El Día del Cine Nacional

La velocidad con que en la Argentina se replicaron siempre los grandes logros artísticos y técnicos es proverbial. No hace mucho en esta publicación comentamos el nacimiento del cine sonoro casi simultáneo al mismo comienzo en Estados Unidos. Y el cine mismo encontró en Buenos Aires un rapidísima versión local. Fue en 1896 –recordemos que los Lumiére lo inventaron solo un año antes-, por obra de un italiano emprendedor y ambicioso llamado Mario Gallo (por eso debe pronunciarse con una “l” y no con dos como el nombre del gallináceo que no nos deja dormir). Este caballero trajo de Europa los primeros equipos y filmó aquí varias peliculitas basadas en hechos que sacudieron nuestra historia. Por ejemplo, la muy mencionada aunque no tan vista El fusilamiento de Dorrego, también Camila OGorman, La batalla de Maipú y Tierra baja, melodrama basado en la famosa obra teatral de Antonio Guimerá. Todos cortos. Pero el 23 de mayo de ese año rodó el primer largo, La revolución de mayo, por lo cual la fecha fue designada como Día del Cine Nacional, un recuerdo que en general pasa sin pena ni gloria.

La película fue protagonizada por el actor uruguayo Eliseo Gutiérrez, César Fiaschi y el propio director. Gallo se centra en las revueltas administrativas de la primera reunión de cabecillas en casa del comerciante Rodríguez, sobre la distribución de las cintas distintivas de la revolución en la ciudad, y hasta sobre la proclamación de un nuevo gobierno liderado por Saavedra, presidente de la Nueva Junta. La historia de la película se toma algunas licencias, como la presencia del General José de San Martín. La puesta es teatral, rodada en un gran plano general fijo en el cual se va modificando el fondo de la escena, es decir, los telones pintados manejados por asistentes.

Fue filmada en formato de 35mm, en 1955 pasó a 16mm y en 2009 fue restaurada por Cinecolor Argentina para reestrenarla en el 65° Congreso de la Federación Internacional de Archivos de Films (FIAF).

Sería imposible utilizar esta efeméride como trampolín para analizar el cine argentino porque es un trabajo ciclópeo, pero creo que podemos señalar aquí algún punto interesante. Uno es que nuestros directores no fueron muy afortunados cuando hicieron lo que había emprendido aquel italiano, o sea narrar para la pantalla hitos de la historia argentina. Ni las acartonadas resurrecciones de San Martín y Güemes de Leopoldo Torre Nilsson –rápidamente fustigadas por la crítica independiente (la otra le rindió pleitesía) como “historia Billiken”- ni la posterior de Belgrano Bajo el signo de la patria de René Mujica que era respetuosa y no mucho más, ni la más actual Revolución: el cruce de los Andes de Leandro Ipiña son obras magnas. Más humilde y por tanto menos pretenciosa es El encuentro de Guayaquil de Nicolás Capelli, que cuenta el encuentro entre San Martín y Bolívar, con pieza teatral previa. Hay otras que no recuerdo ahora. Lo que pasa con este asunto es sencillo: mover para la cámara batallas o simplemente multitudes es caro. Y difícil, muy difícil. Ni qué decir de todo lo que exige la reconstrucción de época. Por lo tanto en el tema histórico quedan muchas deudas por saldar.

Ah, si quieren ver La revolución de Mayo de Mario Gallo, una curiosidad bastante conmovedora, pongan el título en Google y pueden asomarse a esa proeza.

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