Esta pandemia fue un mar de emociones. Hubo llantos, risas, enojo y estrés. Los estudiantes, estuvieron bastante estresados este año, igual que docentes, cantantes y artistas y demás. La pandemia nos traerá muchos recuerdos. El recuerdo que más estará en nuestras mentes es que estuvimos un año alejados. Los argentinos nunca pensamos que podíamos estar encerrados algún día. Antes veíamos a todos abrazados y tomar mate del mismo pico y ahora nos vemos a través de una pantalla y cada uno con su vaso. La pandemia fue dolorosa y lenta pero habrá momentos buenos que quedarán plasmados para siempre.
Melina
11 años, Resistencia, Chaco
Alrededor de julio del año pasado UNICEF hizo una convocatoria a distintos grupos de investigación pare relevar los efectos de la pandemia de Covid-19 sobre Niños, Niñas y Adolescentes (NNA) y Personas Gestantes (PG). El objetivo central era conocer y describir sus percepciones y representaciones subjetivas frente al Covid y producir evidencia acerca de sus efectos para contribuir al diseño de estrategias de políticas públicas.
Un equipo del Centro de Salud Mental Comunitaria “Mauricio Goldenberg” de la UNLa se presentó a la convocatoria junto con la ONG “Intercambios”, y fue elegido para llevar adelante la investigación. Además de la importancia crucial de que nuestra Universidad fuera seleccionada por UNICEF para esta tarea, el estudio es en sí mismo un aporte fundamental para la construcción de estrategias que puedan minimizar el padecimiento en estas poblaciones, no solo ante situaciones de emergencia que alteran de plano la cotidianeidad sino también frente a diversas situaciones vitales.
Para conocer un poco más sobre la modalidad y los hallazgos de este trabajo hablamos con Alejandra Barcala, directora del estudio, y con Alejandro Wilner -coordinador del Centro de Salud Mental Comunitaria “Mauricio Goldenberg”-, quien participó como uno de los investigadores principales.
¿Cómo fue el diseño de la investigación?
Alejandro Wilner: El criterio básico que nos planteaba UNICEF era que el estudio tuviera un alcance nacional, por lo cual propusimos trabajar en distintos centros urbanos: en el AMBA, en Comodoro Rivadavia en representación de la Patagonia, en Mendoza en representación de Cuyo, en Jujuy por el NOA, en Resistencia por el Noreste y en Rosario por la región Centro del país. En total relevamos 780 Niños, Niñas y Adolescentes y entre 100 y 110 Personas Gestantes. A pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia que nos imposibilitaba hacer entrevistas presenciales, el gran desafío era cómo incluir a los que siempre están excluidos de este tipo de investigaciones: es decir, las personas que viven en condiciones socioeconómicas desfavorables, sin acceso a la comunicación virtual. En base a esto hicimos un diseño de investigación en red, con 5 investigadores principales ubicados en el AMBA y en Rosario e investigadores asistentes en cada una de las ciudades nombradas, quienes a su vez convocaron a referentes territoriales para poder llegar a NNA y PG en situación de vulnerabilidad social. De esta manera logramos que el 40% de la muestra correspondiera a condiciones de vulnerabilidad social. Hicimos tres mediciones: la primera en septiembre de 2020, la segunda en noviembre/diciembre y la última en febrero/marzo de 2021.
Alejandra Barcala: Nuestra propuesta tuvo ejes centrales muy fuertes. En primer lugar queríamos que estuviera alineada con la Convención Internacional de los Derechos del Niño que plantea que les niñes no son objetos sino sujetos de derecho: por eso planteamos un modelo de investigación participativa, en que los Niños Niñas y Adolescentes participaran directamente no solo en la investigación sino también en la construcción de las herramientas metodológicas. Lo llamamos “la infancia hablando en primera persona” porque nuestra prioridad era escuchar sus voces, recogerlas y amplificarlas evitando las miradas adultocéntricas comunes en las investigaciones sobre niñes, que saturan de sentido lo que en realidad les sucede. Otro eje era que fuera flexible. Nuestro país es muy diverso, no se puede investigar de una sola manera a las infancias y adolescencias de todos los territorios. Por eso buscamos instrumentos que pudieran adaptarse a todos ellos: metodologías lúdicas que fueron desde grupos focales y audios hasta dibujos, cuentos y construcción de narraciones como la que encabeza esta nota. El diseño en red nos permitió recuperar las voces de chicos y chicas de poblaciones originarias y que vivían en contextos de vulnerabilidad importantes.
¿Los resultados son extrapolables a todo el país?
Alejandro Wilner: Esta investigación no tiene pretensión de universalidad, no puede extrapolarse, pero brinda una mirada ilustrativa de lo que les sucede a los Niños, Niñas y Adolescentes argentinos.
Alejandra Barcala: De todos modos rápidamente se nos saturaba la muestra, porque Niños, Niñas y Adolescentes referían repetitivamente muchas cosas muy parecidas.
¿Incluso siendo de territorios diferentes?
Alejandra Barcala: Aquí vimos que las condiciones materiales generaban claramente modos de sufrimiento distintos. Aquellos Niños y Niñas que se encontraban en situaciones de mayor vulnerabilidad también se encontraban en situaciones en las que a veces se profundizaban sus sufrimientos, por ejemplo por falta de acceso a tecnología que pudiera generar algún vínculo con la escuela, e incluso porque en su casa no tenían condiciones materiales tales como un banquito o una mesa para poder hacer los deberes. Sí notamos que en Niños y Niñas de 0 a 12 años, más allá de las diferencias socioeconómicas, todos trataban de desarrollar mecanismos adaptativos a través del juego y tenían una alta capacidad de simbolizar lo que estaba pasando. Pero claramente eran muy diferentes las situaciones de salud mental vinculadas a los distintos territorios. Nosotros tenemos una visión de la salud mental muy vinculada a determinantes sociales, por eso decimos que tenemos que pensar a las infancias como situadas en un contexto sociohistórico: en función de eso sus afectaciones, sus emociones o sus preocupaciones fueron distintas. En Niños y Niñas de sectores vulnerables las preocupaciones estaban también muy vinculadas a si su papá o su mamá salían a trabajar o no y a preocupaciones alimentarias, mientras que en chicos de sectores más acomodados la preocupación pasaba más bien por no poder ver a sus abuelos o a sus amigos.
¿Cuáles fueron los ejes de la investigación?
Alejandra Barcala: Fueron cinco: las emociones, la escuela, los cuidados, el ámbito familiar y la percepción de futuro.
Alejandro Wilner: En cuanto a las emociones, Niños y Niñas estaban muy preocupados por la salud de sus familiares. También corporizaban al Coronavirus como un objeto que tenía vida propia: lo dibujaban, decían cómo era, contaban la historia de cómo había logrado hegemonizar el mundo, y tenían sensaciones vinculadas con la voluntad o la necesidad de atacarlo y destruirlo. A la vez tenían una mirada de cuidado del ambiente en el sentido de que la aparición del virus y la reducción de actividades económicas habían logrado que el ambiente se recuperara: el aire estaba mejor, el agua estaba mejor, se veían más animales.
Alejandra Barcala: Las emociones de los chicos no fueron las mismas en cada momento de la pandemia; dependen mucho, también, de las edades. Lo que vimos, teniendo mucho cuidado en no patologizar las afectaciones que tenían los chicos, es que uno de cada dos manifestaba situaciones de mayor irritabilidad, mayor enojo, algunas dificultades para dormir, dificultades de alimentación, altibajos emocionales: todas ellas emociones y afectaciones esperables, que daban cuenta de cómo se iban adaptando. Lo del “mar de emociones” (la cita que encabeza esta nota) es lindo porque plantea todo lo que uno siente cuando aparece una situación que tiene efecto traumatogénico y de alguna manera va teniendo que tramitarlo.
¿Y en Adolescentes?
Alejandro Wilner: Aparecían mucho más afectados. La pandemia interpelaba la perspectiva de futuro, sobre todo en los procesos de transición educativa: los chicos que terminaban la primaria y empezaban la secundaria, o los que terminaban la secundaria y empezaban la universidad. No podían hacer el rito de transición: no se podían ir de viaje de egresados, no podían hacer la fiesta. Ahí había mucha frustración y duelo por estas pérdidas que estaban teniendo, y una sensación de “nunca más voy a poder vivir esta situación tan singular que me toca vivir”. A la vez algunos también veían que había muchas posibilidades de entrar a un nuevo momento lo cual les traía alegría, y tenían la posibilidad de conocer de otra manera a sus compañeros y compañeras a través de las herramientas virtuales, por las que al mismo tiempo manifestaban cansancio. Había heterogeneidad. En Adolescentes de sectores vulnerables había otra cosa interesante: la persecución policial o los casos de violencia institucional, que surgieron como habituales y como un condicionante.
Alejandra Barcala: Uno de cada dos chicos de barrios vulnerables refirió algún tipo de violencia por parte de las fuerzas de seguridad en el contexto pandémico, diciendo que “los habían molestado” o que habían sentido situaciones de discriminación o estigmatización.
¿Qué encontraron con respecto a la escuela?
Alejandra Barcala: La importancia que tiene la escuela para los Niños y Niñas es central. Nos llamó sobre todo la atención el valor que tiene la presencia de “la señorita”. La maestra como espacio de sostén, de comprensión, de apertura del mundo, de nuevas posibilidades y de construcción identitaria. En el caso de las y los Adolescentes el mayor reclamo fue no sentirse escuchados, no haber sido protagonistas de su espacio escolar, no haber sido convocados para ver cómo podían sostener las clases, cómo volver, cómo mejorar los cuidados. Hacen también todo un reclamo a la escuela de que no acompañaron a aquellos que cerraban un ciclo en estos ritos de pasaje: de hecho muchos y muchas iban a la puerta de la escuela y se tomaban una foto como para decir “bueno, terminamos”. También hay un reclamo muy fuerte de las y los Adolescentes respecto a ser estigmatizados.
¿En qué sentido?
Alejandra Barcala: A que solo se referían a ellos como los vectores que contagiaban, a los que no les preocupaba nada. En realidad ellos planteaban lo contrario, incluso nos llamó la atención que los NNA no tuvieron mucha dificultad para sostener las medidas de cuidado: es más, había un posicionamiento ético de temor de que las personas adultas se pudieran contagiar. Sentían que esa estigmatización negaba sus posibilidades y sus capacidades y no visibilizaba todo el esfuerzo y la preocupación que sentían.
Alejandro Wilner: Incluso explicaban cómo iban armando estrategias para salidas cuidadas, tenían una conciencia de cuidado muy clara.
Alejandra Barcala: También de mucho reconocimiento al personal de salud y a las personas que trabajaban en contexto de pandemia para cuidar a los otros.
¿Manifestaban algo con respecto a las vacunas?
Alejandro Wilner: Ya en la última medición muchas y muchos Adolescentes veían a las vacunas como alternativa para volver a lo prepandémico, pero había un grupo más o menos importante que reproducía lo que se escuchaba en los medios en relación con la “guerra de vacunas” que se planteó al inicio. Así que una de las recomendaciones que realizamos a partir de la investigación fue estar alerta con la “infodemia”, con lo que publican los medios, porque genera daño y falsa conciencia alrededor de una herramienta validada científicamente.
Alejandra Barcala: En ese sentido una de nuestras preocupaciones era la vulneración del derecho a la información, también en términos de ampliación de derechos.
¿Qué pasaba en Niños y Niñas con respecto a la percepción de futuro?
Alejandra Barcala: A medida que iban subiendo las edades las afectaciones iban siendo más complejas. Los chicos más chicos mostraban una sensación de mayor apertura a un futuro de encontrarse con sus amigos. Cuando se empezó a volver a la escuela, para los chicos el futuro era la escuela y ver a los abuelos y abuelas -que tenían un lugar importantísimo-, y a sus amigos y amigas. Notamos que, en términos de salud mental, aquellos que tenían contacto con otros chicos podían transitar muchísimo mejor la pandemia que aquellos que habían cortado todos los lazos sociales. Lo mismo con los y las Adolescentes. Lo que perdieron los Adolescentes es la autonomía: el espacio público y la escuela son lo que va generando autonomía y separación de los padres. Ahí los Adolescentes sintieron que la percepción de futuro mediato e inmediato en términos de proyecto se volvía muy difícil de representar, lo cual les generaba mucha desolación y preocupación. Muchos también encontraron estrategias para salir de esas situaciones, como un chico de una provincia Oque se había integrado a los bomberos para no estar en su casa.
Parecería que muchas de las afectaciones sobre las que estamos hablando no se relacionan únicamente con la pandemia, sino que en este contexto se pusieron en evidencia.
Alejandra Barcala: En realidad, se profundizaron. Fue imposible dejar de verlas.
Alejandro Wilner: Hubo derechos como el derecho a la información, a la educación y a la vivienda que fueron más afectados en algunos grupos que en otros. Una cosa que sistemáticamente fuimos relevando fue que frente a la vuelta a la escuela tenían miedo de que eso por un lado significara volver y que enseguida se cerrara nuevamente, o volver y llevar el virus a las familias que tuvieran personas vulnerables. Por eso otra de nuestras recomendaciones fue que los NNA tenían que ser parte de la vuelta a la escuela: por ejemplo, ellos y ellas proponían que para las burbujas se pudieran seleccionar los grupos y no seguir un orden alfabético, y nadie los escuchó. Otra cosa que recomendamos es que había que informar adecuadamente a los NNA acerca de cómo se volvía, qué significaba la vuelta y qué significaba respecto a que podía haber nuevos cierres; también, cómo prevenir la enfermedad de grupos familiares en los que los NNA podían ser vehículo del virus.
¿Qué encontraron en el grupo de Personas Gestantes?
Alejandro Wilner: Encontramos que había problemas vinculados con el control prenatal, un control muy básico de salud. Fue peor el acceso a los servicios al inicio de la pandemia por el ASPO, pero igual un 30% de la muestra siguió con problemas para acceder a cuidados prenatales. Tomamos un criterio que fue separar a las PG Adolescentes de las no Adolescentes porque sus problemáticas son diferentes. Encontramos que en Personas Gestantes Adolescentes había más representación de pueblos originarios, y que también estaban en peores condiciones socioeconómicas que el otro grupo y que tuvieron más dificultad en el acceso a servicios en términos de control prenatal. En todas las Personas Gestantes vimos una preocupación manifiesta, durante todo el período, con respecto a los ingresos familiares. Al inicio había una preocupación mayor respecto a las violencias y las condiciones de la violencia en el ámbito doméstico, y una preocupación manifiesta sobre las condiciones de salud del embarazo y del recién nacido. Como factor protector apareció el lazo social: en los casos en que había apoyo familiar o de amigos y amigas se sentían contenidas, tenían menor sensación de soledad, menores problemas para conciliar el sueño, menores condiciones de ansiedad. Cuando el lazo social estaba más debilitado, esto tenía mayor efecto en términos de salud mental.
Alejandra Barcala: Después de hacer esta investigación encontramos algunos factores que eran protectores de la salud mental, y que les permitía a Niños, Niñas y Adolescentes y Personas Gestantes transitar este proceso tan difícil de una mejor manera: la capacidad de jugar, la capacidad de simbolizar las situaciones traumáticas, la posibilidad de tener algún sostén adulto familiar o extrafamiliar con quien hablar de lo que les pasa, la posibilidad de construir lazos sociales con otros, la capacidad de cuidarse o cuidar al otro, la capacidad de aceptar la diversidad y el respeto por los otros. Y a la inversa, notamos que el déficit habitacional, el aislamiento respecto al otro, la discriminación o violencia, las situaciones familiares de violencia o violencia de género afectaban la salud mental. Vimos que, de todos los Niños y Niñas, solo el 10% había hecho una consulta de salud mental, lo cual aumentaba a un 18% cuando se trataba de Adolescentes. Pensando en términos de políticas públicas, en los servicios de salud mental van a tener que organizar respuestas territoriales, no en situación de patologizar como si se tratara de problemas individuales, sino como escucha y acompañamiento en estos procesos.
El Informe completo puede leerse en el link https://www.unicef.org/argentina/publicaciones-y-datos/Efectos-salud-mental-ninios-ninias-adolescnetes-covid-completo
Directora de la investigación: Alejandra Barcala.
Investigadores principales: Alejandro Wilner, Jorgelina Di Iorio, Flavia Torricelli, Cecilia Augsburger.
Investigadores locales: Matías Hoffman (AMBA), Facundo Nahuel Titta (Comodoro Rivadavia), Celeste Lorenzini (Jujuy), María Sol Couto (Mendoza), María Luisa García Martel (Resistencia), Sofía Preatoni (Rosario), Amalia Peralta (asistencia técnica).
Comunicación: María Soledad Casasola, Natalia Fernández Baez.
Instituciones patrocinadoras: Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, Ministerio de Salud de la Nación, Argentina.
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