A pesar de los múltiples esfuerzos de sus enemigos, las Madres de Plaza de Mayo continúan firmes en su camino de 40 –casi 41– largos años de lucha. Como es conocido, ninguno de esos años de lucha ha sido fácil para ellas. A los crímenes del Estado terrorista les siguieron los variados caminos de la impunidad “democrática” (dos términos antitéticos, que se anulan entre sí), que implicaron formas sutiles de olvido, artera complicidad con los genocidas cívico-militares, y estigmatización de la lucha revolucionaria de los desaparecidos.

Todas las coyunturas que se sucedieron en el país entre hoy y 1977, cuando salieron a la calle por primera vez, las encontraron siempre en el mismo desafío: la búsqueda del abrazo con sus hijos e hijas, que el genocidio interrumpió brutalmente. Vedada la posibilidad de ese abrazo físico, las Madres asumieron el reto de un reencuentro político, lo que implicó el reconocimiento, la reivindicación y la continuidad por los medios que estuvieron a su alcance, de la lucha revolucionaria que ellos y ellas llevaban adelante. He ahí su intrínseca dificultad. El nudo central de su conflicto. Su incomodad crónica para el sistema de dominación.

Se sabe: el dolor que las empujó a la calle no cesó nunca, pero pudo ser transformado en otra cosa: lucha, fuerza, tenacidad. Su ejemplo trascendió al mundo entero y dejó una marca para siempre en la cultura de Occidente. El sufrimiento sí, pero la tristeza o el desánimo, jamás. El vínculo filial convertido en vital lazo político.

Fragmento indispensable e indisoluble de él, las Madres se sienten parte de un bloque histórico y político, y no el todo. No la única parte, ni siquiera la más importante. Como todos los demás que lo componen, se saben necesarias. Pero sabias y humildes no reclaman para sí ningún privilegio o dispensa particular. Todo lo contrario. Se someten a la justicia y a la historia que ellas mismas forjan día a día, desde hace 40 años. Respiran de su pueblo, porque de ahí vienen. Su palabra conversa con él.

En la carta a su hija María Victoria, muerta mientras combatía contra la dictadura cívico-militar, Rodolfo Walsh escribió lo que sigue: “Me quisiste, te quise. El día que te mataron cumpliste 26 años (…) No podré despedirme, vos sabés por qué. Nosotros morimos perseguidos, en la oscuridad. El verdadero cementerio es la memoria. Ahí te guardo, te acuno, te celebro y quizá te envidio, querida mía”.

La “memoria” como el único cementerio posible para los revolucionarios. Así le dijo el padre a su hija ya muerta. Así estructuran su praxis las Madres de Plaza de Mayo, quienes siempre se negaron a exhumar los cuerpos de sus hijos e hijas, y todavía hoy los reivindican vivos, los recuerdan combatientes, los proyectan en las luchas del presente y el futuro inmediato. El mismo Walsh moriría “perseguido, en la oscuridad” meses después, en circunstancias parecidas a la de su hija. Ni siquiera el último sosiego o descanso para quienes asumieron desde muy atrás, en el fondo de la subjetividad más íntima, entregar la vida “para que nada siga como está”, como escribió otro que también terminó sus días combatiendo contra la dictadura, Francisco “Paco” Urondo. Como Urondo, como Walsh, como Victoria, como tantos y tantas, nuestras queridas Madres de Plaza de Mayo.

Heroínas de un país en ruinas que después de haber renacido durante 12 años interrumpió su ciclo progresivo, las Madres debieran estar gozando, sin ninguna preocupación, de la dicha de ver cumplidos varios de sus objetivos políticos. O algunos, al menos: la cárcel para los asesinos, la mejora sustancial en las condiciones materiales y culturales de vida del segmento social más olvidado y por el cual sus hijos e hijas lucharon. Pero no. Su presente es el mismo que el de su pueblo. Y las encuentra en una pelea casi cuerpo a cuerpo con el Gobierno y su aliado de primer orden, el partido judicial, en defensa de su “memoria”: su emblemática sede y su archivo histórico.

 

Conflicto judicial

Para que nos entendamos: desde el año 2011, tras la estafa que algunos destacados colaboradores de las Madres realizaron en la Fundación Madres de Plaza de Mayo, ellas, que padecieron el desfalco, sufren un descomunal asedio judicial, mediático y político. Con desfachatez, el gobierno de los ceo-empresariales, las empresas offshore y las cuentas en paraísos fiscales, asocia la praxis de las Madres a la palabra “corrupción”. Fueron víctimas de su confianza y las quieren convertir en victimarias.

El asedio tiene la forma de una megacausa judicial, una de cuyas derivaciones es la quiebra de la persona jurídica “Fundación Madres de Plaza de Mayo”, y el intento del Gobierno que intervino el Instituto Universitario Nacional “Madres de Plaza de Mayo” (IUNMa), de quedarse con los bienes de las Madres, so pretexto de su potestad sobre lo que fuera la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo.

Según alega el Ministerio de Justicia y “Derechos Humanos” (sic) de la Nación, los derechos de propiedad que se desprenden de la ley de creación del IUNMa, incluyen la posesión de las miles y miles de carpetas que forman el archivo histórico de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Ese archivo contiene documentos que datan del año 1977, cuando, desde luego, no existía la Universidad de las Madres. Y se encuentra en pleno desarrollo, porque las Madres siguen produciendo notables hechos políticos. ¿No será eso, precisamente, lo que el Gobierno quiere truncar: la continuidad de la lucha de las Madres?

Semanas atrás, el señor Javier Buján, interventor designado por el Poder Ejecutivo en la rectoría del IUNMa, concedió una entrevista radial, en la que se quejó públicamente por los contenidos de una asignatura de cursada obligatoria para todos aquellos que se inscribían en esa casa de estudios: Historia de las Madres de Plaza de Mayo. Tras su ingreso por decreto al IUNMa, el Rector modificó drásticamente el programa de la materia: ahora se dicta un curso sobre la historia del conjunto de los organismos de derechos humanos. No es lo mismo.

La justificación para proceder a tal recorte es tramposa, porque no habría contradicción entre una y otra materia. La historia de las Madres de Plaza de Mayo se encuentra inscrita en la historia de la lucha por los derechos humanos en la Argentina. Pero la huella de las Madres en ese rico y complejo proceso es por demás singular, además de significativa. Y ninguneada. Estudiarla, darle densidad teórica, sistematizar su praxis, fue lo que se propusieron las Madres al crear su Universidad Popular, experiencia que la creación por ley del Congreso Nacional del IUNMa recoge, y honra, y que el Gobierno Nacional a través del interventor Buján frustra y vacía en forma categórica.

¿Será que, además de imposibilitar la continuidad de la lucha de las Madres, el Gobierno quiere amputar el relato de su historia? Si lo lograra, se clausuraría a la luz de las nuevas generaciones la visión clasista de los derechos humanos que maduró en las Madres durante su recorrido. Si desapareciera su impronta, se volvería fragua una versión oficial mucho más cómoda sobre ellas, que circunscriba su aporte únicamente al recuerdo del dolor y no a la memoria fértil de la lucha, la rebeldía y la transformación revolucionaria de las sociedades.

Lo reconoció el propio Buján: “Hay ahora otra materia, en la que hay una bolilla sobre la historia de las Madres y un montón de contenidos que tienen que ver con cómo se institucionalizó la lucha de protección [de los DD.HH.] ante los organismos internacionales y nacionales”, dijo al periodista Jorge Lanata. De la revolución, ni noticias. Del desarrollo de las Madres hacia posiciones de dura combatividad al sistema capitalista, de la toma de partido explícita en favor del kirchnerismo, de su internacionalismo militante, nada.

Estatizar por el Gobierno de la reacción oligárquica el archivo histórico de las Madres y vaciar de contenido el IUNMa hasta volverlo una caricatura de lo que fuera alguna vez la histórica Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, ponen en riesgo la memoria documentada de la gran masacre argentina, y, esencialmente, el testimonio de las respuestas que las Madres de Plaza de Mayo supieron darles a los crímenes y las complicidades, para hundirlos en el olvido.

 

Hasta el jueves que viene

Sin dudas, a su edad física y política, no tendrían las Madres tener que soportar todavía campañas de desprestigio, traiciones varias, mentiras escritas al tanto por ciento, acusaciones en sede judicial, allanamientos. Pero no. Nada de eso. O precisamente: por todo eso tan bello y justo que ellas quieren para su país, esto otro tan cruel y despiadado. El alto precio que debe pagar la dignidad en un sistema global indigno, enemigo del hombre, que por dinero degrada conciencias, rasga confianzas, sin sopesarlo siquiera un instante.

Merecerían las Madres marchar tranquilas cada jueves, contemplar cómo crece su descendencia política, girar alrededor de la Pirámide en sentido contrario a las agujas del reloj, buscando situar al tiempo en otro estadio donde el pasado con sus hijos y el futuro de la Revolución se fundan en un extraño minuto, sutil y desafiante. Y nada más. Y sin embargo…

La vida ha sido dura con ellas, y ellas, generosas con la vida. Demasiado. El sistema que quiso comprarlas con dinero no las perdona, ni lo hará jamás. Enhorabuena. Su nombre ya está escrito para siempre en la huella por donde transitarán los hombres y las mujeres que no se conforman, que se acuerdan de todo y no perdonan nada, que no transigen nunca. Esa huella conduce al futuro. Viene del fondo de los siglos. Como una rayuela, su cielo es la sociedad sin clases, la justicia sin vueltas, el vino y el pan solo si se comparten, el libro que enseña y escribe con la caligrafía que le sale las mismas palabras de siempre, que hacen andar al mundo buscándose la cola: pueblo, trabajo, solidaridad. La historia, mismamente. Allí las encontraremos, siempre. Y mientras tanto, todavía hoy que las tenemos, en la Plaza de Mayo. El jueves que viene.

 

Por Demetrio Iramain

Poeta y Periodista. Director de la revista ¡Ni un paso atrás! (Asociación Madres de Plaza de Mayo)

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