San Juan y Boedo antiguo, cielo perdido,

Pompeya y al llegar al terraplén,

Tus veinte años temblando de cariño

Bajo el beso que entonces te robé.

Nostalgias de las cosas que han pasado,

Arena que la vida se llevó

Pesadumbre de barrios que han cambiado

Y amargura del sueño que murió.

Sur

Homero Manzi y Aníbal Troilo

Homero Nicolás Manzione nació a principios de siglo, el 1º de noviembre de 1907, en Añatuya. Fue el sexto de los ocho hijos de la uruguaya Ángela Prestera y el argentino Luis Manzione, un discreto hacendado afincado en el noroeste argentino. Es asombroso pensar que en ese empalme ferroviario de la provincia de Santiago del Estero nacieron dos grandes hombres, indispensables por distintas razones para la vida de argentinos y argentinas: Manzi y el gran sanitarista Ramón Carrillo, compañeros y amigos en los primeros años de primaria en “Añamía”, como le gustaba llamar a su pueblo natal al gran poeta del tango; ambos se reencontrarían un tiempo después, en sus años porteños.

A los nueve años el pequeño Homero llegó a Buenos Aires con su hermano Luis, donde siguió estudiando en el colegio Luppi de Pompeya, el espacio que con tanta poesía evocaría en tangos como “Barrio de tango” y sobre todo “Sur”, un verdadero himno de nuestra cultura popular urbana. “Me contaron de sus escapadas a la noche —lo recordó su hijo, Acho Manzi, a fines de los años 90— robándole los pantalones largos a un muchacho para poder salir y tomarse una ginebrita en ‘La Blanqueada’. Le gustaba ir a un club cerca de la iglesia de Pompeya, donde se juntaban los domingos a hacer teatro y estaba enamoradísimo de una chica rubia que se llamaba Juana”.

Después del secundario, Manzi se recibió de profesor de Castellano y Literatura y dio clases en dos colegios nacionales, trabajos que le quitaría el gobierno de facto de Félix Uriburu: no solo eso, sino que también fue encarcelado en el despuntar de los años 30 como presidente del centro de estudiantes de la facultad de Derecho, donde trabó amistad con Arturo Jauretche. Don Arturo reconoció la influencia de Manzi en su pensamiento en especial respecto a la visión del caudillo, figura que asume fuerte importancia en los países latinoamericanos y a menudo es despreciada por la intelligentzia. “Les debo a otros, pero en especial a Homero Manzi, la comprensión del caudillo, del individuo Hipólito Yrigoyen y lo que significó… —dijo Jauretche oportunamente—. Manzi estaba muy madurado, maduró temprano”.

Mientras tanto, en 1925 escribía su primer tango, “Viejo ciego”. “Cuando mi padre lo escribe —comentó Acho Manzi— se lo muestra a Cátulo Castillo que le dice ‘esto es muy bueno, vamos a hacerlo con un amigo mío. Sebastián Piana, yo te lo voy a presentar’. Y Piana y Cátulo componen la música”. Siguieron otros tantos que forman un capítulo imprescindible de nuestra música, siempre en colaboración de los mejores compositores de la época. Se dice que Homero se sentaba en el bar Canadian de San Juan y Boedo a escribir sus letras, que en general aludían al pasado, a los recuerdos de juventud y a otros que eran producto de su propia fantasía; también en general, el escenario eran Pompeya y Boedo, el barrio pobre y suburbano, el sur: los bordes de la ciudad que se rendía a los avances del progreso. Según José Gobello, el paisaje que evoca “Sur” estaba protagonizado por el paredón de una curtiembre y el terraplén del ferrocarril que unía Villa Luro con El Palomar corriendo entre la avenida Sáenz y Villa Soldati, para contener los desbordes del Riachuelo.

En 1935 Manzi formó parte del grupo fundador de la Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina (FORJA), y participó en la comisión encargada de redactar la Declaración de Principios. Como ocurrió con otros jóvenes forjistas, a partir de su mirada comprometida antes que nada con la sociedad que lo rodeaba, arribó en los años 40 al naciente peronismo que encarnaba los ideales que lo habían guiado desde los primeros años, y los plasmaba en realizaciones sin precedentes en el país. Su militancia se extendió a lo gremial, y fue presidente de Sadaic en dos oportunidades. En 1947, hablando por la radio, dijo que «Perón es el reconductor de la obra inconclusa de Yrigoyen. Mientras siga siendo así, nosotros (…) seremos solidarios con la causa de su revolución que es esencialmente nuestra propia causa. Nosotros no somos ni oficialistas ni opositores: somos revolucionarios”.

Al mismo tiempo el Manzi poeta seguía componiendo tangos inolvidables, milongas a las que dio una nueva categoría dentro de la música ciudadana, y canciones folclóricas en coautoría con el también santiagueño Andrés Chazarreta. Hizo también crítica radiofónica en revistas tales como Radiolandia y Micrófono y sobre todo cine, otra de sus grandes pasiones: compuso música para películas, dirigió “Pobre mi madre querida” en 1948 y “El último payador” en 1950 y escribió los guiones de gran cantidad de películas famosísimas, tales como “Su mejor alumno” y “El viejo Hucha”.

Homero Manzi fue un gran poeta que publicó sus palabras en forma de tango. Sus letras, bellas y nostálgicas, expresan una mirada tierna hacia el mundo que lo rodeaba. Si bien estaba profundamente comprometido con la realidad social del tiempo que le tocó vivir, no eligió expresar sus convicciones a través de sus composiciones; al mismo tiempo trabajó los versos para hacerlos fácilmente comprensibles por el público, pero no utilizó el lunfardo. La ilusión y las tristezas del amor, el avance impiadoso del progreso, los márgenes, el barrio, los trajines cotidianos: en sus breves 43 años Homero Manzi poetizó la vida de una ciudad que cambiaba rápidamente, y nos la legó en composiciones que son para siempre.

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