En la Argentina 2020 las “fases» ya no son de la luna: son las distintas etapas del desconfinamiento. La “curva” abandonó los caminos y se instaló en las previsiones de crecimiento de la pandemia, al igual que el “pico” y la “meseta” se alejaron de manera categórica de la geología. Términos tales como “Covid-19” y “Coronavirus” se colaron en la lengua cotidiana, mientras que en pocos meses los y las hablantes de este lugar del mundo aprendimos bien qué significan neologismos tales como “ASPO” y “DISPO” o una extraña combinación que suena a paradoja: “nueva normalidad”.

Nuestra lengua coloquial registra en lo que va del año incorporaciones y mutaciones sobre las que quisimos indagar como uno de los tantos efectos de “la pandemia” a través de una serie de artículos en los que conversamos con personas que, desde diferentes lugares y con diferentes enfoques, trabajan con la palabra.

Para esta primera entrega entrevistamos a María Pía López, socióloga, ensayista, investigadora y docente, ex Directora del Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional durante la gestión de Horacio González.

En pocos meses nuevos términos y nuevos significados irrumpieron en nuestra cotidianeidad. ¿Cómo impacta esta deformación en la lengua coloquial y en la circulación social de los discursos?

Creo que la aparición de la pandemia y la reorganización de la vida social y personal en relación con la prevención sanitaria puso en el primer plano la cuestión de los lenguajes científicos y médicos, es decir, puso en primer plano un tipo de racionalidad. Entonces pasamos a comprender todas las cosas en relación a los virus, si están en las superficies o no, qué medidas se deben  tomar, qué distancia debemos guardar con relación a otras personas. De todos los múltiples modos de nombrar y de comprender lo social hay uno que prima porque es aquel que aparece como más visible en relación a la prevención de la muerte. Esto hace aparecer un conjunto de términos nuevos que tienen una doble valencia. Por un lado son asumidos por la población en general en tanto están articulándose con la idea de que hay que prevenir lo más amenazante, que siempre es la muerte, y por otro lado están respaldados por un saber que está legitimado.

De un día para otro el habla tomó un tinte cientificista, sin tensiones de ningún tipo, mientras que el lenguaje inclusivo sigue siendo materia de discusión y aun de conflicto. ¿Por qué se da esta situación?

El lenguaje inclusivo todavía está en discusión porque precisamente el movimiento es inverso. No surge de sectores legitimados, sino de sectores que de algún modo expresan en la afirmación del lenguaje inclusivo una rebelión plebeya contra las normas tradicionales del lenguaje y contra los modos en que esos lenguajes tradicionales producen una violencia cognitiva, impidiendo reconocer que hay corporalidades, sujetes que no están nombrados en ese lenguaje. Son movimientos inversos: por un lado tenés la insumisión plebeya frente al lenguaje y por otro lado tenés un saber legitimado, respaldado por instituciones, que es el saber de la ciencia y la medicina.

Mientras el lenguaje inclusivo aparece conjugado en función de afirmar las lógicas del deseo, el lenguaje médico aparece fundamentalmente arraigado a la cuestión de la necesidad. Socialmente siempre resulta más aceptable lo que aparece con el nombre de la necesidad que lo que aparece con el nombre del deseo. Parecería que el deseo es un exceso de afirmación, de goce, de derroche, mientras que la necesidad es el hambre, la enfermedad, la muerte, y eso ya aparece dotado de una cierta legitimidad. Esto explica también por qué la circulación social tan efectiva de estos lenguajes de la racionalidad científico sanitaria.

¿Qué discurso se contrapone entonces a estos lenguajes?

Lo que se contrapone notablemente a estos lenguajes de la racionalidad es un discurso mítico reaccionario que tiene que ver con la afirmación extremadamente individualista “yo hago lo que quiero y no me importa qué pase con el sistema de salud». Es un discurso que surge de las derechas individualistas pero también de un desconocimiento de la acumulación social de saberes: aparece entonces el movimiento antivacunas, aparecen los terraplanistas, aparece un conjunto de personas que afirman que pueden creer en lo que se les ocurra sin necesidad de confirmación, despreciando al mismo tiempo los saberes que de algún modo fueron acumulados y discutiendo su legitimidad.

El problema se da cuando está esa circulación de saberes legítimos y también lo que se le insubordina. Siempre tenemos que discutir cómo las instituciones producen legitimidad, pero en este caso lo que se contrapone es una mitología reaccionaria y no una mitología deseante, capaz de reabrir otro horizonte y también la discusión de qué entendemos por “normalidad”.

En la coyuntura actual, ¿hay forma de abrir el campo para dar lugar a otros discursos?

Yo creo que hay que reabrirlo desde recuperar de algún modo lo que han sido las peleas y los modos de expresar y asentar esas peleas en los últimos años: las peleas del feminismo, las peleas de la rebelión como en Chile, el tipo de tonalidad que le dimos a la disputa electoral contra el neoliberalismo. Tenemos que recuperar nuestra propia percepción de lo que fue el 10 de diciembre y también de lo que fueron los años de construcción de un feminismo plebeyo, disidente, callejero.

Me parece que la clave para abrir ese campo es primero poner en juego una idea de vida que no es solo la de la supervivencia biológica, sino la de la asociación fuerte de la noción de vida a la idea de una vida digna de ser vivida y también de una vida deseante. Esa doble cuestión me parece central. Es cierto que hoy no nos podemos movilizar porque estamos en aislamiento social preventivo y obligatorio y tenemos la amenaza del virus y la pandemia, pero también creo que es necesario poder hacer y mostrar la vivacidad de esas memorias, la presencia y la actualización de esas memorias recientes, que son las de nuestra subjetividad como seres políticas y políticos.

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