“Es preciso, pues, conquistar una filosofía, para llegar a una nacionalidad. Pero tener una filosofía, es tener una razón fuerte y libre; ensanchar la razón nacional, es crear la filosofía nacional y, por lo tanto, la emancipación nacional”.
Juan B. Alberdi

El 26 de octubre fui invitado a dar las palabras de apertura del IV Encuentro Internacional de Filosofía y Humanidades del Departamento de Humanidades y Artes de la UNLa. La actividad se tituló “¿Cómo afronta la filosofía la cuestión del hombre en nuestro tiempo?: los desafíos de la diversidad cultural, la pluralidad de discursos, las propuestas científico-tecnológicas”. De los ejes del encuentro me referí, centralmente, al debate sobre la cuestión cultural y a algunos desafíos que enfrentamos en la actualidad que están vinculados a los cambios tecnológicos.

1. La universalización de la cultura occidental

La técnica es tan antigua como la vida”. Oswald Spengler

El título del encuentro se refirió a dos interrogantes que me gustaría comentar. El primero tiene que ver con el debate sobre la tecnología, la cultura y las diversas identidades humanas.

El desarrollo acelerado de la tecnología y de las comunicaciones le dan nueva fuerza y vitalidad al proyecto de la universalidad occidental que fue implementado a partir del comercio, de la guerra y de la exportación de su cultura.

Inicialmente, la expansión del modo de ser y de vivir occidental fue posible por la aplicación de la ciencia y de la técnica que auspiciaron las distintas revoluciones tecnológicas.

El desarrollo industrial occidental se apoyó en la innovación científica y en la nueva forma de navegación que fueron motores del crecimiento de la economía europea. La superioridad militar occidental fue posible gracias a su desarrollo teórico y tecnológico. En este marco y a partir de distintas campañas bélicas impulsadas por naciones/Estados (Grecia, Roma, España y luego Inglaterra, Francia, entre otros) esa civilización avanzó territorialmente al Asia, al África y llegó a América. La ciencia y la innovación fueron centrales para la economía y la guerra y también para la expansión de la cultura. Solamente tenemos que citar el poder dinamizador de las ideas que tuvo la imprenta, para dimensionar con claridad la cuestión.

Las grandes culturas y la cultura occidental

La expansión económica, militar y cultural occidental y a diferencia de lo que plantearon —y siguen defendiendo— muchos de sus mentores, no supuso la desaparición de todas las culturas y formas de vida no europeas anteriores, si bien influyó en ellas.

Tal cual sostiene Oswald Spengler en su clásica obra la “Decadencia de occidente”, antes y en paralelo a la existencia de Europa existieron “grandes culturas” poseedoras de cosmovisiones, religiones, instituciones, valores y de tipos económicos propios y diferenciados.

Por ejemplo y en sintonía con el planteo de Spengler, Alexander Duguin reconoce la existencia de siete grandes unidades culturales y políticas en la actualidad. Estas son el Imperio Occidental, el Imperio Euroasiático, el Imperio Chino, el Imperio Indio, el Imperio Islámico, el Imperio Latinoamericano y el Imperio Africano. Dentro de cada una de estas grandes unidades civilizatorias existe una diversidad de entidades culturales e históricas.

Tal cual sostiene Samuel Huntington, hay culturas que asimilaron varios rasgos de la modernización tecnológica occidental, no así el conjunto de su sistema de valores y de vida. La modernización tecnológica no siempre derivó en la asimilación del ser occidental materialista y economicista con sus idolatrías: dinero, bolsa de valores y con su noción de progreso lineal liberal. Huntington lo aclara cuando sostiene que “Los no occidentales ven como occidental lo que Occidente ve como universal”.

Durante mucho tiempo las ideologías liberalismo y marxismo postularon que era inevitable la asunción del modelo cultural del occidente europeo y de su forma de vivir y de estar en el mundo. Ambas corrientes llegaron a esa falaz caracterización ya que interpretan al hombre a partir de su ser económico. Para el marxismo, la estructura de producción capitalista iba a consolidar una sociedad clasista que transitaría en todas las latitudes las mismas etapas evolutivas y que construiría un único modo universal humano socialista. Desde otra perspectiva, el liberalismo llegó a conclusiones similares al plantear que el proyecto del progreso capitalista occidental sería inevitable y universal.

El egoísmo individualista y el materialismo de clase impondrían un modo único de ser a todas las sociedades y culturas. En esta visión lineal de la historia, la forma de producción capitalista terminaría con las otras culturas y produciría un hombre nuevo, liberal consumista para unos, y socialista y clasista para otros.

Con estos puntos de partida, las sociedades fueron caracterizadas como modernas o atrasadas, civilizadas o bárbaras, progresistas o feudales.

En realidad y a nuestro modo de interpretar la cuestión, la vitalidad de las grandes civilizaciones históricas o ecúmenes como las denomina Alberto Buela, se basa en que existen como entidades culturales identitarias y como sistemas de vida. La cultura es transmitida de generación a generación, es conservada como tradición, es repetida y vivenciada a partir de costumbres y de valores que son perpetuados en instituciones y en prácticas.

Una de las grandes manifestaciones de la cultura es la religión. Tanto liberales como marxistas auguraron su extinción y su reemplazo por la cultura laica, racional y científica. Pese a los pronósticos, el sentido religioso no desapareció con el capitalismo y con el cientificismo. Tampoco el comunismo y otras ideologías y formas de producción pudieron borrar la cultura religiosa. La religión trascendió las diversas formas de producción, de regímenes políticos y de ideologías, lo que favoreció el mantenimiento y la conservación de grandes culturas y sus correspondientes modos de vivir y de entender el destino humano.

En definitiva y lo que quiero destacar, es que no existe una sola cultura universal, una sola identidad y una única forma de ser y de estar en el mundo. La noción de progreso occidental lineal y único capitalista, es parte de una ideología que justifica la imposición de un sistema de poder particular y no una tendencia natural ni irreversible de toda la humanidad.

2.- Los peligros actuales del hombre

Ahora quiero referirme a un conjunto de cuestiones neurálgicas y fundamentales sobre el sentido actual del hombre de nuestro tiempo. Voy a destacar, brevemente, algunos desafíos que enfrentamos y que considero son centrales para el presente y para el futuro cercano.

La comunicación y la imposición de la cultura anglosajona

El título del encuentro se refirió a los cambios originados por las propuestas científico-tecnológicas. Sobre esta cuestión, quiero destacar las derivaciones en la cultura que trajo aparejadas internet y la inteligencia artificial.

A partir de la creación de internet se están modificando las nociones tradicionales de soberanía cultural. Por intermedio de ese medio circula la información superando las antiguas fronteras e instituciones del Estado Nacional. Los ordenadores jerárquicos y distribuidores de la información dentro de una nación como son los padres, el maestro, el profesor, el periodista, el político y el religioso, son reemplazados por consumos descentralizados de bienes culturales, a los que se accede desde celulares y computadoras.

Me interesa destacar tres temas de esta nueva dinámica de consumo cultural. La primera es que el acceso al conocimiento sin las viejas mediaciones y organizadores del saber, es muchas veces negativa para la formación cultural e identitaria de las nuevas generaciones. Se genera un consumo anárquico de información que está siendo mediado por las corporaciones multinacionales y se producen dificultades para diferenciar lo necesario y lo accesorio, lo importante y lo superfluo. Es habitual el tratamiento superficial de los textos y de las imágenes en redes, lo que debilita el pensamiento crítico y la cultura nacional.

El segundo aspecto que quiero destacar es que el funcionamiento de internet y de sus aplicaciones que disponemos en nuestro continente, dependen directamente de corporaciones, centralmente, norteamericanas. La forma en la cual se organiza la circulación de los contenidos y los temas que aparecen en los buscadores son manipulados con fines económicos, políticos y geopolíticos.

La tercera cuestión, es que este sistema de circulación de la cultura tiene la particularidad de que registra, almacena, analiza y utiliza la información a partir de la inteligencia artificial. Resultado de esto, es que están cambiando radicalmente las nociones acerca de libertad individual y de los alcances de la esfera privada y de la pública. La libertad individual como la conocimos está terminada y actualmente las máquinas recogen y sistematizan lo que hablamos, adónde vamos, qué leemos, qué miramos en la pantalla, qué consumimos, qué pensamos. Con esta información, las corporaciones, los factores de poder y los gobiernos tienen un registro individualizado de quiénes somos, qué religión, pensamiento e ideología tenemos.

Ningún régimen político en la historia humana tuvo semejante poder. La esfera privada ya no existe tal cual la conocimos, y con la telefonía celular y con las aplicaciones se registra, se ordena y se utilizan nuestras conductas y pensamientos. 

Estamos iniciando una nueva etapa en el control político y emocional de masas nunca visto y con perspectivas poco promisorias. Las corporaciones hacen negocios. Los Estados hacen política y disputan con las otras naciones el control del planeta. Los factores de poder forman opinión pública y conducen a las masas utilizando recursos irracionales y emocionales.

La destrucción total del planeta

La evolución tecnológica en la industria bélica nos pone frente a potenciales nuevas y más catastróficas Hiroshima y Nagasaki. Los desarrollos de la producción robotizada e informatizada le dan una capacidad destructiva al hombre que nunca tuvo.

Los drones y los vehículos no tripulados, el perfeccionamiento misilístico y de armas de largo alcance, hacen cada día más mortífera la capacidad militar. La posibilidad de destruir un objetivo ya no tiene el límite de las distancias y todas las naciones son hoy un blanco militar alcanzable por un grupo de grandes Estados.

Con la tecnología robotizada la acción destructiva de la industria bélica es cada vez más impersonal, más distante e inhumana. 

Con la nueva dinámica de circulación de la información las noticias de los sucesos se difunden rápidamente. Si bien la imagen es manipulada por los gobiernos y por los distintos sectores en pugna, se amplió la posibilidad de conocer aspectos de las tenebrosas dimensiones devastadoras de la guerra. Esta terrible fuerza destructora se está utilizando en los conflictos bélicos actuales. El saldo siniestro son ciudades hechas polvo en minutos, poblaciones desplazadas e incluso masacradas.

La comunidad internacional parece anestesiada moralmente frente a lo que ocurre. Las instituciones del siglo XX no están demostrando capacidad para resolver las tensiones y disputas y menos aún para proteger, al menos, a la población civil. 

Dado el armamento y la tecnología para la muerte que disponen varias naciones en pugna, el aumento del espiral de los conflictos podría derivar en la destrucción total de la humanidad.

La destrucción de la casa en común

El otro tema crucial de nuestro tiempo, es que estamos recibiendo las consecuencias de siglos de destrucción del medio ambiente.

El calentamiento global, la contaminación atmosférica y del agua, la depredación de especies y la desertificación, nos enfrentan a crisis y a desastres naturales con consecuencias sumamente negativas para la sociedad.

Las alertas que especialistas y hombres de ciencia venían haciendo hace tiempo, hoy adquieren realidad.

3- La aceptación definitiva de la sociedad de los descartados del capitalismo

Nuestro continente no consolidó un modelo productivo de desarrollo de largo plazo. Por el contrario, protagonizó ciclos cortos de crecimiento, que son seguidos de otros de estancamiento y de severas y dramáticas crisis.

A este inconveniente se le suma la inmensa desigualdad en el reparto de la riqueza.

Como producto de ambas cuestiones, existe un gran número de personas y de familias descartadas laboral y socialmente. En buena parte de las naciones del continente el desempleo y la informalidad en el trabajo castigan a la mayoría de la población. Millones de familias padecen la pobreza, la indigencia y sus diversas carencias vinculadas.

A las desigualdades laborales y sociales se le suma la creciente desigualdad cultural. La educación pública primaria y secundaria hoy no iguala, sino que en muchos casos diferencia a los nenes y jóvenes. En nuestro país existen distintos sistemas educativos en función de la capacidad adquisitiva de las familias y la brecha se amplía año a año hace ya varias décadas.

Está en crisis la noción de educación pública liberal del siglo pasado, que se proponía construir una misma ciudadanía nacional en una población social y étnicamente diferente de origen migratorio. El servicio militar que en el siglo XX impulsó Ricchieri también tenía vocación uniformadora y patriótica en lo cultural. En ese marco, el Estado implementaba acciones sanitarias en los cuarteles y forjaba una conciencia federal del territorio entre los jóvenes.

En la sociedad del descarte actual, el mercado de trabajo no integra, sino que acentúa las desigualdades. La educación pública tampoco iguala y se construyen muros culturales entre clases, grupos y personas. En este punto, nuestro país se parece cada día más a otros de Hispanoamérica que tienen a sus jóvenes separados en sistemas educativos públicos y privados fuertemente diferenciadores.

El descarte social y la fractura cultural impiden la necesaria unidad de destino. El país deja de ser una nación y deriva en un mercado subdesarrollado y desigual.

A la crisis de la educación pública, se le suma la creciente fragmentación de las comunidades de base familiar y barrial. El resultado es el debilitamiento del principio de la solidaridad social que es necesario para mantener unidos a los habitantes.

El descarte social y cultural lleva décadas y de la pobreza cíclica involucionamos a la marginalidad estructural. La marginalidad instala la cultura del desprecio por la vida, acentúa la violencia interpersonal y el creciente y preocupante ingreso juvenil al crimen organizado. Los robos brutales en las grandes ciudades, los asesinatos motivados para sustraer un celular o un auto, nos muestran lo poco que valen la vida propia y la ajena para miles de jóvenes que no creen tener más posibilidad que la cárcel o que la muerte.

Al no existir una unidad de destino colectiva y un principio de solidaridad social, el estado de desigualdad es aceptado como una situación normal e inmodificable.

La crisis prolongada que padecemos originó un asfixiante y deprimente estado de ánimo, un creciente desencanto y nihilismo sobre el futuro. De manera similar al año 2001, las juventudes de clase media están migrando vía aeropuerto de Ezeiza. También se están alejando del país emocionalmente y es frecuente que tengan como perspectiva de vida salir de la Argentina. Ya no se trata solamente de ir a Europa a consagrase culturalmente y adquirir estatus para luego regresar a la Argentina como en el siglo XIX. Miles de jóvenes están totalmente descreídos del país y se imaginan construyendo un proyecto fuera de la patria.  

Frente al preocupante panorama, un sector importante de la dirigencia política se convirtió en administradora del subdesarrollo. La falta de un mito de movilización y la mansedumbre de los dirigentes frente a la situación conllevan y acentúan el descreimiento sobre los partidos, sobre el gobierno y sobre el Estado.

4- El desafío de las  universidades

“Los muros se derrumban, las certezas se diluyen y los ideales chocan con la realidad. Quizás por eso, la esperanza no basta. A la esperanza en un mundo mejor hay que agregarle permanentemente voluntad de construirlo. Por eso, el compromiso que asumimos y con el cual nos comprometemos es construir una universidad al servicio de la Nación”.

Ana Jaramillo

El complicado panorama no debe detener la necesaria e impostergable tarea de transformación de la sociedad. Como bien dice Ana Jaramillo en el epígrafe, frente a las adversidades los intelectuales y académicos tenemos que comprometernos movilizando voluntad, esperanza y compromiso con la nación.

Debemos bregar por impedir la imposición de un universalismo cultural autoritario. En la Universidad de Lanús trabajamos por la defensa y la promoción de la cultura nacional y sudamericana que surge de nuestra historia como parte de una fusión y actualización permanente de las tradiciones occidentales, hispanoamericanas, precolombinas y de las culturas migrantes que enriquecieron nuestro acervo identitario.

Debemos promover un orden mundial pluriversal. Con este fin, es importante respetar el derecho al ser de las naciones y sus entidades étnicas y religiosas. En el sistema que proponemos pueden convivir las distintas formas de existencia. En el mundo pluriversal coexistirán la modernidad tecnológica, los sistemas de valores tradicionales y distintas formas políticas e institucionales.  

Tal cual estableció la filósofa Amelia Podetti, el encuentro de occidente con América inició una nueva etapa en el desenvolvimiento de la universalización europea. Este cruce de culturas cimentó la posibilidad de construir la nueva civilización hispanoamericana de la que somos parte, con sus luces y con sus sombras. Vivimos en un continente de raíces cristianas mestizadas con las culturas precolombinas y con las diversas corrientes migratorias. Sobre esta matriz, conviven diversos regímenes políticos de izquierda y de centro, más o menos populares. Algunos son liberales y otros proteccionistas en lo económico. Todos estos sistemas tienen una amalgama cultural y pese a que difieren en tipos de regímenes políticos, comparten condiciones históricas e identitarias que pueden ser el basamento para la construcción de un continentalismo federalista, respetuoso del principio de autodeterminación nacional.

En Asia y en África hay sociedades y gobiernos organizados a partir del Islam. Algunos están alineados en temas internacionales al polo occidental anglosajón como Arabia Saudita y otros enfrentados a él, como es el caso de Irán. Esas comunidades tienen derecho a fundarse en base a sus valores e instituciones, a ejercer sus formas de vida y su política internacional. En el mundo multipolar que proponemos, esas entidades culturales tienen que ser respetadas. Los gobiernos tienen la soberanía para forjar acuerdos con los Estados y ninguno de los otros sistemas puede imponerles por la fuerza un mandato cultural y geopolítico de vocación universal.  

Los universitarios debemos afirmar el conocimiento nacional y suramericano. Esta perspectiva supone nacionalizar y regionalizar las diversas culturas del mundo, para ponerlas al servicio de la solución de nuestros problemas.

El contexto de crisis internacional que estamos atravesando, además de un peligro, es una oportunidad. Los dos grandes momentos universitarios de refundación cultural del siglo XX fueron la Reforma del año 1918 y el Congreso de Filosofía de 1949. El primero se propuso construir una nueva cultura que superara la decadencia política y moral europea de la posguerra de 1914-18. Uno de sus adversarios fue el liberalismo anglosajón norteamericano, cuyo mito movilizador positivista y materialista los reformistas consideraban agotado. En el año 1949 los académicos se plantearon forjar las bases de una nueva forma de ser y de vivir en el contexto de un primer mundo destruido material y moralmente por la guerra. La Comunidad Organizada sería el nuevo sistema de vida alternativo al liberalismo, al comunismo y a los otros autoritarismos europeos como el fascismo y el nazismo.

Finalmente y frente a la sociedad de los descartados actual, tenemos que postular la construcción de nuevas ciudadanías sociales que garanticen la dignidad humana. Se trata, como postuló Antonio Cafiero, de forjar un “Estado de la Justicia, que no niega el Estado de Derecho, pero el Estado de Derecho es letra que a veces muere, en cambio el Estado de Justicia es como el espíritu que vivifica. Es un Estado de persuasión colectiva que supera lo formal para depositarse en la conciencia colectiva y el pensamiento de cada hombre. Es un Estado donde las banderas igualitarias tienen más vigencia que nunca”.

Bibliografía citada

Alberdi, Juan Bautista (1920) Fragmento preliminar al estudio del derecho, La Facultad, Buenos Aires.

Buela, Alberto (2020) Virtudes contra deberes, TB ediciones, Buenos Aires.

Duguin, Alexander (2023) Imperios como civilizaciones, en línea

https://www.geopolitika.ru/article/imperii-kak-civilizacii

Huntington, Samuel P. (1997) El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Buenos Aires.

Jaramillo, Ana (2006) Intelectuales, académicos, un compromiso con la Nación, EDUNLA, Buenos Aires.

Spengler, Oswald (2007) La decadencia de occidente, bosquejo de una morfología de la historia universal, Austral, Madrid.

Soliz Rada, Andrés (2013) La luz en el túnel, las lides ideológicas de la Izquierda Nacional boliviana, Publicaciones del Sur, CABA.

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