológico de la democracia liberal que piensa a todos los hombres por igual. Y es                por ello que cree, a pie de puntillas, que la forma de gobierno democrática es de                          obligatoria aplicación universal. Este razonamiento es el que justifica las                                       intervenciones a bombardeo limpio y cañoneo de los Estados Unidos por todo el                          mundo.” (Buela, 2021, p. 73)   

Siguiendo al filósofo y Pensador Nacional, la democracia liberal ejerce una forma de libertad muy particular, pues no se consulta, se aplica violentamente. Desde esta perspectiva entonces, la idea de libertad impuesta por las potencias del Atlántico Norte (OTAN) es adversa a las tradiciones de los pueblos. De modo que la tradición por esta absurda operación pasa a ser un impedimento para la libertad, en un extraño enroque se critica a quienes hacen un asado por matar animales o a quienes participan en una riña de gallos por el maltrato animal, juzgando actividades nuestras con criterios ajenos (debería decir, más bien, imperiales).

En otras palabras, la libertad de la OTAN esconde una oscura operación asociada con el desarraigo, la expatriación y la ausencia de pasado. No es casual que la palabra “pueblo” sea reemplazada en el discurso político de los progresistas por la palabra “gente”. Con mi amigo el filósofo Mauro Scivoli hace unos años escribíamos:

            “… pueblo: es una categoría histórica y que en base a la experiencia adquiere una                 identidad propia, otorgándole una ‘memoria’, y es también protagonista de las                          luchas de independencia frente a proyectos imperialistas de dependencia. Aquí                                 agregamos un elemento más: estas luchas de emancipación nunca son llevadas                   adelante por una minoría. Un pueblo siempre estará representado por una mayoría                que, en determinados momentos, toma conciencia de la condición de opresión                                   superando la pasividad, saliendo a las calles y enfrentando al grupo opresor.                           Subrayamos entonces, un nuevo elemento: un pueblo es siempre una identidad                                colectiva mayoritaria.” (Di Vincenzo-Scivoli, 2019).

Por otro lado, la palabra “gente” si bien refiere a una cantidad de humanos, es más imprecisa y se encuentra desarraigada, según la Real Academia Española (2015): el término hace referencia a “una abundancia, pluralidad, diversidad, variedad o multitud de personas. En forma coloquial, persona o grupo de ellos que viven emparejados juntos. En uso americano, se refiere a la persona o individuo, puede ser en lo moral o decente.”

En resumen, es una palabra que se vuelve ahistórica, que ya no se asocia como en el caso de la palabra “pueblo” a un pasado en común, costumbres o tradiciones de un determinado grupo de humanos; de hecho, se vuelve indeterminada, diversa, difusa. 

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[1]Como ejemplo, los interesados pueden observar la Conferencia brindada el sábado 15 de Abril de 2023 por el Lic. Andrés Berazategui , sobre «La vida de Nimio de Anquín» en el Núcleo Social Argentino:  https://www.youtube.com/watch?v=4SvsQpinwQM.

[2]El Chauvinismo o Chovinismo hace referencia a la creencia de la superioridad de un grupo social nacido en determinado territorio sobre otro grupo no nacido en ese territorio. En definitiva, expresa la exaltación desmesurada de lo nacional frente a lo extranjero. Obtiene su nombre de una historia popular francesa, en la que un joven de 18 años de edad llamado Nicolás Chauvin —quien se alistó para defender a su país y fue herido en múltiples ocasiones— recibe del mismísimo Napoleón el sable de honor y una pensión por su lealtad y dedicación. Su devoción por Francia y Napoleón será posteriormente objeto de burla, dejando el sentido de la palabra que se hoy generalmente se aplica.

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